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Estados Unidos

Epifanías

En algún momento, las elites defensoras del orden liberal habrán de poner los pies en la tierra

Es muy probable que Alfredo Semprún tenga razón cuando ayer, en estas mismas páginas, decía que Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, era la mensajera perfecta para advertir a China de que su país no va a abandonar a Taiwán ante el expansionismo de la República Popular. Pelosi es una defensora veterana e incansable –lo que le honra– de los derechos humanos en China. Lo demostró cuando desplegó una pancarta de protesta en Tiananmén, en 1991. Esta vez ha escenificado lo que debería ser la posición de su país, y la de las democracias liberales, ante cualquier intento de agresión contra el pequeño gran país oriental, el David al que gusta hacer referencia José María Liu, embajador de Taiwán en España.

También es verdad que, en el voluntarismo del viaje realizado sin la aprobación de la Casa Blanca, es posible entrever otras posiciones, que no van estrictamente referidas a China y sí a la posición de las elites occidentales en el turbulento tablero mundial. La invasión de Ucrania ha variado esa posición y aquellos que hasta hace poco tiempo –hasta febrero, más propiamente dicho– habían extraviado su razón de ser, literalmente, la han vuelto a encontrar gracias a Putin. Y no parecen dispuestos a preguntarse si era necesario esperar a la invasión de Ucrania para rearmar a las democracias europeas ante la amenaza rusa y para poner en marcha una política energética que no estuviera al servicio de la frivolidad woke, antes verde y antes ecológica.

Todavía no se ha acabado de definir una nueva política energética que debería empezar a tener en cuenta, muy en particular, la consolidación de nuevas clases medias, con nuevas necesidades, en todo el mundo. Por el momento, la epifanía de las elites dirigentes occidentales al descubrir su nueva «razón de ser» la estamos pagando con inflación, restricciones energéticas y, en países menos afortunados, con probables desabastecimientos de materias básicas e incluso hambrunas. En cualquier caso, el asunto ya no tiene remedio. Sí lo tiene, todavía, la situación de Taiwán. Como era de esperar, la visita de Pelosi a Taipéi ha desencadenado una fuerte respuesta china. Hay quien piensa que no se debe descartar otra invasión, precisamente porque la República Popular de China, que no atraviesa su mejor momento, puede intentar consolidar así su evidente vocación hegemónica en Asia. Por ahora, la respuesta no ha llegado tan lejos y lo que se ha dibujado en estos días, como previó Rocío Colomer también en estas páginas, es otro tipo de movimiento: la amenaza de bloqueo de la isla. Es lo que se ha escenificado con las maniobras militares de estos días. Llevado a la práctica, tendría un efecto devastador en la economía mundial. Aunque China, como Rusia en el caso de su particular invasión, también sufriría los efectos, el régimen está en condiciones de afrontar el coste ante una sociedad que en los últimos años, con el muy ambicioso Xi Jin Ping al frente, se ha visto cada vez más amordazada. Sin contar con que la amistad sino rusa, en excelentes términos hoy en día, saldrá reforzada. En algún momento, las elites defensoras del orden liberal habrán de poner los pies en la tierra. A una etapa de depresión ha sucedido otra de euforia. Los gestos son bienvenidos, pero es mejor una estrategia sólida. Y una elite dirigente se caracteriza por estar en condiciones de elaborarla y hacer que se ejecute.