Memorias
El día en que Miguel Bosé casi muere por culpa de su padre
El cantante publica «El hijo del capitán trueno», unas memorias en cuyas páginas refleja el carácter autoritario de su padre, el torero Luis Miguel Dominguín
El próximo miércoles 10 de noviembre llegará a las librerías «El hijo del capitán trueno», la autobiografía que Miguel Bosé publicará bajo el amparo de la editorial Espasa. «Generoso y audaz como nunca le hemos visto, el autor nos ofrece la cara menos conocida de personajes memorables, desde un Picasso vulnerable y crepuscular, al hermoso y maldito Helmut Berger», rezaba el comunicado inicial con el que la firma presentó el libro. Sin embargo, es el padre del cantante, el torero Luis Miguel Dominguín, una de las personas que más protagonismo cobra a lo largo de las páginas que componen la obra, que ya se antoja polémica incluso antes de ver la luz.
Miguel Bosé ahonda en sus memorias en la complicada relación que mantenía con su padre y explica el origen de ese enorme cisma que los separó de por vida. En «Un paseo por Somosaguas», uno de los capítulos de «El hijo del capitán trueno» al que LA RAZÓN ha tenido acceso, el artista desvela que entendió que nunca estaría a la altura de las expectativas de Luis Miguel Dominguín cuando este lo llevó a un peligroso safari por África cuando solo tenía diez años. Un terrible periplo en el que el autor pasó penurias y calamidades, estando incluso a punto de perder la vida. «Voy a conseguir hacer de ti un hombre, ¡pero vamos!, como que soy tu padre», recuerda que le decía el diestro.
Pese a las reticencias de su madre, que se negaba en rotundo a que su «Mighelino» viajara hasta Mozambique para enfrentarse a leones, elefantes y demás fieras, Luis Miguel Dominguín no paró hasta que se llevó consigo al pequeño Bosé. «¡Maricón, Lucía, el niño va a ser maricón! ¡Seguro!», se quejaba, como pretexto para que el cantante le acompañara en su expedición. Entonces comenzó el calvario de un pequeño de diez años que solo quería volver a Madrid con su madre y su Tata.
«A los pocos días fuimos a cazar hipopótamos, y como no hacía pie en aquellos pantanales, me subieron a hombros de un porteador hasta llegar a la choza de apostamiento entre cañizales –comienza recordando Miguel Bosé aquel horrible safari–. Durante el trayecto, mis piernas, que de rodilla para abajo estuvieron siempre dentro del agua, se plagaron de sanguijuelas, decenas de ellas, colgando como flecos que ni noté al pegárseme. Me picaron muchos mosquitos, muchísimos y de todos los tamaños, y fue ahí donde, con toda seguridad, agarré el paludismo, lo que hoy se conoce por malaria».
Lo que se habría curado fácilmente con unas pastillas de quinina terminó derivando en serias complicaciones ante la negativa de Luis Miguel Dominguín de medicar a su hijo. Su tía Paquitina, que coincidió con ellos en África, imploró al torero que tratara al pequeño Bosé «o moriría antes de regresar a España», pero nada hacía entrar en razón al diestro: «Dijo que no, que eso era una mariconada que no servía para nada. (…) Cerró la discusión replicando que lo que yo tenía no era malaria sino mamitis, y que o espabilaba o no me volvía a traer de safari. Los Blasco abandonaron el campamento seriamente preocupados, con una terrible angustia de corazón, pero ahí quedó zanjado el tema», rememora el cantante.
Miguel Bosé pasó los días siguientes encadenando los vómitos con la diarrea y los mareos, al tiempo que andaba durante kilómetros bajo el ardiente sol de la sabana. «Las caminatas se me fueron haciendo cada vez más duras, pero jamás protesté, no quería decepcionar a mi padre. Hasta que en una de ellas me desplomé, sudando y tiritando, blanco y frío como la tiza. Recuerdo entreabrir los ojos y ver a mi padre en pie junto a mí, a contraluz, reanimarme con la punta de su bota y decirme: «Venga, no seas nenaza, levántate y camina como un hombre y déjate de mareos o te vas a enterar lo que es uno de verdad del tortazo que te voy a meter, y basta ya de tonterías». Me tiró encima de la cara su sombrero con desprecio para repararme del sol, o así lo entendí, y girando talones, le vi alejarse, contrariado y agotada su paciencia», cuenta Bosé en sus memorias. En aquel instante, comprendió que su relación estaba perdida para siempre: «Entendí que nunca conseguiría estar a la altura de sus expectativas, que él nunca estaría orgulloso de mí porque era débil, que nunca iba a quererme, que yo no era el hijo que él esperaba que fuera, y ahí, con diez años, tirado en medio de África, decidí que para qué esforzarme más. Me sentía muy mal, muy triste, muy solo, muy enfermo y tiré la toalla, no aguanté».
Quince kilos menos
Pasado el mes de safari y sin haber recibido el tratamiento necesario, por fin el cantante escuchó las palabras que tanto anhelaba de parte de su padre: «Mañana nos volvemos a Madrid». En el aeropuerto los esperaba Lucía Bosé, que se quedó «descompuesta» cuando vio llegar a su hijo Miguel con más de quince kilos menos y «enormes ojeras moradas». El pequeño Bosé empeoró aún más en España, llegando incluso a quedar en coma, un momento en el que vio la famosa luz que describe como «brillante, blanca, transparente y fría». Por fortuna, logró regresar de allá donde se encontrara: «Abrí los ojos y les vi a todos, ahí de pie, rodeando la cama». Estaba vivo, pero le aguardaba una complicada recuperación. Mientras, su padre tuvo que acarrear con la vergüenza y la furia de buena parte de la familia.
Un safari demasiado caro
Ni que decir tiene que el disgusto de Lucía Bosé con su marido fue mayúsculo cuando vio llegar a su hijo completamente deshecho. «Mi madre le echó de casa nada más llegar de África y le dijo que no quería verle en el resto de sus días, y que si al niño le pasaba algo, le pegaría dos tiros», cuenta Bosé en sus memorias. Además, el médico amigo de la familia, el doctor Tamames, también retiró la palabra a Luis Miguel Dominguín por su tamaña irresponsabilidad. Aquel fue el principio del fin de un matrimonio condenado al fracaso por las continuas infidelidades del torero. Cuando se colmó su paciencia, la italiana se armó de valor y decidió separarse en una época en la que todavía no estaba bien visto. El diestro, íntimo amigo de Franco, amenazó a su esposa con arrebatarle la custodia de sus hijos, pero esta hizo gala de su famoso carácter y, escopeta en mano, le quitó la idea de la cabeza. El safari a África salió demasiado caro al maestro, que perdió la confianza de su hijo, la de su esposa y la casa familiar.