Elecciones en Estados Unidos
Lewandowski, el hombre que moldeó a Trump
«Sé tú mismo». Es la consigna que Corey Lewandowski le dio a Donald Trump para convertirle en caballo ganador.
«Sé tú mismo». Es la consigna que Corey Lewandowski le dio a Donald Trump para convertirle en caballo ganador.
En el previsible choque por la Casa Blanca figura una brigada de estrategas con empaque de consigleri en una peli de Coppola. Todo lo que sucede, brilla o sugestiona, el sustrato de la campaña y sus neones, de la gestación de ideas a la discusión política y los spots televisivos recibe el visto bueno de los hombres al cargo. En el ring de Trump las responsabilidades se reparten entre el mercurial Corey Lewandowski (1973) y gente con la experiencia de Michael Glassner y Paul Manafort.
Enfrentado al sustrato mismo del partido, Trump ha desarrollado una guerra en dos fases. Durante la primera acudió a los servicios de Lewandowski. Un general coriáceo. Con experiencia en Americans for Prosperity (AFP), la fundación de los hermanos Koch, quizá los multimillonarios más influyentes del campo conservador en EEUU. Graduado en la Universidad de Lowell, Massachusetts, antes de licenciarse compitió en 1994 por un escaño en el parlamento del Estado. Perdió y redirigió sus pasos hacia Washington, donde cursó un master en Ciencias Políticas. Después echó los dientes junto a diversos senadores y congresistas estatales y empresas como la agencia de relaciones Schwartz Communications.
Acostumbrado a jugar con distintas barajas, Lewandowski animó a Trump a ser él mismo. «Que Trump sea Trump», dice el «Washington Post» que comentó en un memorándum interno al principio de la campaña. Una jugada audaz, la de complacerse en el arquetipo legionario frente a los asesores que predican mesura. Contrapuesta a décadas de teoría política, que primero noqueó y después derritió a unos oponentes políticos.
Había que contemplar a Lewandowski el pasado martes, mientras se anunciaba la victoria irresistible de su candidato y, poco después, el adiós de Ted Cruz. Eufórico, Lewandowski abrazó a sus colaboradores. Pero los éxitos recientes también suponen someterse a un escrutinio exhaustivo. En los últimos días han entrevistado a un buen número de sus subordinados en AFP. De sus palabras se desprende la imagen de un jefe problemático. Aficionado a usar un lenguaje que unos definirían como contundente y otros como directamente insultante. «Es un patán condescendiente y desagradable». Así lo describe, en declaraciones a The Daily Beast», Pat Maloney, ex alto cargo de AFP en Ohio. Un día Maloney no pudo asistir a una reunión por internet. Se encontraba junto al lecho de muerte de su abuela cuando sonó el teléfono. Era Lewandowski, hecho una fiera, «preguntándome quién demonios me creía que era cómo para perderme la reunión».
De Lewandowski se ha escrito mucho estos días. Cómo olvidar la acusación de haber agarrado con malos modos a Michelle Fields, periodista de Breibart News, durante un mitin. Acusado de agresión, los cargos fueron sobreseídos. También se recuerda su capacidad para decir una cosa y la contraria: mientras colaboraba con los Kosch y hacía campaña contra las iniciativas legales para combatir las emisiones de gases de efecto invernadero trabajó a tiempo parcial para la empresa de paneles solares Borrego. Según la revista «Newsweek» ayudó a conseguir un contrato público para Borrego en Lancaster (Massachussetts) por valor de medio millón de dólares.
En palabras de Russ Choma, de la revista «Mother Jones», el látigo contra las políticas medioambientales, conocido por liderar «una agresiva operación que buscaba eviscerar los subsidios y las regulaciones gubernamentales, y en particular el programa de energías limpias de la administración Obama, mantuvo una especie de doble vida». Algo que no molestará a un Trump que ha sido de forma sucesiva donante y amigo de los Clinton y ahora rival por la Casa Blanca. Defensor y enemigo del aborto. Partidario de los recortes fiscales y, también, valedor de que los ricos paguen más impuestos. O actual paladín de la contención presupuestaria y, al mismo tiempo, campeón de los subsidios sociales y los programas públicos de asistencia médica.
Llegados a este punto, mientras Trump ventea el triunfo, Lewandowski compartirá su cetro con Glassner y Manafort. El primero, fichado en 2015, fue capital en las batallas electorales de Bob Dole, George W. Bush y Sarah Palin. El día en que se incorporó al equipo de Trump declaró su orgullo por «tener la oportunidad de trabajar con Donald J. Trump, ejemplo de excelencia en áreas como el negocio inmobiliario, los deportes, la industria del entretenimiento y, ahora, la política». Entre tanto Manafort, tuvo su bautizo de fuego en la campaña del 72 de Gerald Ford. También ha peleado junto a Ronald Reagan y Bush padre. Su principal cometido pasa por apaciguar al establishment republicano, todavía de uñas. A tal fin ha comenzado a reunirse con los pata negra del partido y programado un entrenamiento a base de teleprompter y discursos muy sazonados para evitar sorpresas. La alquimia política que despliegan ayuda a explicar los movimientos del millonario. Sus consejos son indisociables de una telecracia en la que cuenta tanto el hueso del discurso como su impronta, el tuétano y las colgaduras, ying y yang necesarios que orientan en las turbias cartografías de una campaña salvaje, mientras los candidatos menos decididos sucumbían a unas debilidades que conviene maquillar o, todavía mejor, aprovechar con ingenio. Unos y otros son los futuros hombres de un hipotético presidente con el que nadie contaba hace un año. Ministros del poder. Rabinos supremos del espectáculo al mando de una guerra a bayoneta calada, susurrando al oído del próximo emperador que también él, sí, Trump, es mortal.
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