Anhelo monárquico
La dinastía Napoleón: así vive el aspirante al trono que dejó el emperador
La película de Ridley Scott desempolva la lucha por el poder que, 200 años después, continúa su heredero, Jean-Christophe
"¡Qué bajo he caído!", se lamentaba Napoleón en su destierro de Santa Elena. Dos siglos después, Ridley Scott reaviva su figura con el estreno de su épica biografía y vuelve a alimentar pasiones encontradas. La leyenda de este gran emperador, que con Josefina se reducía a un felpudo, "un cornudo llorón" (Carmen Posadas dixit), invita a desempolvar la dinastía imperial que fundó en 1804, cuando transformó la I República en Imperio. Hoy la representa Jean-Christophe Napoleón Bonaparte, aspirante a restaurar el trono.
Francia no tiene monarquía, pero sí pretendientes. Jean-Christophe, de 37 años, es uno de ellos. Desciende de Jerónimo I Bonaparte, rey de Westfalia y hermano menor de Napoleón. Igual que su rival Luis Alfonso de Borbón, aspira a un trono sin corona y calma sus ambiciones usando símbolos que le sirven para reclamar un poder ya extinto en su país o al menos transmitir quién es. Se presenta como jefe de la Casa Imperial y se mueve como si llevase sobre la frente aquella sencilla corona de laurel que ceñía la frente de Napoleón, imitando a los césares romanos, el día de su coronación.
Esa es la imagen que desprendía el día que contrajo matrimonio con la princesa Olympia Napoleón, bisnieta de Carlos I de Austria, en 2019, en la catedral de los Inválidos de París, donde descansan los restos de Napoleón. La novia lucía un deslumbrante vestido de Óscar de la Renta y una tiara de diamantes que originalmente era una gargantilla, probablemente entregada como regalo de bodas a la princesa Elena de Orleans, en 1895.
Es una pieza muy poco usada y resultó significativa su elección por una descendiente de los aspirantes al trono francés desde la rama Orleáns en su enlace con el pretendiente napoleónico.
Como puede intuirse, el amor, siempre caprichoso, ha ido entrecruzando en diferentes generaciones a las tres dinastías que se disputan la monarquía. "Es una historia de amor en lugar de un guiño a la historia. Cuando conocí a Olympia, me sumergí en sus ojos, no en su árbol genealógico. Después nos reímos ante esta coincidencia histórica", zanjó Jean-Christophe en una entrevista a "Le Figaro". Él mismo, si bien es heredero de los Bonaparte por parte de su padre, Carlos Napoleón, por vía materna –Borbón Dos Sicilias– desciende de Luis XIV de Francia. Los tiempos han cambiado y este joven no necesita para sus reclamos pureza en su linaje ni la ostentación de la carroza imperial de oro o los ocho mil soldados de caballería que escoltaban al emperador. Educado con la exquisitez de un heredero y formado en la exigente Universidad de Harvard, le distingue una trayectoria brillante en el mundo de las finanzas e inversiones.
Su padre, republicano y socialdemócrata
Los bonapartistas nostálgicos entienden la simbología inherente a un poder que reconocen sin preguntar su origen o significado. Él se sabe el elegido y así obra desde los once años, cuando su abuelo Luis, el príncipe Napoleón, le nombró su sucesor en su testamento. Pasó por alto a su hijo, el príncipe Carlos Napoleón, como castigo por su divorcio y sus segundas nupcias, hechas sin su permiso. El motivo real, sin embargo, pudo ser su pensamiento republicano y socialdemócrata. Carlos Bonaparte, que así se le conoce al progenitor de Jean-Christophe desde que decidió desprenderse de su apellido imperial, escribió en unas memorias que sus padres le habían educado en una ficción, preparándole "para un destino imaginario".
Esto no le impide al hijo envolverse en un halo imperial con actos como aquel baile nupcial en el castillo de Fontainebleau, la única residencia palaciega en la que han habitado todos los monarcas franceses desde el siglo XII hasta el XIX. Napoleón lo restauró y en sus memorias lo describió como "la verdadera morada de los reyes" y un "palacio intemporal".
Son gestos que hablan por sí mismos. Jean-Christophe muestra más de lo que es con la gracia de la discreción. Este es el mayor encanto de un reinado que, siendo inexistente, se empeña en existir y sigue tejiendo historias en la calma más absoluta. Hace ahora un año, la pareja anunció el nacimiento de su primer hijo. Un nuevo Napoleón para la dinastía.
Sueños monárquicos en tres almohadas diferentes
A pesar de que algunas banderas con la flor de lis ondean en París –con más fuerza cuando hay revueltas contra el Gobierno de Macron–, la monarquía francesa no deja de ser un anhelo inasequible. Solo unos pocos monárquicos reclaman la institución, pero sin decantarse claramente por uno de los tres aspirantes al trono. De un lado estaría la rama de Orleáns, representada por Jeans de Orleáns, conde de París. El último de los reyes que tuvo Francia, Luis Felipe I, perteneció a esta familia y reinó hasta 1848, cuando se instauró la II República. Desde entonces, se considera legítima depositaria de los derechos a un trono inexistente por el que también rivalizan el hijo de Carmen Martínez Bordiú, Luis Alfonso de Borbón, considerado por sus seguidores Luis XX, y nuestro protagonista, Jean-Christope Napoleón Bonaparte.
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