Editorial
Para lo que vino Puigdemont
Todavía no sabemos con qué fin organizó el show, porque este mesías cutre defraudó a todos sus apóstoles, incluida la pandilla de lerdos que le rodearon
A Carles Puigdemont debemos entenderlo como una experiencia, más que como a una persona, corriente y moliente, que en un momento dado se metió en política, cuestión banal y bastante miserable.
Esta primera venida desde su residencia belga en Waterloo, además de avergonzarnos, nos provocó cierta risa, la verdad, por lo chusco del montaje, pero todavía no sabemos bien con qué fin organizó el show, porque para ser sinceros, este mesías cutre defraudó a todos sus apóstoles, incluida la pandilla de lerdos que le rodearon coreando consignas al más puro estilo de las sectas milenaristas, y que luego, una vez más, se quedaron sin su salvador, ay Salvador, a las puertas del Parlamento de Cataluña para recibir el nostálgico roce de la porra, que es lo único real que entienden de verdad.
Qué románticos estos maduritos de las sonrisas, pero atónitos, porque una vez más el «señor del capó» escapa para evitar el talego y dejarlos huérfanos. Por eso creo que ya no hablamos de un político, ni siquiera de una opción ideológica, ahora a Carles Puigdemont se le entiende como una mezcla de aparición fantasmal con gotas de espiritismo barato.
«Ahora lo ven, ahora no», parecen susurrar estos partidarios del asombro que forman una entelequia llamada Junts. Si olvidamos el bochorno y la vergüenza por la actuación de los Mossos, el numerito hasta provoca carcajadas y ríos de hilaridad; pensando en el futuro que le queda al invento del «procés».
¿Quién, además de a una pandilla de fanáticos, puede todavía confiar en la viabilidad de un proyecto liderado por un tipo cuya actuación se basa en el ridículo y el esperpento? Los catalanes ya lo entendieron en las últimas elecciones y ERC, la gran damnificada, queda colocada como una panda de traidores que le dan el gobierno al PSC.
No hay juego. No sabemos ni el paradero, ni el futuro inmediato del prófugo, pero pueden apostar que con esta inclasificable actuación y fuga pactada, el Gobierno se asegura el apoyo de los siete votos de Junts para sacar adelante la legislatura. Favor con favor se paga.
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