Ecologismo
Niño, deja de joder con la Gioconda
Habrá que ponerse de acuerdo en si los niños no pueden asimilar un anuncio de magdalenas porque se hacen yonquis del azúcar, pero te pueden cantar las cuarenta en Naciones Unidas
Dos jóvenes han lanzado sopa de tomate sobre uno de los cuadros de «Los girasoles» de Van Gogh en la National Gallery. Pretenden que Inglaterra ponga fin a sus proyectos petrolíferos y nosotros pensemos más en la Tierra. Después, se han pegado las manos a la pared para que la gente viera que se pegaban las manos a la pared. Entonces, preguntaron a la audiencia si había que salvar el cuadro o la Tierra y yo en casa pensando: «¡El cuadro!, ¡El cuadro!».
Las madres dirán al juez que el suyo es un buen chico, pero le entra la ecoansiedad y se pone como se pone. Si uno investiga las biografías de este tipo de héroes, descubre que en un momento dado tuvieron una revelación porque se les murió el hámster o el pez de colores y adquirieron una motivación desmedida por su misión. El compromiso solo es conveniente si anima una causa buena perseguida con medios virtuosos y dentro de la medida de las cosas. Si no se dan las condiciones, y según quién la sostenga, la voluntad de hacer cualquier cosa –incluso el bien– puede alumbrar tremendas calamidades. Como dice mi amigo Jorge Medina, no hay nada más peligroso que un tonto motivado. No hay que subestimar la capacidad de darse por vencido y de tomarse las cosas a la ligera. Cuando de vez en cuando leo las arengas que algunos se hacen a sí mismos jurando que no se rendirán nunca pienso que es una verdadera lástima.
Los chavales del bote de sopa de la National Gallery son consecuencia de la corriente que sostiene que los niños tienen razón en todo como si, con el tiempo, el hombre, en lugar de hacerse sabio, perdiera su pureza y se pervirtiera. Se trata, una vez más, de denostar al ser humano y su civilización que todo lo pudre. La exaltación del crío sabio e inmaculado frente al viejo echado a perder emparenta aquí con este denostar al hombre adulto en favor de otras formas de vida: los niños, los animales, las plantas y pronto, las piedras. Nuestros perros darán pronto discursos en el Capitolio, aunque habrá que ponerse de acuerdo en si los niños no pueden asimilar un anuncio de magdalenas porque se hacen yonquis del azúcar, pero te pueden cantar las cuarenta en Naciones Unidas.
El chaval, antes espontáneo y divertido ahora te da la paliza sobre esto y lo otro. «Petróleo caca», dice, como si fuera tan sencillo, como si detener el consumo de combustibles fósiles no desencadenara un cataclismo económico y una crisis climática aún peor que la que provocan los combustibles fósiles. Esto no les importa a lo niños sabihondos, los niños populistas de ahora que lo tienen todo claro, y eso es justamente lo que los hace sospechosos y peligrosos.
Aquí vienen a salvar el mundo y salvarme a mí en las stories y en las cenas de Nochebuena y por todas partes van haciendo sus «performance» para «colocar el mensaje». Me caían más simpáticos cuando todo su anhelo consistía en escuchar buena música, jugar a la play y arrimar la cebolleta.
Niños climáticos, niños sostenibles, activistas «gretathumberguianos», van por ahí vandalizando museos. Atacaron otra obra de Van Gogh y la «Primavera» de Boticelli. Uno de ellos intentó romper el cristal y manchar con tarta la «Mona Lisa» y lo hizo «por la tierra». Ya lo cantó Serrat: «Niño, deja de joder con la Gioconda».
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