Elecciones en Estados Unidos

¿Por qué solo hay dos grandes partidos políticos en Estados Unidos?

El sistema político estadounidense está configurado para ello, ya que otorga escaños en el Congreso y la presidencia mediante un método conocido como «el ganador se lo lleva todo»

AMP.- EEUU.- Trump y Harris se acusan mutuamente de "no tener un plan" para EEUU
AMP.- EEUU.- Trump y Harris se acusan mutuamente de "no tener un plan" para EEUUEuropa Press

Cuando los estadounidenses acudan a las urnas para elegir a su próximo presidente (o presidenta) el martes 5 de noviembre, solo tendrán dos opciones principales: el republicano Donald Trump o la demócrata Kamala Harris. Desde 1852, un candidato de los partidos hegemónicos ha ocupado el primer o segundo lugar en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Los comicios de 1912 fueron la única excepción. Entonces, Theodore Roosevelt, un popular expresidente republicano, se postuló como candidato de un «tercer partido», pero quedó en segunda posición. La victoria se la llevó Woodrow Wilson.

Antes de que los partidos Republicano y Demócrata conquistaran su hegemonía, el Partido Demócrata y el Partido Whig eran las formaciones mayoritarias. Y antes de ese enfrentamiento, el Partido Demócrata y el Partido Nacional Republicano dominaban las instituciones. Si nos remontamos más tiempo atrás, la rivalidad la protagonizaban los Demócrata-Republicanos y los Federalistas. En todo este tiempo, los terceros partidos han sido pequeños jugadores en la política presidencial de Estados Unidos. Han aparecido de forma ocasional, pero casi nunca con opciones reales de ganar la presidencia. Tampoco suelen competir por escaños en el Congreso.

Desde la Segunda Guerra Mundial, en la Cámara de Representantes no ha habido más de dos miembros entre sus 535 que no fueran republicanos o demócratas. Hay contadas excepciones, entre ellas Bernie Sanders, senador independiente por Vermont. ¿Por qué? La respuesta es que el sistema político de Estados Unidos está configurado para que existan dos grandes partidos, ya que otorga escaños en el Congreso y la presidencia mediante un método conocido como «el ganador se lo lleva todo».

Los candidatos que se postulan para el Congreso solo necesitan obtener la mayoría de votos para ser elegidos. En 48 de los 50 estados, los candidatos presidenciales obtienen todos los votos electorales de un estado –la manera en que se eligen los presidentes, estado por estado– siempre y cuando ganen una mayoría de los votos en ese estado.

El sociólogo francés Maurice Duverger teorizó en la década de 1950 que este tipo de sistema lleva, en efecto, a un sistema bipartidista. La ley de Duverger establece que los terceros partidos no pueden competir porque no hay premio por ganar, por ejemplo, el 15 o incluso el 25 por ciento de los votos. Esto conduce a los votantes a elegir candidatos que tienen más probabilidades de ganar, y lleva a los partidos a tratar de ampliar su atractivo a la mitad –o más– del electorado.

Las formaciones en riesgo de fragmentarse harán todo lo posible para evitar candidatos de terceros partidos. Cuando los votantes apoyan los ideales políticos de un partido, pero tienen dos candidatos que respaldan esos principios, ese partido perderá la elección porque esos candidatos dividirán los votos, permitiendo que el otro partido gane con una pluralidad.

De forma eventual aparecen gobernadores o senadores de un tercer partido, pero a menudo estos partidos tienen una influencia limitada y dificultades para convertirse en un movimiento a escala federal. Parte de este problema radica, en primer lugar, en la dificultad del partido para ganar; otra parte del problema es que los dos partidos principales pueden hacer que sea difícil para los candidatos de terceros partidos calificar para aparecer en la papeleta electoral en una elección determinada. (Estados Unidos, por ejemplo, permite que cada estado determine cómo un candidato presidencial aparece en la papeleta. Eso significa que los candidatos de terceros partidos generalmente deben ser personas acaudaladas que puedan financiar sus propias campañas y cumplir con los requisitos para aparecer en las papeletas en los 50 estados).

Aunque muchos candidatos de terceros partidos e independientes se han postulado en elecciones pasadas, pocos han recibido suficiente reconocimiento público y aún menos han recibido votos electorales de los estados. En 1992, el candidato independiente Ross Perot obtuvo el 19 por ciento de los votos, pero no ganó ni un solo voto electoral. En esta cita electoral, la tercera opción por detrás de Trump y Harris tras la retirada del independiente Robert F. Kennedy Jr.que retiró su candidatura para respaldad a Trump– es Jill Stein, que ya se presentó por el Partido Verde en las elecciones de 2012 y 2016. Y las encuestas le conceden una intención de voto cercana a un 1%.

Cuando los candidatos alternativos obtienen votos electorales, responden con frecuencia a las tensiones raciales. George Wallace –quien ganó 46 votos electorales en 1968– y Strom Thurmond –quien obtuvo 39 en 1948– eran sureños que se presentaron como opositores firmes a la integración entre estadounidenses negros y blancos, y son los dos últimos no republicanos ni demócratas en ganar votos electorales.

Candidatos regionales de terceros partidos también ganaron apoyo en la época de la Guerra Civil estadounidense, pero nunca estuvieron cerca de ganar realmente. Aparte de eso, el único candidato que no se postuló bajo la bandera de uno de los dos principales partidos y que tuvo una oportunidad legítima de ganar una elección general fue Roosevelt, quien fue un candidato único en sí mismo.

Sin embargo, incluso en ese caso, el expresidente terminó dividiendo gravemente el voto con su antiguo partido, el Republicano. Él y su sucesor republicano como presidente, William Howard Taft, juntos obtuvieron la mayoría del voto popular en 1912, pero el candidato demócrata Woodrow Wilson ganó la presidencia con una mayoría de votos: menos del 42 por ciento. Esto explica por qué los dos principales partidos políticos en los Estados Unidos tienen un incentivo para mantener el sistema bipartidista.