Baltasar Garzón
Warren expuesto por Baltasar
Persiguió a Pinochet pero jamás le tosió a Fidel Castro, como si en Cuba no hubiese víctimas de violaciones de los derechos humanos.
Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, pretende acometer todas las iniciativas que sean menester para ganar las próximas elecciones. En esa campaña se inscribe la Ley de Memoria Democrática, “un texto profundamente nocivo”, como editorializó nuestro periódico, porque nos distancia de Europa, separa a los españoles, y confiere al poder político la siniestra capacidad de determinar el pasado y distinguir entre buenos y malos españoles merced a “una memoria menguante, retorcida y profusamente amnésica”.
Warren intenta profundizar en el giro que comenzó Rodríguez Zapatero, despreciando la actitud que tuvieron muchos socialistas y comunistas durante la Transición.
La manipulación, sin embargo, puede salirle mal, y no solo gracias a la reacción del pueblo español, y las voces que desde diversa ideología siguen apostando por la reconciliación y la concordia. Estas fuerzas antisanchistas pueden encontrarse con unos aliados insospechados: no los adversarios de Warren Sánchez y sus secuaces, sino sus partidarios.
En efecto, el intento es tan sectario que sus protagonistas pueden conseguir un resultado opuesto a sus intenciones, en la medida en que dichas intenciones resulten diáfanas. Con ustedes, el exjuez Baltasar Garzón.
Entrevistado esta semana por Hilario Pino, Garzón afirmó que “si la ley de Memoria estuviera ya en vigor”, al exministro y diplomático Ignacio Camuñas “le sería de aplicación”, ya que Camuñas había discutido el carácter de golpe de Estado del 18 de julio de 1936, lo que según Garzón “no sólo es desconocer la historia, sino denigrar a todas las víctimas”.
La habitual superioridad moral de la izquierda, que se cree con derecho a representar a todas las víctimas, y a imponer una verdad histórica y una memoria, puede ser aceptada, sin duda. Pero también puede ser cuestionada, dada una peculiaridad obvia de Garzón: persiguió a Pinochet pero jamás le tosió a Fidel Castro, como si en Cuba no hubiese víctimas de violaciones de los derechos humanos.
Esta es la gente que pontifica sobre la denigración de las víctimas; estas son las personas que van a dictaminar lo que se puede pensar y decir, en nombre de una memoria clamorosamente selectiva, que no aspira a recordar sino a perseguir.
En 1976, Solzhenitsyn, que algo sabía de derechos humanos violados, vino a España y dijo que dictadura, pero dictadura de verdad, era la comunista. Entonces fue insultado. Hoy le aplicarían la nueva ley.
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