Historia

Sor Marcela de San Félix y algunos documentos desconocidos (III)

Como hija ilegítima de Lope de Vega tuvo que luchar por la legitimación de su existir. Sobre esto no se había escrito hasta ahora

Conozca el inmueble donde el escritor pasó la mayor parte de su vida
Casa Museo Lope de Vega, en el madrileño Barrio de Las LetrasDisfruta Madrid

En los textos anteriores me he encargado de sacar a la luz unas noticias hasta ahora desconocidas sobre la certificación de autenticidad de la partida de bautismo de sor Marcela.

Le he ido cogiendo aprecio a esta venerable monja. Pero, ¿por qué? No porque fuera la hija de Lope de Vega con la actriz Micaela de Luján, sino por la personalidad que arroja en algunas de las pistas que su vida nos ha dejado.

Lope y Micaela tuvieron cinco hijos, de los que solo llegaron a edad adulta dos, Marcela y Lopico.

Hija ilegítima, no fue desamparada cuando tomó los hábitos, sino que, al contrario, fue muy bien arropada. Ahora bien, como hija ilegítima tuvo que luchar por la legitimación de su existir. Sobre esto no se había escrito hasta ahora, porque el documento que cito al final de estas líneas era desconocido, amable lector.

Sor Marcela fue una mujer que, me da, no paró de luchar a lo largo de su vida. Las monjas escribieron de ella que «decía que se había hecho monja […] porque sus padres la tenían poco amor…». La verdad es que tal afirmación no concuerda con los versos que le dedica su padre y que cito ahora mismo en este artículo. De la madre, no opino.

Mujer luchadora que gracias a su carácter forjó su destino, sin ginos-, ni femis-. Fue superiora del convento varias veces, entre 1663-1666, entre 1669-1672, entre 1675-1678 y finalmente entre 1683-1685 y eso que con anterioridad había sido gallinera (1628) y refitolera (1631). Cuando con dieciséis años le hubo de decir a su padre que se metía a monja, a este no le hizo ninguna gracia. En «La Filomena» escribió:

«Marcela con tres lustros ya me obliga

A ofrecérsela a Dios, a quien desea…».

Y en una maravillosa «Epístola a Francisco de Herrera Maldonado» Lope le confesó que:

«Marcela, de mi amor primer cuidado,

se trató de casar, y libremente

una noche me dijo el desposado…

Era galán, discreto, rico, hermoso,

Altamente nacido, y con un Padre

Que no es menos que Todopoderoso…».

Lope no podía rivalizar con su futuro yerno. Es obvio. Por ello se rinde y, al describir la ceremonia de toma del velo, se desborda una creatividad inconmensurable:

«No vi en mi vida tan hermosa dama,

Tal cara, tal cabello y gallardía…

Ayuda a la hermosura la alegría,

al talle el brío, al cuerpo, que estrenaba

Los primeros chapines aquel día…».

Claro que tampoco tendría mucho que decirle o reprocharle. Profesó en las Trinitarias de Madrid, sobre los huesos de Cervantes y en compañía de Isabel de Saavedra, la hija natural suya, habida con la tabernera asturiana adúltera. La verdad es que el día que tomó los hábitos, fue un día sonado en el convento, como se repite una y otra vez, tanto por los padrinos, como por los predicadores que tomaron parte en el acto.

Mas si todo eso despierta el interés y la curiosidad, más aún lo hacen las más de 550 páginas de poesías escritas por sor Marcela, de las que hay una copia en la Real Academia Española. Empezó a valorarse, si no tengo mal fijados mis conocimientos, cuando el Marqués de Molins, Roca y Togores, al escribir sobre la sepultura de Cervantes, editó unas seguidillas de ella. Desde entonces se han publicado versos suyos. Luego, algunas alusiones dispersas, por Julio Ramón Laca, Carlos Mesa, hasta que un trabajo de Isabel Barbeito en 1982 llamó la atención sobre sor Marcela, de manera más moderna y menos ñoña. Pero no ha sido hasta que Electa Arenal y Georgina Sabat de Rivers publicaron en 1988 una monumental obra, con una elegantísima redacción en español sobre la «Obra completa: coloquios espirituales, loas y otros poemas de sor Marcela». Años después (2014), Julio Vélez Sainz y Gemma Rodríguez Ibarra dieron a la luz un trabajo sobre «Dramaturgas barrocas (Feliciana Enríquez de Guzmán y sor Marcela de San Félix). Teatro breve», librito acompañado de un CD-ROM en el que introducen algunas correcciones a la edición de 1988. ¡Cuánto siento que Felipe Pedraza no le haya dedicado una biografía tan atractiva como la que le dedicó a Lope, o que Abraham Madroñal no haya encontrado, con su fino olfato, una copia de los escritos en prosa que se mandaron quemar… y tantas cosas más en pro de los lopistas!

En fin. Como era ilegítima, tuvo que pelear para estar en el mundo. Así es como lo hizo en 1660, por lo menos. Andaba visitando el convento el licenciado García de Toledo y tocaba elegir Ministra. Es posible, escribía el cardenal de Toledo tras recibir noticias de Madrid, que tal cargo pudiera recaer por sus méritos en sor Marcela de san Félix, pero es que en tal caso «es necesaria dispensación de ilegitimidad». Por ello, para esta primera vez, como para las siguientes si las hubiere, «usando de nuestra facultad, dispensamos en la sobredicha a la dicha sor Marcela de San Félix para que no obstante este impedimento pueda ser elegida por Ministra del dicho convento…». Así que hasta el mismísimo cardenal de Toledo eximía del cumplimiento de los requisitos o de los impedimentos de sus propios ordenamientos, si estos podían perjudicar a los más meritorios. Corría el 19 de octubre de 1660. Según sus biógrafos no fue Ministra por vez primera, hasta 1663. Tendré que contrastar estos datos.

Y ya sí, ¿cómo no instar al lector a que busque las loas de sor Marcela, por ejemplo? ¿O qué decir de su romance dedicado a la soledad, ese bien que en la actualidad estamos obligados a aborrecer, en vez de saber vivir en él, que menos gastos les ocasionaría en psiquiatras?:

«Así, Soledad amada,

causa de todas mis dichas,

después que tú me faltaste,

me ha faltado la alegría…»