Elecciones
El uribismo cae en la irrelevancia después de dos décadas moviendo los hilos de la política colombiana
El voto al ex guerrillero Gustavo Petro y al empresario Rodolfo Hernández demuestra que los ciudadanos han pasado página del conflicto y abrazan los acuerdos de paz con las FARC
La despedida del uribismo del poder va ser de sopetón: por primera vez en dos décadas ningún candidato a la presidencia se afilia con el movimiento que ha encabezado Álvaro Uribe, el político más popularidad en la historia del país andino, que gobernó esa nación por entre 2002 y 2010 y que ha mantenido una gran influencia política en todo el siglo XXI.
Gustavo Petro y Rodolfo Hernández han cargado contra el exmandatario y su grupo político. El primero lo ha hecho históricamente desde la izquierda, enfrentándose a los candidatos guiados por Uribe dos veces, y perdiendo, en 2010 y 2018. Pero ahora ha salido como el más votado en la primera vuelta.
Hernández, por su parte, ha publicado un hilo en Twitter con 20 puntos que lo diferencian del uribismo incluyendo la reducción del Estado, la austeridad, el apoyo a un acuerdo de paz con la guerrilla del ELN, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela y la aprobación de la adopción para parejas del mismo sexo o la legalización de la marihuana. Son propuestas que, dice, lo alejan de la Administración de Iván Duque y “los gobiernos anteriores”, todos ellos encabezados por hombres cercannos a la plataforma de Álvaro Uribe.
El único capaz de ganar en primera vuelta
Uribe llegó al poder en 2002 con la mayor cantidad de votos jamás registrada en Colombia y una victoria en primera vuelta aplastante, venía de gobernar el departamento de Antioquia y prometía mayor seguridad y mano dura frente a las guerrillas que controlaban amplios territorios. Desde la primera magistratura produjo logros operacionales militares, liberó de las milicias a varias poblaciones y redujo los grupos combatientes, generando condiciones para una economía más robusta y una reactivación de la vida rural. Así ganó la inédita reelección en 2006, también en la primera vuelta, después de de adelantar una polémica reforma constitucional para poder buscar un segundo mandato.
Sus siguientes cuatro años siguieron mostrando números de guerrilleros derrotados, aunque luego se supo que más de 6.000 civiles fueron asesinados bajo los llamados “falsos positivos” del Ejército que los hicieron pasar por integrantes de las FARC. Durante más de una década, Uribe ha negado haber ordenado tales ataques, y tampoco ha sido vinculado formalmente a las investigaciones.
Fueron las primeras manchas de su prestigio, que se mantuvo lo suficientemente alto a pesar de no poder imponer una tercera reelección. Aun así tuvo la fuerza para señalar a su sucesor y convocar a una mayoría electoral que lo confirmara: Juan Manuel Santos, hasta ese momento su ministro de Defensa. Un mandatario que se alejó de la sombra de su mentor y negoció la paz con las FARC, ganándose el calificativo de traidor. Entonces Uribe puso a Oscar Iván Zuluaga para competirle la reelección, y casi logra sacarlo del poder al salir mejor parado en la primera vuelta. Finalmente Santos se impuso en la segunda.
Pero la influencia de Uribe siguió fuerte, haciéndose de un puesto en el Senado con casi un millón de votos y una apuesta por Iván Duque como siguiente ficha presidencial. El actual mandatario está por terminar su periodo, y no tiene colegionario a quien entregarle el testigo. Por primera vez en dos décadas el uribismo llegó a la primera vuelta sin candidato, pues el propuesto se hizo a un lado al no tener posibilidades.
Así, el Centro Democrático (CD) cuya imagen gráfica es la silueta del expresidente, coqueteó con una coalición a la que no fue invitado y apoyó de manera indirecta a un competidor que, además, fue crítico de la gestión saliente: Federico “Fico” Gutiérrez. Uribe no llamó a votar por él, aunque en el equipo del candidato hubo integrantes del CD. E igualmente perdió.
Desprestigio
Porque la de Duque fue una legislatura llena de problemas, con una conflictividad social desatada, una economía golpeada por la pandemia que también costó vidas, una ingente migración venezolana y una violencia que no dejó de crecer, con víctimas civiles, firmantes del acuerdo de paz y manifestantes por doquier.
En paralelo, el propio Uribe fue llevado a la justicia y enfrenta desde hace dos años los presuntos delitos de soborno y fraude procesal por manipulación de testigos. El rechazo popular ocurre en las mismas calles que se llenaban de quienes querían vitorearlo, desde que era alcalde en Medellín. En enero pasado fue abucheado en esa ciudad. Su popularidad en Colombia ahora se sitúa en el 38%, según la encuestadora Invamer.
Colombia hoy quiere paz, y Uribe se ha convertido en uno de los principales críticos a la firma de 2016. “Comprometió su capital político en la lucha contra el acuerdo de paz, lo que finalmente llevó a debilitar un poco su base política porque incluso en el momento de su mayor popularidad los colombianos eran mayoritariamente favorables a una solución negociada del conflicto”, ha dicho Yann Basset, profesor de Ciencia Política de la Universidad del Rosario.
Ninguna figura ha podido disputar el impacto de Álvaro Uribe en la política colombiana. Dos décadas más tarde su fuerza política ha decaído no por sustitución sino por el agotamiento de una tendencia que no ha podido encontrar un lugar en la Colombia de los acuerdos de paz, refrendados en consulta popular.
Por ahora el uribismo se concentra en frenar la posible victoria de Gustavo Petro. Al mismo tiempo, evalúa sus propios caminos a futuro: cada semana se reúne el comité político del Centro Democrático para diseñar rutas políticas, hasta ahora sin resultados claros. Eso sí, sigue teniendo casi 2 millones de votos en su haber, según los resultados parlamentarios del pasado mes de marzo.
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