Ermita de San Pelayo y San Isidoro
Un paseo en Madrid por las ruinas románicas del Retiro
El 9 de marzo de 1896 el Ayuntamiento de Madrid ordenó el traslado a los jardines del parque madrileño de los restos de esta iglesia abulense del siglo XIII
Un templo alejado en tiempo y espacio del entorno en el que nació. Un viaje desde el pasado que le ha convertido en un claro ejemplo del romanticismo artístico. Descontextualizado, embellece el paisaje de este lado del Retiro y se ha convertido en escenario de foto para reportajes de boda en la capital de España. Sin embargo, en su origen, la iglesia o ermita de San Pelayo y San Isidoro, fue un templo católico medieval, de estilo románico, edificado en la ciudad de Ávila. En su momento, allá por el siglo XIII, fue construida extramuros, frente a la puerta de la Malaventura en el paño sur de la muralla abulense, hacia el oeste. En su recuerdo queda un espacio conocido como Atrio de San Isidro.
Tras la desamortización, que se llevó por delante buen número de joyas artísticas y arquitectónicas, fue llevada a Madrid donde tuvo diferentes emplazamientos. Sus restos ruinosos, al fin, encontraron finalmente acomodo en El Retiro.
Antes de instalarse en las cercanías de Menéndez Pelayo, se barajó y se intentó una fallida negociación para venderlo al Ayuntamiento de San Sebastián. No fructificó, y sus propietarios, tras la desamortización cerraron la venta de las ruinas a la Real Academia de la Historia en 1893. Estaba previsto que la nueva ubicación de la iglesia fuese los jardines del Museo Arqueológico. Se quería mostrarla como reliquia del románico y utilizarla como capilla en la que se diría misa con el rito mozárabe todos los domingos.
Todo quedó en el olvido hasta que Cánovas del Castillo, en 1896, se interesó por el monumento y el museo lo cedió al Ayuntamiento de Madrid.
De este modo, tras un largo peregrinaje, el 9 de marzo de ese año, el Consistorio de Madrid, ordenó su traslado a los jardines de El Retiro bajo la supervisión y proyecto del arquitecto Ricardo Velázquez Bosco. Al fin un técnico se preocupó de unas ruinas ignoradas, saqueadas y olvidadas durante decenas de años. Atrás queda la primera advocación del templo, dedicada al niño mártir cordobés, Pelayo. Así se cita en un documento de 1250 donde se dice que estaba exenta de contribución. Una antigüedad de la que nadie –nadie con capacidad de intervenir de manera relevante en el auxilio de la iglesia–, se interesó por el templo. Por otra parte se conoce el texto de consagración labrado en una lápida y fechado en 1270.
Ahora, la ermita asiste al ir y venir de decenas de miles de madrileños y visitantes. A una Feria del Libro en la que, cada año, algunos «descubren» una ermita que bien pudiera salir de un cuadro neogótico o una lámina del romanticismo.
El templo se ha ganado, tras años en su esquina cercana a la montaña del Retiro, su derecho a ser parte de ese paisaje urbano y artístico familiar para los ciudadanos. Demasiadas vicisitudes para unas piedras que, sin duda, han encontrado descanso en Madrid.
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