Opinión

Lección peruana de democracia

En América Latina, muchos líderes elegidos en las urnas, una vez en el poder, desarrollan prácticas marcadas por el autoritarismo

Policías prestan guardia en los alrededores del Congreso peruano, el miércoles, durante los momentos de máxima tensión para Perú
Policías prestan guardia en los alrededores del Congreso peruano, el miércoles, durante los momentos de máxima tensión para PerúPaolo AguilarAgencia EFE

Sexto presidente de Perú en seis años, Pedro Castillo ha fracasado completamente en su rocambolesco intento de golpe de Estado. Elegido en julio de 2021, el señor Castillo había escapado a dos previas mociones censura, la última en marzo de 2022. Desde su elección, Perú ha vivido repetidas crisis ministeriales, con la formación de cuatro gobiernos en ocho meses, un hecho sin precedentes en el país. País que está sumido en una profunda crisis política, pero hay esperanza: la dictadura en América Latina pierde fuerza.

No muy lejos de él geográfica e ideológicamente, la condena de Cristina Fernández de Kirchner por corrupción marca también una crisis política permanente en la que se hunde Argentina, con el telón de fondo de las acusaciones de politización de la justicia argentina y de su conversión en un partido político (de derechas); acusaciones apoyadas en particular por ciertos miembros “podemitas” del gobierno español.

Al oeste del Cono Sur, la reciente victoria electoral del izquierdista Lula da Silva a la presidencia de Brasil parece a priori haber sido una victoria de la democracia, más que de su partido (PT). Sin embargo, la elección de Lula es un acontecimiento agridulce, porque las elecciones legislativas y de gobernadores fueron ganadas en gran parte por candidatos conservadores o de extrema derecha que apoyaron a Bolsonaro. Lula se enfrenta a una hostilidad sin precedentes como presidente, ya que sus oponentes políticos controlarán el Congreso de Brasil y sus Estados más grandes y ricos. Queda por ver qué significarán los próximos meses para la democracia brasileña.

Más allá de estos tres casos -Perú, Argentina y Brasil-, la política latinoamericana obviamente no se reduce a una serie de rupturas. El estudio de los regímenes políticos nos invita a distinguir y articular dos criterios fundamentales: las condiciones de acceso al poder (es a este nivel al que creemos estar asistiendo a los cambios); y las formas en que se ejerce el poder. Muchos líderes elegidos democráticamente, una vez en el poder, han desarrollado prácticas políticas marcadas por el autoritarismo, y viceversa.

Una rápida mirada al período 2000-2020 en América Latina revela la dificultad de anclar la democracia en el corazón mismo del poder (tanto en las representaciones como en las prácticas). La euforia democrática de principios de siglo fue incluso efímera... Hizo falta menos de una década para que se percibieran los primeros signos de resistencia autoritaria, con el telón de fondo de una desaceleración económica regional y un aumento de los escándalos de corrupción.

La inestabilidad política se extendió entonces, desafiando el equilibrio democrático en la mayoría de los países de la región. Esta nueva inestabilidad es cada vez más diversa: derivas hacia regímenes autoritarios y represión sistemática de opositores en Venezuela y Nicaragua; destitución abusiva de presidentes por sus Congresos en Paraguay (2012), Brasil (2016) y Perú (2020); reelecciones impugnadas de presidentes acusados de manipular las normas electorales en Nicaragua (2011 y 2016), Honduras (2018), Venezuela (2018) y Bolivia (2019); dimisiones forzadas de presidentes en ejercicio en Guatemala (2015), Perú (2018) y Bolivia (2019). En varios países, los desafíos populares a la legitimidad del gobierno también han dado lugar a una intensa represión policial, marcada por violaciones de los derechos humanos.

Las élites políticas latinoamericanas son reacias a aceptar las reglas del juego democrático cuando éstas les son desfavorables. Algunos grupos progresistas surgidos del giro a la izquierda se aferran al poder, aunque ello signifique renegar de los valores que habían defendido en el pasado. Creyendo que su proyecto de reforma va más allá de los plazos democráticos (y, por tanto, del marco legal de los mandatos), algunos han jugado al aprendiz de brujo: han abierto la caja de Pandora de la ingeniería institucional para poder mantenerse en el poder. En cuanto a las élites conservadoras, habían tolerado las alternancias electorales a principios de la década de 2000, pero nunca se plantearon permanecer en la oposición. Cuando ven amenazados sus intereses, el objetivo de recuperar el poder es lo primero, aunque ello implique recurrir a la panoplia de herramientas antidemocráticas para lograr el relevo. En realidad, después de haber llevado los valores democráticos por los escarpados caminos del autoritarismo, sus élites relajan su bandera y vuelven al punto de partida. Este comportamiento ambivalente hacia los procedimientos democráticos, unido a los malos resultados económicos de los últimos años, ha alimentado una nueva espiral de decepción y desconfianza entre las poblaciones latinoamericanas.

Así pues, las recientes turbulencias políticas de América Latina nos incitan a explorar, con cierta preocupación, la zona gris entre autoritarismo y democracia. La epidemia mundial del coronavirus, que asestó un nuevo golpe a las economías de la región y erosionó aún más la legitimidad de los gobernantes, ha amplificado esta tendencia a la inestabilidad, alimentando a corto plazo la oferta política antisistema.