Crisis política
Un Johnson aislado se enroca: «No voy a dimitir»
En plena rebelión del Gobierno, el «premier» británico cesa a su ex aliado Michael Gove después de que le dijese que su tiempo había acabado
Con Boris Johnson nunca se aplicaron las reglas de la gravedad. Siempre fue por libre. Una mezcla extraña de político y “showman” para un hombre que se creía por encima del bien y del mal. Desde pequeño soñaba con ser “el rey del mundo”. Pero hay dos reglas que ningún mandatario puede obviar. Cuando se pierde la confianza de tus propias filas y del electorado, tu carrera está terminada. Y eso es lo que tiene que asumir la ambición rubia: ha perdido la batalla.
Anoche, Johnson continuaba en Downing Street, pero era ya un auténtico cadáver político. En menos de 24 horas, había sufrido una hemorragia de cerca de 40 dimisiones del Gobierno. Ninguna de ellas tan importante como la del responsable del Tesoro, Rishi Sunak, o Sanidad, Sajid Javid, que el martes por la noche prendieron la mecha. Pero todas ellas hacían evidente que su situación era insostenible.
La sesión semanal de control al Gobierno fue este miércoles realmente humillante. Varios diputados de sus propias filas fueron los que pidieron públicamente su renuncia. Johnson, sin embargo, se aferraba al poder. “El trabajo de un primer ministro en tiempos difíciles, en circunstancias en las que se le ha dado un mandato colosal [por las elecciones generales de diciembre de 2019], es seguir adelante y eso es lo que voy a hacer”, matizaba.
Al verse acorralado, había rumores que apuntaban a que, a modo de último órdago, podría incluso convocar elecciones anticipadas para dejar su destino en manos del electorado en lugar de sus propias filas. Pero, según los llamados ‘Principios de Lascelles’ -,ideados en 1950 por el secretario privado del rey Jorge VI- el monarca puede rechazar la solicitud del primer ministro para sacar las urnas si puede confiar en encontrar otro que pueda gobernar por un tiempo razonable, si hay una mayoría en la Cámara de los Comunes que garantice que se pueda seguir con la agenda, si se considera que es perjudicial para la economía. Y los tres requisitos ahora se cumplen.
Según los medios británicos, los ministros del Gabinete aseguraban en privado que todo había terminado. El único motivo por el que permanecían en el Gobierno era por sentido del deber para evitar el caos en el país. Pero daban por hecho que la salida de Johnson sería en las próximas 24 o 48 horas.
A fin de proporcionarle una dimisión digna, una delegación de ministros que incluían a Nadhim Zahawi -quien el martes fue nombrado nuevo Chancellor- se reunieron con él para pedirle que se marchara. Sus aliados más próximos, como Michael Gove, uno de los pesos pesados del Gabinete, le explicaron que la situación era ya insostenible. Pero al cierre de esta edición, Johnson se negaba a aceptar su destino. La presión que en su día forzó la salida de Theresa May o de la propia Margaret Thatcher con él no era suficiente.
Tras la moción de confianza de principios de junio -donde el 41% de sus filas ya votó en su contra- Johnson estaría inmune a desafíos durante un año. Pero cada vez hay más voces que presionan para cambiar las reglas y forzar otra votación tan pronto como la próxima semana.
Lo que le ha llevado hasta esta situación son los mismos defectos de carácter que han perseguido toda su carrera: su persistente mentira y flagrante desprecio por los códigos y convenciones que necesariamente sustentan la vida pública. Estas dos fallas se han replicado en su respuesta al último escándalo que rodea a Chris Pincher, quien se vio obligado a renunciar la semana pasada como responsable de disciplina del Partido Conservador tras acusaciones de agresión sexual. Johnson no sólo nombró el pasado mes de febrero a un candidato manifiestamente inadecuado para el cargo, sino que cuando esto se hizo evidente, su primer instinto fue disimular y luego hacer que otros dijeran mentiras en su nombre.
Mentiras y escándalos
Lo mismo que ocurrió durante el “Partygate”, un escándalo que está aún pendiente de investigación parlamentaria para esclarecer si el `premier´ mintió a Westminster cuando en repetidas ocasiones dijo que no había violado las normas del confinamiento. A día de hoy, sigue defendiendo que creía que las fiestas eran reuniones de trabajo.
Su deshonestidad compulsiva ha dañado la reputación de todo el Gobierno porque gran parte de los ministros han salido varias veces a dar la cara ante los medios defendiendo argumentos que luego se han demostrado ser falsos.
Las mentiras no se limitan a cuestiones de conducta personal. En su carta de dimisión como ministro del Tesoro, Sunak señaló que el `premier´ no estaba dispuesto a contarle al público las duras verdades sobre el estado de la economía y sincerarse sobre las difíciles decisiones que se avecinan cuando la inflación va camino de superar el 11%.
A medida que las dificultades políticas se intensifican, el premier siempre recurre a anuncios cada vez más fantasiosos que no sobreviven al contacto con la realidad y eso solo socava aún más la confianza pública. Ayer mismo se comprometía a llevar a cabo la mayor reducción de impuestos en toda una década. Pero parece que ya nada ni nadie puede garantizar su supervivencia.
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