Cultura
El mayor museo de cine en España está en un piso de Chamberí
La colección de fetiches y objetos de Manuel Calvín supera los 60 años de historia. Su afán ahora es que puedan exhibirse y ser admirados por todos.
Nada más cruzar la puerta, la vista se nos va a la mesa del recibidor: las caras de la Casa de Windsor al completo reciben al visitante. Si giramos la mirada a la izquierda, en dirección a la cocina, llama la atención un enorme «display» publicitario del último Spiderman sobre el fregadero. No muy lejos del «hombre araña», hay una bandeja del filme «Moulin Rouge» (1952), regalo de John Huston. Aún no hemos llegado al salón, y nos topamos, sobre una mesilla, con un sombrero que lució Rex Harrison en «My Fair Lady» (1964). En una vitrina, una pléyade de estrellas nos miran a través de sus fotos autografiadas: «To Manuel» o «Para Manuel», puede leerse en cada una de ellas. De fondo, se hace cada vez más poderosa la voz de Pavarotti, que, además de tenor, fue un gran chef. «La mejor pasta que jamás he comido me la preparó él», afirma nuestro protagonista. Si antes de acomodarse tienen la imperiosa necesidad de visitar el cuarto de baño, descubrirán dos cosas: una, que el aseo es un espacio tan bueno como cualquier otro para almacenar DVDs; y dos, que la Julie Andrews de «Sonrisas y lágrimas» (1965) atesora tanta clase que hasta una foto suya rubricada encaja armoniosamente al lado del lavabo. Una vez que nos acomodamos en el salón, nos rodea lo que él llama «la realeza de Hollywood»: Robert De Niro, Paul Newman, Robert Redford, Michael Douglas, Jane Fonda, Charlton Heston... Piensen en una figura del Hollywood pasado o presente, la que ustedes quieran, y la encontrarán en la casa de Manuel Calvín, en la calle Cristóbal Bordiú de la capital. Bienvenidos al mejor «museo privado» de cine que encontrarán en nuestro país.
Las fotos autografiadas, los regalos y objetos pertenecientes a rodajes y los fetiches cinematográficos se contabilizan por miles en esta vivienda del distrito de Chamberí. Y eso sin contar todo lo que no está expuesto en su piso y que tiene a buen recaudo en un trastero. La historia de Manuel da para un documental... y, según nos confiesa, es posible que se termine realizando. Empezó con esta «locura» a los 10 años y, como cualquier chaval de los años cincuenta, se inició gracias a los álbumes de cromos. Hoy, aquel niño que se quedó enamorado de las imágenes en movimiento desde que acudió a ver «Bambi» en el cine Imperial, tiene 75 años. Y cuenta con un patrimonio cinéfilo de valor «incalculable», según confiesa a LA RAZÓN. No en vano, toda su vida ha girado en torno al cine. De hecho, de su conocimiento enciclopédico se beneficiaron la productora Araba Films, para la cual trabajó durante 15 años, y medios como la revista Acción, de la cual fue uno de sus primeros colaboradores.
Heston y Gardner
¿Cómo logró «cazar» todos estos tesoros? Para empezar a bucear en su historia, hay que volver a su niñez y adolescencia. Su padre, abogado de profesión, ejercía su labor en la rama laboralista para el productor Samuel Bronston y el cineasta David Lean. Dos nombres que, entre finales de los años cincuenta y ya entrada la década de los sesenta, pusieron a nuestro país en el mapa de Hollywood, al elegir España como plató para sus rodajes. Manuel no se perdió ni uno: desde «Rey de Reyes» (1961) a «El fabuloso mundo del circo» (1964), pasando por «Doctor Zhivago» (1965) y «Lawrence de Arabia» (1962). De hecho, gracias a esta última, conoció a Peter O’Toole, mientras éste trabajaba en la Plaza de España de Sevilla.
Con todo, de esta etapa, hay un rodaje que ocupa un lugar muy destacado en su corazón: «55 días en Pekín» (1963). Siempre recordará ese instante en el que vio tres sillas que ocupaban Charlton Heston, Ava Gardner y David Niven. Con Heston mantuvo una amistad que se prolongó hasta los últimos días de su vida: poco después de que al actor le diagnosticaran alzhéimer, llamó a Manuel para despedirse. Y con Ava... Hasta tal punto llega su devoción por la actriz, que Manuel se resistió a ver la serie «Arde Madrid», temeroso del retrato que pudieran hacer de las correrías nocturnas de la estrella, si bien es verdad que Ava «vivía por la noche y dormía durante el día, como los vampiros». «Veo sus fotos por casa y hay días que me falta muy poco para que se me salten las lágrimas», dice. Entre ellas, una que el propio Manuel le tomó en su casa de Londres, donde vemos a la actriz posando tímida, pero con una enorme sonrisa de complicidad.
Manuel no puede dejar de recordar a otro de los iconos en lo que a estilo se refiere: Audrey Hepburn. A principios de los años sesenta, su marido, Mel Ferrer, se desplazó a nuestro país para dirigir una película protagonizada por la estrella infantil –entonces ya adolescente– del momento: Marisol. Su título, «Cabriola» (1965). Durante su estancia, el padre de Manuel le consiguió al matrimonio un piso amueblado en la Plaza del Conde del Valle de Súchil, en Quevedo. «Audrey se hizo cliente de Galerías Preciados, hoy El Corte Inglés. Yo la acompañaba porque, aunque sabía el vocabulario, no tenía un castellano perfecto», recuerda Manuel, que pudo visitarla años después durante su estancia en Roma. Por desgracia, y «para disgusto de mis padres», la pareja se separó. «No perdimos nunca la amistad ni la comunicación hasta el último día de la vida de Audrey, algo que nos comunicó por teléfono Mel Ferrer».
Con todo, su profesión, ya en edad de trabajar, como relaciones públicas de varios hoteles de Madrid, fue clave a la hora de desarrollar esta «enfermedad», como él la llama cariñosamente: trabajó en el Castellana Hilton de 1969 a 1972 y en el Villamagna desde ese año y hasta 1988. Su ocupación y preocupación era que las «celebrities» que visitaran nuestra ciudad se sintieran tan cómodas que quisieran volver. Y a tenor de la amistad que Manuel trabó con ellas, su misión fue cumplida más allá del deber. «En los hoteles, los jefes sabían que yo estaba como loco por buscar a esta gente a Barajas. Y, mientras estaban en Madrid, les acompañaba al barrio de Salamanca de compras. O incluso les llevaba al Museo del Prado. Pedíamos que lo abrieran el lunes, día en el que estaba cerrado». De hecho, acompañó a la pinacoteca a la Reina Noor de Jordania, durante una visita a nuestro país junto a su esposo Huséin. Con ellos, afirma, mantuvo una «inolvidable relación durante más de 10 años». También acompañó al Prado a Grace Kelly, entonces ya convertida en la princesa Gracia de Mónaco. «Venir a este hotel es como sentirse en casa», le dijo en una ocasión. Por supuesto, su foto dedicada ocupa un hueco especial en su dormitorio.
Del mismo modo, tuvo la oportunidad de conocer al magnate Aristóteles Onassis y a la que era su esposa, Jackie, después de enviudar de John Fitzgerald Kennedy. «Jackie era súper educada, amabilísima y elegante. Ya viuda de Onassis, siguió viniendo al Villa Magna, sola o acompañada por sus hijos, Carolina y John John, a los que yo había conocido de pequeños».
Manuel, que cuenta con la nacionalidad inglesa, no nos perdonaría si no habláramos de su estrecha relación con la Casa de Windsor, que nace gracias a las estancias que pasaron la Reina Isabel II y Felipe de Edimburgo en el Villamagna. Pero quiere reivindicar también la figura de dos de sus miembros más discutidos: el duque Eduardo y su mujer, Wallis Simpson. «Eran una pareja sensacional. Sencillos, educadísimos y con un fenomenal sentido del humor, como buenos ingleses».
Difícil se lo ponemos si le damos a elegir entre las «joyas» que atesora en casa. Pero reconoce que, entre sus tesoros más preciados, puede presumir de un autógrafo dedicado por Katharine Hepburn. Un empeño casi imposible y que logró gracias a Christopher Reeve, el malogrado actor de «Superman». «Hepburn no firmaba autógrafos a nadie. Y Reeve empezó en el teatro gracias a ella. Cuando el actor se hospedó en el Villamagna, y viendo mi pasión por el cine, me dijo si podía hacerme algún favor. Al cabo de varios meses, me envió el autógrafo de Katharine», recuerda. Por contra, solo echa en falta una cara en su colección: la de Marlon Brando, especialmente esquivo a los focos.
Impulsar un museo
Pero no todo son autógrafos. De lo primero que Manuel muestra orgulloso son sus fotocromos: los carteles promocionales que acompañaban las proyecciones en los cines de Madrid. Entre ellos, cuenta con los originales de dos obras maestras: «Lo que el viento se llevó» (1939) y «Ben-Hur» (1959). Y después, están sus películas para proyectar en alguno de sus cuatro proyectores de Super 8. Manuel cuenta con una envidiable colección de 250 cintas en ese formato, entre ellas «King Kong» (1931), «Drácula» (1931), «Psicosis» (1960) y «La reina de África» (1951).
Ahora bien, Manuel no quiere ser el único que disfrute de todo esto. Su afán, prácticamente una obsesión, es que los amantes del séptimo arte puedan admirar sus joyas. Y es que es consciente de que, una vez que él deje este mundo, nadie se hará cargo de su colección. «Son ya 75 años, aunque no los aparente», dice. Por eso, hace un llamamiento a todas las administraciones –Ministerio de Cultura, Ayuntamiento y Comunidad de Madrid, Filmoteca Nacional...– para que su colección no desaparezca. «Quiero que se lo lleven todo», asegura. «Pueden tener el ‘’Thyssen’' del cine. Establecer un museo en cualquiera de los edificios que están a disposición del Ayuntamiento o la Comunidad, con una obra mínima». De hecho, entre las ideas que ha barajado, Manuel planea incluir en ese posible museo una sala de proyección de películas en Super 8. «Eso podría ser la bomba», dice.
Y avisa: desde este año asegura estar en conversaciones con el Museo del Cine de Turín, la Cinemateca Francesa y la Academia Británica de las Artes Cinematográficas (BAFTA). Si aquí no quieren su colección, es posible que acabe más allá de nuestras fronteras. «Ya lo han visto varios agregados culturales y han alucinado. Esto es para que lo vea todo el mundo. Y también es un negocio que puede dar mucho dinero», concluye.
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