Geopolítica

Las dos consecuencias de un cierre en falso en la guerra de Ucrania en la nueva era Trump

El inquilino de la Casa Blanca ha dejado claro que la prioridad de Estados Unidos es frenar la expansión de China y consolidar su influencia sobre territorios estratégicos como el canal de Panamá y Groenlandia

NUUK (GROENLANDIA), 07/01/2025.- El avión que en el que viaja Donald Trump Jr a su llegada al aeropuerto de Nuuk, Groenlandia, este martes. El hijo del presidente electo estadounidense se encuentra en visita privada al territorio autónomo danés de Groenlandia. EFE/EMIL STACH PROHIBIDO SU USO EN DINAMARCA
Donald Trump Jr. con el avión presidencial de visita GroenlandiaEMIL STACHAgencia EFE

Además de los ejes principales de política exterior que Trump había anunciado a lo largo de la campaña electoral, como son defender la soberanía e intereses del país, fortalecer a los EEUU, promover la prosperidad de la nación corrigiendo su déficit de la balanza de pagos, un mes antes de la toma de posesión, Trump hizo varias declaraciones que alarmaron a una parte de la opinión pública mundial. El canal de Panamá y Groenlandia, que ahora incluso los más escépticos parecen reconocer como zonas donde se observan preocupantes tendencias de expansionismo e intervencionismo chino, son de vital interés para Occidente.

Otras declaraciones parecían una advertencia para ganar posiciones negociadoras una vez llegado al despacho oval. Además, el presidente Trump proclamó que sus prioridades en política exterior iban a ser: acabar con las guerras en curso, lograr la paz en Oriente Medio y evitar la Tercera Guerra Mundial. Los presidentes electos de los EEUU, por razones obvias, tienen el mismo «briefing» de inteligencia que el presidente saliente. Muchas de las declaraciones y anuncios en materia de política exterior del presidente Trump y su equipo entrante tienen su origen en informaciones preocupantes que confirman las declaraciones más chocantes sobre el canal de Panamá (corroboradas por Marco Rubio en su comparecencia de confirmación en el Senado de los EEUU) o Groenlandia.

A lo largo del primer mandato de Trump, se le acusó de connivencia y sintonía con el régimen de Vladimir Putin, y, a pesar de sus declaraciones extremadamente críticas con el presidente ucraniano Zelenski (no con Ucrania), amenazó con severas sanciones a Rusia si no se avenía a negociaciones para poner fin a la guerra de Ucrania de manera inmediata.

Lo cierto es que los que más nos hemos plegado a las trampas y designios de los rusos somos los europeos occidentales. De hecho, algunas de las más profundas discrepancias entre socios en el seno de la UE tienen mucho que ver con la inminencia de la amenaza rusa y la presencia en sus países de importantes minorías rusas, que, a pesar de gozar de todos los derechos propios de una democracia, son contempladas como caballos de Troya del otrora amo ruso, antes soviético. Europa se acostumbró al petróleo y gas rusos, baratos y fácilmente accesibles a través de oleoductos y gasoductos construidos y financiados por nosotros. Alimentó a nuestras industrias y permitió a nuestras ricas sociedades invertir recursos escasos en otros sectores prioritarios. Sin embargo, una adecuada administración y una inteligente política energética nos habrían otorgado la independencia en este ámbito, vital para nuestras economías y bienestar.

Con nuestras actitudes egoístas y de cortas miras, hemos dado a una potencia económica más bien menor como Rusia —quizás por poco tiempo, debido al crecimiento militar exponencial de China— la segunda potencia militar del mundo, una ventaja geoestratégica y geoeconómica impropia de su peso real en el mundo.

Si el conflicto de Ucrania se cierra en falso, tendrá por lo menos dos consecuencias: la primera, la consolidación del expansionismo ruso, que en consecuencia jamás se retiraría de los territorios ilegal e ilegítimamente ocupados de Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, la península de Crimea en Ucrania y el Dombás (las provincias de Donetsk y Lugansk). Esa amenaza se extendería irremediablemente a los vecinos de Rusia, especialmente a las repúblicas bálticas, Moldavia, Polonia o incluso los nuevos miembros de la OTAN, Finlandia y Suecia. La segunda sería una invitación a China a invadir Taiwán.

La incorporación de estos dos últimos a la Alianza Atlántica solo ha hecho más difícil la salida a mar abierto de las flotas rusas, que están estranguladas en el Báltico (ocho de los nueve países ribereños son miembros de la OTAN). La del mar Negro, en Crimea, tiene que pasar los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, ambos controlados por Turquía (OTAN). Incluso la del Pacífico, en Vladivostok, está situada en el mar de Japón, dominado por la base estadounidense de Okinawa al sur y las múltiples bases japonesas en la isla norteña de Hokkaido.

Por ello, sus accesos a mar abierto están completamente dominados, con la excepción de las dos bases navales en la región de Múrmansk, con su cuartel general en Severomorsk (principal parte de la flota de superficie del norte), que encabeza otras seis bases, destacando la de Polyarnyy, de submarinos nucleares y popularizada por la soberbia primera novela "A la caza del Octubre Rojo" (junto a su obra maestra "Red Storm Rising", novela que es el manual perfecto de la Escuela de Estado Mayor sobre una posible guerra convencional entre Rusia y Occidente) del inolvidable y llorado Tom Clancy.

El deshielo del océano Ártico pone en el centro del interés geoestratégico mundial a Groenlandia, lo que contextualiza las reivindicaciones de Trump, cuyas formas no son nada diplomáticas, pero que mandan mensajes meridianamente claros a sus interlocutores. No van a permitir influencia china en el canal de Panamá, ni rusa o china (o de ambos) en Groenlandia.

La coordinación de acciones entre Rusia y China es un asunto que ha sido irresponsablemente ignorado por Occidente. Se ha considerado que sus diferencias y tensiones, unidas al indisimulado desprecio que China muestra a Rusia como potencia global —pues la considera una potencia regional con fuerzas armadas nuclearizadas de capacidad global y no un actor global como se ven ellos mismos—, evitarían una alianza estratégica. Sin embargo, China se ve a sí misma como la primera potencia mundial en el siglo XXI. Lo que ha pesado más es la coincidencia de enemigos y adversarios, y eso es lo que va a presidir la coordinación sino-rusa por lo menos en la próxima década.

Tenemos que dejar para una tercera parte el resto de nuestro análisis de política exterior de Trump 2.