Voluntariado
Kike Figaredo, el misionero asturiano, primo carnal de Rodrigo Rato, que acoge a Irene Urdangarin: «Está haciendo un buen trabajo»
Hablamos con el sacerdote jesuita, guía espiritual de la hija menor de la infanta Cristina durante su aventura solidaria en Camboya
Enrique Figaredo, sacerdote jesuita, lleva más de cuarenta años trabajando en Asia, en la zona de Camboya y Tailandia. Su primera incursión fue en 1985 para colaborar en campos de refugiados que se extendían entre las fronteras de dichos países. Su labor se centró en dar apoyo a personas discapacitadas a las que se abandonaba a su suerte. Seis años después fundó en la ciudad de Phnom Penh la Casa de la Paloma (Banteay Prieb), un centro de formación profesional centrado en la gente más desfavorecida. Hombres, mujeres y niños sin posibilidad de desarrollar unas vidas dignas hasta que Figaredo no entró en acción. Lo primero era solucionar lo más básico y los rezos no lo eran en esos primeros tiempos de la necesidad más absoluta. En el caso de los sacerdotes y voluntarios, como es el del jesuita, lo que más influye en los lugares donde deciden vivir sin ninguna comodidad es precisamente el ejemplo de dejar una existencia occidental para adentrarse en unos mundos donde la enfermedad y la muerte se dan la mano.
En 2000, el sacerdote, primo carnal de Rodrigo Rato, fue nombrado prefecto apostólico de Battambang, una zona al noroeste del país poblada por seis millones de habitantes censados y otros muchos sin identidad oficial. Este cargo lo compagina con la presidencia de Caritas Camboya y con un activismo directo para que se prohíban las minas terrestres. Esa campaña en la que participaron muchos personajes de todo el mundo, incluida la princesa de Gales, tuvo por fin un reconocimiento positivo en 1997, que declaró dichas minas ilegales. En la actualidad participa también en la campaña contra las bombas de racimo.
[[H2:«El obispo milagro»]]
Poco a poco, el horizonte de luz en el pequeñísimo mundo doméstico del sacerdote se fue haciendo cada vez más amplio. El año pasado el centro tenía doscientos estudiantes con discapacidad que tuvieron la posibilidad de salir adelante a través de aprender un oficio. Figaredo, al que llaman «el obispo milagro», tuvo en esos inicios una idea que sirvió para hacer la vida más fácil a los mutilados de las minas antipersonas. Hasta ese momento, las ayudas eran para otras emergencias, que las hay, y muchas, en ese territorio con niños y ancianos abandonados al no ser útiles laboralmente y sin un lugar donde recibir lo más básico.
El sacerdote asturiano, una vez que pudo más o menos solucionar esas carencias de primera necesidad, se dedicó a buscar más soluciones. Una de ellas, y que salió del centro educativo, fue la silla de ruedas Mekong, que se comenzaron a distribuir por todo Camboya.
La vida de Enrique Figaredo podría haber sido muy diferente de no haber elegido el camino marcado por su vocación religiosa.Nació en Gijón, en 1959, en una familia de ocho hermanos de las que se denominaba en aquellos años «pudiente». Entró en la Compañía de Jesús el 15 de octubre de 1979 y en 1985 se presentó voluntario al Servicio Jesuita de Refugiados en territorio tailandés.
Ese primer destino a un campo de refugiados camboyanos en Tailandia le cambió su forma de vida. Y comenzó un camino difícil en Asia, donde sigue manejando una agenda de ayuda a los que menos tienen. Es licenciado en Económicas, Teología y Filosofía, y cuando puede vuelve a su Asturias patria querida de vacaciones. Aunque dura poco, porque ya sus raíces están en Battambang, donde también recibe a muchos voluntarios a los que desde el principio les lee la cartilla: «Aquí se viene a trabajar, no a hacer turismo».
La presencia de Irene Urdangarin en Camboya como voluntaria en la misión del padre Kike Figaredo ha puesto el foco en el trabajo del sacerdote en esa parte olvidada del mundo. La hija menor de la Infanta Cristina ha decidido dedicar un año como cooperante antes de empezar sus estudios universitarios. No es la primera vez que un miembro de la Familia Real viaja hasta ese lugar para compartir trabajo y vivencias solidarias. Ya lo hizo Juan Urdangarin, que permaneció un año y parece que tiene intención de repetir. Y, antes que él, lo hicieron su madre y su tía, la duquesa de Lugo. Froilán y Victoria Federica, sin embargo, por ahora tienen otros intereses que no coinciden con el voluntariado.
Propuesto para Princesa de Asturias
«El milagro». Así le llaman al sacerdote en la zona donde opera con su gente y sus voluntarios para que las vidas de los que no tienen futuro puedan tenerla. Una de las propuestas que hay en marcha es promover su figura para que sea el próximo premio Princesa de Asturias de la Concordia. Ya tiene el reconocimiento diario de los que no tienen nombre en Battemberg. Como nos dice, dispone de poco tiempo libre. «Ando sobrepasado con los viajes, las reuniones y los acontecimientos». Con sentido del humor, reconoce que «no soy nada bueno en contestar, ni con el teléfono ni con mensajes». Efectivamente, lo suyo es un trabajo de veinticuatro horas de dedicación a los demás. Aun así, el sacerdote indica a LA RAZÓN que la posibilidad de estar en la candidatura de los premios Princesa de Asturias le llena de orgullo como asturiano y por dar visibilidad a los más desfavorecidos. «Llevamos trabajando por la gente más sencilla y por la reconciliación de un país castigado por la guerra. Intentamos transformar vidas y que se puedan fijar en los misioneros y en la cooperación internacional es importante», dice. De paso, comparte con nostros sus proyectos futuros: «Seguimos en la misma línea de apoyar a las personas discapacitadas, en la integración de los niños, el desarrollo rural de las familias y el desarrollo de empresas sociales». Respecto a la visibilidad que está dando la incorporación como voluntaria de Irene Urdangarin, explica que «está totalmente integrada con sus compañeros voluntarios y haciendo un buen trabajo».
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