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Medio Ambiente
Sigue la guerra...
Si nos contaran después de terminar, se supone que perviviendo, lo que ahora sucede o lo que va a suceder en Ucrania, no nos lo creeríamos. Al día de hoy, con más de siete meses ya de salvaje contienda fratricida, nos encontramos al borde de una guerra atómica, y los más apocalípticos ya no vacilan en evocar un Armagedón como fin de la Historia.
Se inició la invasión de Ucrania el 24 de febrero de este año, cuando la inmensa mayoría de la gente pensaba que Rusia no pasaría de las amenazas y no llegaría a entrar en las estepas del sur: granero del mundo, en permanente controversia con el norte. Y sin embargo, la invasión se produjo y la guerra orilleó media frontera ucraniana, demostrándose que el ejército ruso ya no es lo que era en tiempos de Zukov con la gran guerra patria de 1941 a 1945.
Putin ha encontrado más dificultades de las que pudiera pensar: sus súbditos no quieren luchar por unos kilómetros cuadrados de tierra cuando tienen diecisiete millones de ellos en su mapa de nueve husos horarios. Y no quieren luchar tampoco unos generales que piensan más en sus entorchados de oro que no en aventuras de fuego y muerte. Entre otras cosas, porque la demografía del zar del Kremlin presenta todos los indicadores negativos, así como un PIB no mayor que el de la península de Iberia: no podrán mantener muchos más meses una tensión como la actual. Sin olvidar que en la Federación, desde el Báltico al Pacífico, hay muchas etnias siberianas recónditas, que en la taiga y en las zonas polares no sienten lo mismo que en Moscú o San Petersburgo.
La respuesta del pueblo es claramente de cansancio y de escapar huyendo de la represión. Con un sordo descontento por la perdida esperanza de un bienestar que se va alejando más y más del viejo sueño; tan distinto del que un día se anunció como paraíso del proletariado.
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