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V de viernes

Apoteosis del consumo

En pleno Black Friday y a las puertas de la Navidad se disparan de las cifras de gasto y compras, atenuadas durante la pandemia

En pleno Black Friday, parece como si hubiera una carrera por ver quien consume más. El consumo se ha transformado en un fin en sí mismo. La mayor parte de las veces no consumimos para satisfacer necesidades fundamentales, sino simplemente por consumir. Recuerdo siempre la diatriba teatral de Rodrigo García en las salas alternativas contra el consumo exagerado. “Compre una pala en Ikea para cavar mi tumba”, se llamaba aquella obra de La Carnicería que empezaba en plan divertido y acababa como La Gran Comilona, de Marco Ferreri, un concierto de vómitos y eructos, un espectáculo inmundo ideado para despertar las conciencias de los que engullen sin parar en esta sociedad de excesos y abundancia. O sea, de todos nosotros. E incluso puede que Rodrigo García se quedara corto. Hemos entrado en una vorágine consumista fabulosa que consiste en comprar sin parar para tirar cuanto antes lo comprado y volver a comprar más chismes y más cosas para volverlas a tirar de inmediato. No basta con tener una tarjeta. Hay que tener cincuenta. Hay que trabajar más para comprar más y tener más cosas y más ropa que muchas veces no nos vamos a poner, y más coches de los que pronto nos vamos a cansar. Y si hace falta endeudarse, pues lo hacemos y listo. Para eso están los bancos y, al fin y al cabo, es lo mismo que hace nuestro gobierno: endeudarse hasta las cejas, en la esperanza de que alguien pagará. El problema es que, si nos dejamos llevar por ese impulso consumista y deudor, acabaremos por ser esclavos de las entidades financieras o de quienes nos presten el dinero, con lo que no se pone fin nunca a la espiral perniciosa de trabajar para gastar y para pagar.

Inicialmente el consumo tendría la finalidad de satisfacer alguna necesidad. El consumo moderado es razonable y está hecho justamente para eso. Para cubrir necesidades básicas. Tenemos que comer y que vestirnos, y por supuesto satisfacer algún tipo de necesidad cultural o de ocio. El problema es cuando esas necesidades se disparan y acabamos haciendo del consumo un fin en sí mismo. Entonces consumimos por consumir. Compramos por comprar. Comerciamos por comerciar, por ganar dinero y acaparar más y ser más ricos para seguir consumiendo más y más.

Las sociedades occidentales están montadas de esa manera, pero ya vemos los primeros movimientos críticos contra esa siniestra tendencia a la banalización consumista. Esquilmamos los bosques, ensuciamos los mares y los campos sin parar, contaminamos sin freno y vamos siempre demasiado deprisa a todas partes. Puede que los que propugnan el decrecimiento tengan razón. Algún obstáculo habría que poner en algún momento, pues los recursos son finitos y llegará el día en que los países menos desarrollados empiecen a consumir como nosotros. Tienen todo el derecho del mundo a ello. El problema es si resistirá el planeta.