La columna de Carla de La Lá
Todo lo que deberían hacer y no hacen
Estas cosas son imprescindibles y prioritarias en la vida de todos, todas y todes los mayores de edad.
Una vez leí, hace como 150 años que una persona civilizada, que toda persona civilizada, debía dormir sus ocho horas (llegando a fase REM, si no, no cuenta), hacer una hora diaria de ejercicio, leer dos horas, pasar tres horas de calidad con sus hijos o en su defecto, familias… escuchándolos, adorándolos... tener buen sexo equitativo, guarro y de calidad con resultado de orgasmo, pasar un rato a solas, respirando, consintiéndose a uno mismo (como dicen los ingleses “indulging myself”), trabajar, por supuesto (trabajos exitosos o que al menos nos permitan la libertad de pagar “el lecho donde yago” como diría Machado…) y, ah… lo más importante, o al menos lo más indignante…¡comerse una manzana!, cada día…
Yo me reía muchísimo, pero como buena control freak que soy, mis amigos y allegados lo saben muy bien, observo que ahora de adulta (de adultísima) hago demasiadas cosas cada día, me exijo mucho, ¿demasiado? Y quizá no siempre en la dirección correcta.
Analicemos juntos, las cosas que el sentido común y mis 44 años, divinamente llevados, me dicen que son imprescindibles y prioritarias en la vida de todos, todas y todes los mayores de edad:
- Perdonar: detesto la autoindulgencia (y adoro la autocrítica) sin embargo, recomiendo muchísimo la heteroindulgencia o el perdón, un ejercicio que habría que practicar a diario con nuestros semejantes, parejas, exparejas, compañeros de trabajo, hermanos, hijos, empleados, compañeros, mascotas.. y hasta con los teleoperadores que nos interrumpen en mitad de… yoquesequé. En serio, no saber perdonar es de una ingenuidad, bochornosa.
- Dormir: ese punto es indiscutible, ¿Puede haber algo más reparador para nosotros (y los que nos rodean) que dejar de existir ocho horas al día? Además, la falta de sueño nos precipita a ser gruñones y antipáticos por no decir a la psicosis, tres estados muy desafortunados en general.
- Callar: ¡qué bello y qué importante es el silencio! Amigues, por el contrario, hablar debería costar dinero, como cuando las antiguas tarjetas telefónicas, o engordar… Hagamos un ejercicio, que cada vez que abramos el pico, como dice mi amigo y pastor Joel Maceiras, nuestras palabras pasen por un exhaustivo control de calidad ¿es bueno, constructivo y necesario eso que va a salir rodando de mi boca?
- ¿Sexo?: Sí, sabemos que no es lo mismo llevar 6 días que 6 años juntos, sabemos que el sexo requiere un esfuerzo físico y hasta intelectual… ¡No sean vagos o lo lamentarán! Para el sexo, como para todo lo bueno bajo el sol, hay que ser ejecutivos. Luego… es como salir del gimnasio ¡qué bien sienta!
- Arreglarnos: ¡Adoro a la gente que se pone guapa! Ponerse guapo es cortesía, respeto, generosidad, deseo de integración, de aceptación, ponerse guapo es cuestionarse, dudar, ceder... amar...La gente que no se “prepara” me parece fea, pero por dentro.
- Orar: yo dedico al menos una hora al día a orar, leer y meditar acerca de asuntos espirituales; algunos días siento que no me da tiempo, que debería recortarlo o incluso pasar, pero ¡no! Nada supone un mayor ahorro de tiempo y energía, nada es más fructífero y acorta de modo más evidente la distancia con nuestras metas como la oración.
- Sonreír: de jovenzuela adoraba a las personas más inteligentes, ahora no. La cualidad que más admiro a los cuarenta es la alegría, la más difícil de mantener y compartir con los demás menesterosos.
- Hacer ejercicio: hay que mover el trasero y eso no necesariamente pasa por el horror y la cursilada del gimnasio, limpien, barran, poden, saquen la basura, repasen los armarios, las estanterías, ayuden a la vecina con las bolsas de la compra, bajen a los perros, practiquen el sexo (con sus parejas formales) sin medida, sin control… Sus cuerpos y almas se lo agradecerán. Y las de los que están a su alrededor.
- Ser simpáticos: H. James decía que sólo hay tres cosas importantes en la vida: la primera, ser amables, la segunda, ser amables y la tercera ser amables. ¡Yo procuro cumplirlo a rajatabla! Tratemos a las personas (y demás seres vivos) con cariño, respeto y humor, siempre.
- Agradecer: reconozco que cuando veo a las influencers tatuar en sus stories lo de #blessed, me produce automáticamente una cínica reacción, lo cierto es que yo me despierto agradeciendo a Dios todo lo que tengo, que, sin duda, no merezco, y me acuesto de la misma manera. El no agradecer es algo que les pasa a las personas que no han sufrido y a los que han recibido lo necesario siempre sin esfuerzo (el complejo de hijo único); pensar que uno se lo merece todo es el camino más rectilíneo a la infelicidad.
- Perfeccionar: me refiero a no ser “yavalistas” (de ¡ya vale!) ¡no!. Que todo lo que hagamos, por más estúpido y prosaico que parezca, esté bien hecho, ¡muy bien hecho! Piensen por un momento si todos hicieran la cama como ustedes en el mundo, ¿qué resultaría? Hacer las cosas mal, o a medias, es aburridísimo, desmotivante y perjudica la autoestima. Ya lo saben, desde lavarse los dientes a perpetrar un parricidio, busquemos la perfección y la Belleza.
- Dar: me refiero a servir, un término muy pasado de moda, me temo. No hay nada en el mundo más gratificante que ofrecer de lo nuestro a los demás, sean quienes sean, aunque no nos sobre… Desde luego sus cremaciones serán más estéticas y les llorará más gente cuando expiren.
- Proyectar: Hay que vivir el presente, sí, el ahora, como dice la Biblia: “Cada día tiene su propio mal” y es cierto, pero no olvidemos planificar, visualizarnos a medio y largo plazo y no dejar un solo día de encaminarnos hacia ese palacio resplandeciente (hablo de un estado espiritual, no de consumismo) que existe dentro de nuestra cabeza. Por tanto, vivamos sin miedo. Decididos, audaces. Este claim de Reebok hay que consumirlo con prudencia, pero es provechoso: Life is Short, Play hard.
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