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Tecnologías para cambiar el clima
«Crear lluvia» es habitual en países como Israel o China, pero a esta técnica de modificación del clima se suman cada vez más propuestas como solución al cambio climático
El discurso de la geoingeniería como una más de las soluciones para luchar contra el cambio climático coge fuerza. Para algunos no hay más remedio que tirar de ellas debido a que lo emitido no para de crecer, para otros es una forma de desviar el tema de lo realmente importante: reducir lo que emitimos y financiar la mitigación y adaptación a través del fondo climático. Pero ¿qué propone la geoingeniería? Algunas técnicas de modificación del clima son conocidas y se utilizan desde hace décadas. El gobierno de Marruecos es, de hecho, el último en dar titulares porque recientemente se posiciona de forma oficial sobre la creación artificial de lluvia y lo hacía confirmando que seguirá utilizando esta técnica. De hecho, según publicaba ya este diario, y siguiendo datos de Marruecos el año 2021 se realizó una media de 21 siembras de nubes; en 2022, 27; en 2023, 22, y este año, 70.
Israel, China e, incluso, España han recurrido a estas artes para provocar un chaparrón (o en algunos casos evitarlo como durante la ceremonia de inauguración de los JJ OO de Pekín). Para ello se dispersan sustancias como el yoduro de plata en las nubes para aumentar su condensación y formar gotas de lluvia. Desde la década de los 60 ha habido diferentes proyectos conocidos como el desarrollado por EE UU, el proyecto Stormfury, dedicado a reducir la intensidad de los huracanes o el implementado por China durante los 70 que sirvió para incrementar las precipitaciones entre un 10 y un 15% en algunas regiones. «Estos experimentos no tienen casi efecto y necesitan una inversión enorme, por eso vemos que China y Emiratos ponen mucho dinero para provocar lluvia en los grandes desiertos. En España se llevó a cabo, sobre todo en los 60-70, pero hoy en día esta siembra de nubes está prohibida y penalizad. Ahora Marruecos está intentado usarlo, pero hay que aclarar que los efectos son muy locales», comenta Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante.
Una de las preguntas que suscita estas tecnologías de modificación del clima, además de las consecuencias ambientales de disparar a la atmósfera sustancias químicas, tiene que ver con la geopolítica. Cuando China anunció hace unos años su intención de desarrollar un programa masivo para 2025 en el norte del país en un territorio de 5,5 millones de km², las respuestas de sus vecinos no se hicieron esperar. También la ONU recela y muchas organizaciones y científicos consideran que las propuestas y los experimentos que tienen que ver con la modificación climática están aumentando con la excusa de la lucha contra el cambio climático pero solo para desviar la atención de la reducción de emisiones o promocionar iniciativas privadas. Hace un año 450 científicos se unían en una carta abierta en la que expresaban su preocupación por estos temas alegando a que no se pueden eliminar las incertidumbres con los experimentos de laboratorio y a que, en la mayor parte de los casos, solo se han llevado a cabo pruebas pilotos.
Uno de los enfoques teóricos de la llamada geoingeniería tiene que ver con modificar la radiación solar para que la Tierra deje de calentarse al ritmo que lo hace. Se propone liberar partículas diminutas en las nubes para que reflejen el sol o crear nubes en zonas oceánicas. «Entran dentro de la categoría de experimentos, ideas un poco extravagantes», afirma Jorge Olcina.
Extraer carbono
«Hemos emitido tanto que ya no hay una única solución perfecta para atajar el problema, sino que vamos a necesitar hacer de todo. Por un parte podemos hablar de soluciones basadas en la naturaleza, como la reforestación, aforestación o cambiar los usos de los suelos (aunque aquí hay que considerar si se entra a competir con la producción de alimentos) y por otra, de tecnología», comenta Juan Alcalde, experto en captura y almacenamiento de CO2 e investigador en el Instituto de Investigación Geociencias Barcelona (GEO3BCN).
Los llamados CCS o proyectos de captura existen desde hace años y se postulan cada vez más como una solución de geoingeniería aplicable, sobre todo para las actividades industriales que se consideran difíciles de descarbonizar como la siderurgia o la producción de cemento. Sin embargo, a día de hoy los proyectos son escasos; existen en el mundo unos 60 y «la mayoría son para recuperación mejorada de petróleo, por lo que no se consideran una tecnología limpia. Las instalaciones de captura y almacenamiento más conocidas son las noruegas Sleipner y Snøhvit que llevan 25 años operando y almacenando el carbono derivado de la producción de gas. Se las considera una solución de geoingeniería, porque el objetivo es almacenar el CO2 secuestrado en un reservorio geológico de forma permanente», dice Alcalde, quien considera que esa es la razón principal por la que estas soluciones encuentran oposición, «como ocurre con todas las actividades que implican el medio geológico: desde la minería a loa extracción de biocarburos. Sin embargo, el CO2 no es peligroso ni venenoso y la gracias es que cuanto más tiempo pase almacenado más atrapado queda porque termina convirtiéndose en roca». Además de para almacenamiento a día de hoy existen también un tipo plantas, las llamadas CCUS, que lo reutilizan en nuevos procesos: desde la producción de plástico al uso alimentario. Sin embargo, «la mayoría de las veces esos segundos usos no son neutros en emisiones o no reducen emisiones porque no las quitan de la atmósfera, solo las evitan», matiza Alcalde.
Históricamente la captura del Co2 se ha utilizado en las centrales térmicas de carbón en las que se volvía a inyectar el Co2 en el proceso, pero ahora se propone para otros proyectos industriales y abre la puerta a dos posibilidades la captura directa del CO2 del aire (DAC) y la captura asociada a la bioenergía (BECS). «La captura directa es una tecnología bastante incipiente que filtra el CO2 atmosférico. La dificultad es que el dióxido de carbono está muy poco concentrado en el aire. De un millón de partículas, 400 son dióxido de carbono. Hay que concentrarlo mucho para extraerlo aunque la gracia es precisamente que se trata de una tecnología de emisiones negativas, puesto que atrapa lo que ya ha sido emitido. Otro reto, además de la dificultad técnica, es que cuesta cientos de dólares extraer una tonelada de CO2. El mayor piloto que existe en el mundo está en Islandia y consigue retirar 4.000 toneladas al año. Las BECCS son la otra tecnología que se considera de emisiones negativas y está unida a la bioenergía. Se trataría de generar electricidad con biomasa (por ejemplo, resto de podas que ya han secuestrado CO2 durante su vida, y quemarla para producir energía, mientras se captura y almacena el carbono de la combustión», dice.
En Europa hay casi 200 proyectos potenciales de captura y almacenamiento que podrían retirar más de 150 millones de toneladas de CO2e. Así dice el Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero, que publicó un reciente informe en el que alerta de que los contribuyentes europeos podrían tener que hacer frente a una factura de 140.000 millones de euros por una cartera de proyectos de captura y almacenamiento de carbono.
Dice el Foro Económico Mundial en una reciente publicación que la captura directa en el Océano mediante una serie de procesos electroquímicos puede resultar potencialmente más eficaz y barata que la captura directa en la atmósfera. El océano contiene 150 veces más CO2 que la atmósfera, recuerda. Hay varias propuestas privadas en este sentido. Por ejemplo. Brineworks de Países Bajos quiere usar electrólisis para extraer el CO2 al mismo tiempo que produce hidrógeno.
No se puede olvidar el interés militar en la modificación del clima. EE UU desarrolló en los 80 el llamado Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia o HAARP capaz, dicen, de provocar desastres naturales. Pretendía examinar los procesos que ocurren en la ionosfera bajo la influencia solar y mejorar las comunicaciones submarinas o realizar controles cartográficos remotos o localizar estructuras subterráneas. En 2014, aunque la estructura pasó a ser propiedad de la Universidad de Alaska Faribanks y en teoría sigue utilizándose con fines académicos.
Restaurar ecosistemas
►Miguel Ángel Mateo es investigador del Centro de Investigación de Ecología Acuática (CEAB-CSIC) y lidera el grupo de expertos estatal en carbono azul. Para él «este gran problema del exceso de carbono tiene pocas soluciones. Lo más obvio es reducir emisiones y luego retirar el carbono de la atmósfera o bien usando técnicas de retirada y almacenamiento o con opciones que no son artificiales. Es decir potenciándolos ecosistemas naturales que ya lo retiran. Los bosques son los grandes sumideros de carbono, pero también los océanos cuentan con masas vegetales costeras como manglares, marismas y praderas marinas que absorben. Esta es la familia del carbono azul. Desde 2012 despertaron mucho interés debido al desarrollo del mercado de carbono a nivel mundial. En España hemos creado un grupo de expertos cuyo principal objetivo es hacer un libro blanco o estrategia para España, inventariando primero el carbono azul de España, Portugal y las islas para luego calcular el potencial de captura de estas zonas. Los ecosistemas de la familia del carbono azul están retirando entre el 0,8 y el 2% de carbono, pero el problema no es ese. Es parecido a lo que sucede con el permafrost, porque estas praderas y marismas acumulan a día de hoy un volumen equivalente a dos años de actividad humana en carbono. Además, la conservación de estas zonas tiene otras ventajas, porque estas zonas son fuente de alimento para muchas especies y forman diques naturales que protegen la costa de los tempoarales».
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