Afganistán
Veinte años
«Ahora, en el aniversario del 11-S, el repliegue de aquel mundo nos desenmascara»
No sé si eres rubia o morena, si tienes los ojos azules o la piel cetrina. Ignoro si te inicias en la juventud o atraviesas ya una cierta madurez, si trabajas o tu frontera cotidiana se limita a las paredes de tu casa. Desconozco si anhelas escapar de Afganistán o si has elegido luchar y resistir sobre el terreno, en medio del horror; tampoco sé si dominas algún idioma, usas Twitter o si estás condenada a que tus protestas se limiten a llevar un folio en tus manos con una frase que pide libertad. Así es como supe de ti (si puede considerarse «saber de ti» a ver una silueta sepultada en tela): una fotografía de la agencia AFP os retrataba a un grupo de mujeres valientes, más que valientes, mientras exigíais vuestros derechos en una protesta en Herat el pasado 2 de septiembre. Todas veladas y tú, bajo el burka. No podía dejar de mirarte. ¿Qué sentirías ahí, oculta, pero, a la vez, tan visible para el mundo? Y me pregunté qué pensarías tú de ese mundo, del que os prometimos hace ahora dos décadas, cuando la caída de las Torres Gemelas desdibujó los equilibrios geopolíticos y catapultó el intento de un nuevo orden. Qué premonitorio resulta ahora leer (releer) «La rabia y el orgullo» de Oriana Fallaci, el texto de 2001 con el que rompió su silencio voluntario de años y en el que ya alertaba de que «se equivocan, pues, los optimistas que creen que la Guerra Santa concluyó con la derrota del régimen talibán en Afganistán. Se equivocan, porque la barba vuelve a crecer y el burka se vuelve a poner». Aquella incipiente guerra cultural que marcó el comienzo de siglo, que enfrentaba las tibiezas del relativismo, apuntalaba los valores occidentales y guiaba decisiones políticas (con su ideario de defensa propia y de ayuda ajena), aquel choque, se da hoy de bruces con sus propios límites y deja caer al vacío la convicción colectiva de exportar un modelo más justo y democrático. Y ahora, mujer desconocida bajo el burka, nos descubrimos con una densa sensación de fracaso en el aniversario del 11-S, como de sociedad resignada que ya no sabe cuál es su papel. El repliegue de aquel mundo, que aspiraba a lo mejor como respuesta al terror, nos desenmascara veinte años después como más descreídos, más cobardes, más aislados. Peores.