
Entrevista
Óscar Soaz: "Es conveniente que el policía se capacite en materias como la ética y la retórica"
Graduado en Derecho, Doctor en Humanidades e Inspector de Policía, Soaz ha publicado "Manual de Ética y Retórica Policial"

La inquietud intelectual de Óscar Soaz le ha llevado a estudiar Derecho, a doctorarse en Humanidades y ahora a escribir «Manual de Ética y Retórica Policial» (Juruá), una materia sobre la que se ha escrito poco. Soaz es Inspector de Policía y ha hecho una reflexión sobre cómo ejercer la profesión policial en el día a día tras 26 años en el cuerpo de la Guardia Urbana.
Platón, Sócrates… ¿Qué tienen qué ver con la policía en el mundo actual?
Los grandes autores clásicos son la fuente de donde bebe todo el pensamiento occidental y pese a los 2500 años transcurridos muchas de sus ideas siguen vigentes. Las grandes cuestiones acerca del ser humano son las mismas. Obviamente, precisan de cierta actualización en temas que ellos vivían con total normalidad y que nosotros hoy juzgaríamos como inaceptables. Le pongo aquí el ejemplo de Aristóteles: él defendía la esclavitud, la inferioridad de la mujer respecto al hombre, la consideración de bestias a todos aquellos que vivían fuera de las fronteras o la necesidad de matar a las personas nacidas en situación de discapacidad. Una vez salvadas estas cuestiones, podemos ahondar en sus propuestas y ver cómo resultan hoy pertinentes.
El Manual está perlado de citas de múltiples autores, la gran mayoría clásicos. Fue una tarea altamente motivante, puesto que trataba de imbricar sus palabras con nuestras diferentes propuestas para la policía. En él, además, se apuesta claramente por la ética teleológica, la ética aristotélica, la ética de las virtudes que busca construir el buen carácter de la persona y, desde allí, tratar de alcanzar su nivel más alto nivel de excelencia, lo cual la acercaría a la felicidad.
Las sociedades clásicas no contaban con cuerpos policiales. Por lo tanto, ¿podemos extrapolar el pensamiento de estas con los modelos actuales?
Es cierto que no contaban con cuerpos policiales, pero en la República de Platón podemos encontrar una suerte de protocódigo ético policial. Allí, el ateniense discurre acerca de las virtudes que deben disponer los guerreros (servidores y defensores) de la ciudad: la valentía, la justicia, la prudencia y la templanza. Todas ellas parecen deseables para el policía actual, sin desdeñar otras como la amabilidad, la humildad o la amistad.
Estoy totalmente a favor de innovar y promover nuevos modelos policiales, sin que por ello olvidemos que el motor que ha de hacer girar correctamente esos modelos acaban siendo los propios policías que cuando inician su servicio pasan a ser sumamente autónomos. Por tanto, parece conveniente dotarlos de una mayor y mejor autonomía, poniendo el foco en la capacitación, en dotarles de las mejores herramientas, conocimientos y habilidades. Este es uno de los puntos clave de nuestro Manual: promover el Método socrático de formación policial. Un sistema altamente participativo y deliberativo, donde tratar dilemas éticos y prevenir futuras intervenciones sin caer en dogmatismos. Un método que, además, promueve el buen uso de la palabra por parte de los agentes. La comunicación, como sabe, es algo fundamental para mejorar aún más el trato con la ciudadanía. De ahí que el libro apele a la indefectible unión entre ética y retórica, pese a que la explicación de esta afirmación requiera de mucha mayor profundidad.
El policía debe cumplir muchos requisitos, no solo en la oposición y formación, ¿puede, según usted, saltarse en algún momento una línea roja?
Al policía se le exige mucho, es cierto. Pronto aprenderá que deberá desarrollar su labor con menos certezas de las que esperaba y con menos redes de seguridad de las que desearía. De ahí la necesidad de mejorar su capacitación y autonomía.
Hay muchas líneas rojas, no solo las que marca la legislación y que, en ningún caso, deben ser trasgredidas. Existen muchas otras, entre ellas las que son propias de las buenas costumbres, de la ética y de la moral. Enlazo esto con una cuestión fundamental: la rendición de cuentas. El policía no solo puede acabar rindiendo cuentas en un juzgado o en una unidad de asuntos internos, también podrá llegar a hacerlo ante la opinión pública, ante los medios de comunicación, ante los ciudadanos que presencien sus actuaciones, ante sus mandos y compañeros y, sobre todo, ante sí mismo. Por tanto, existen múltiples formas de control y diferentes visiones de esas líneas rojas que usted menciona. Unas, como digo, no pueden ni deben ser trasgredidas, sin excepción; otras sí puede convenir cruzarlas en algún momento, siempre en pos de un bien mayor.
Usted entró en el cuerpo en 1999, ¿qué cree que es lo que más ha cambiado en el día a día de trabajo para un agente en la calle?
La realidad de una gran ciudad como Barcelona es muy cambiante, pero una de las virtudes de la policía es su agilidad en la respuesta y su alta capacidad de adaptación.
Sí me parece relevante indicar que la ciudadanía actual no se centra solo en el resultado final de las actuaciones policiales. Exige, además, recibir un trato comunicativo exquisito por parte de su policía. Es conveniente que el policía se capacite en materias como la ética y la retórica.
Usted siempre apela a esa necesidad de promover la retórica en la policía. ¿Tan importante le parece?
La mala fama que históricamente arrastra la retórica no le hace justicia. Es cierto que quien la domina dispone de un arma poderosa, pero, tal como sucede con cualquier otra arma, su mal uso no depende de ella, sino de la persona que la retuerce en beneficio propio. La retórica no es solo el arte de la persuasión, también es el arte del silencio, el arte de entender mejor a los demás o el arte de rectificar debidamente.
Déjeme apelar de nuevo al Manual para defender lo valiosa que puede ser dentro del ámbito policial. En él se concluye que la retórica salva vidas. Esa aseveración se apoya en un ejemplo cada vez más cotidiano: la acción que deben llevar a cabo los agentes que llegan los primeros a una llamada por un intento de suicidio. En esos momentos, resulta vital su capacidad para escuchar y entender, para encontrar los mejores argumentos, para tratar de persuadir a través de ellos, atendiendo a las todas las posibilidades que ofrece el lenguaje verbal y no verbal. El final de ese epígrafe propone reinventar la célebre frase acuñada por Quintiliano respecto a que el orador es el buen hombre experto en el buen decir (vir bonus dicendi peritus) y trasladarla al policía para verlo como el buen hombre o la buena mujer expertos en ayudar a los demás a través de la palabra (vir mulierque boni periti in arte alios adiuvandi per verba).
¿Y el cuerpo? Cada vez hay más licenciados, ¿está cambiando la policía de forma demasiado rápida?
Mi mirada siempre atiende más a la excelencia del carácter y de los hábitos de cada policía que no a los estudios que haya cursado o al cargo que ocupe dentro de una organización. A partir de esa necesaria premisa, todo conocimiento o habilidad resulta bienvenida y beneficiosa. Sí se perciben nuevos perfiles dentro de la policía, quizás no tan basados en la vocación policial, pero que nos pueden ayudar a evolucionar en diferentes ámbitos. En todo caso, un cambio real de cultura dentro de un cuerpo policial requiere años y la conjunción de diversas variables.
¿Tiene la sociedad actual una ausencia de moralidad que se traslada, al mismo tiempo, a los cuerpos policiales?
El policía es, ante todo, ciudadano. Por tanto, si existe esa falta de moralidad que usted comenta, no podríamos considerarlo ajeno a ella. Lo que sí podemos hacer es tratar de fomentar el pensamiento crítico y el autoconocimiento dentro de los cuerpos policiales.
En mi opinión, existe una tendencia, cada vez más pronunciada, que lleva a confundir erróneamente lo ético con lo disciplinario y lo normativo. Eso fomenta cierto rechazo hacia una ética que acaba siendo vista como dogmática y moralizadora. Por otro lado, limita el desarrollo de las costumbres cívicas y condiciona extraordinariamente la acción de nuestra consciencia, nuestra buena voluntad y nuestra libertad.
Para usted, ¿cuáles creen que son las aptitudes a las que un policía debe estar obligado a manejar con la ciudadanía?
En nuestro Manual se expone la necesidad de abrazar diferentes virtudes, por supuesto las clásicas están presentes. Si tuviera que escoger las tres que, a día de hoy, considero más pertinentes serían la amabilidad, la prudencia y la amistad.
La amabilidad, como virtud extraordinariamente fácil de entender y poner en práctica, que mejora ostensiblemente el trato, la confianza y, por tanto, la colaboración ciudadana y la legitimidad que concede a la policía. Además, permite mejorar ostensiblemente la seguridad física y jurídica de los agentes.
La prudencia, como sabiduría práctica, como virtud de virtudes, eje fundamental de la ética clásica y que capacita a la persona para gobernarse correctamente. A través de ella, el policía puede entender mejor las situaciones y hallar la mejor solución posible. Su aprendizaje requiere de buenos guías y ejemplos, ahí entra en juego el papel de los veteranos más excelentes y del buen acompañamiento a los nuevos agentes.
La amistad, que resulta esencial cuando se trata de su versión más virtuosa. Aquella que permite entender y compartir objetivos entre todos los miembros; que mejora el foco y la voluntad de crecer y mejorar juntos; que permite alegrarse de los éxitos de los demás; que fomenta el clima ético y que, además, impermeabiliza ante posibles amenazas externas.
¿El ciudadano de a pie necesita más conocimiento sobre la policía para tener más comprensión sobre sus actuaciones?
Considero que convendría fomentar espacios para potenciar el contacto entre ciudadanos y agentes. Lugares de encuentro donde aumentar el diálogo y la confianza mutua. Obviamente, sería deseable que la ciudadanía tuviera un mayor conocimiento acerca de la policía, de sus atribuciones, funciones y competencias, de sus recursos, de las restricciones que les marca la ley, de su capacidad real de acción y decisión, de su dependencia del gobierno político elegido democráticamente, etc.
Por otro lado, existen evidencias de los beneficios de hacer copartícipe a la ciudadanía en materia de seguridad. En un futuro, quizás se pueda avanzar más en esta materia. ¿Por qué no hacerla partícipe también en cuestiones como la aprobación de los códigos éticos policiales? ¿No resultaría adecuado tener en cuenta la opinión de los ciudadanos acerca de cuáles han de ser los valores y los principios que rijan la acción de su policía?
El razonamiento, como usted describe en el libro, resulta esencial en la labor policial. ¿El policía en muchas ocasiones no tiene tiempo para ello, cómo se puede explicar esto?
Conviene hacerse las preguntas correctas en cada actuación, algunas son comunes a todas, otras no. Cuestiones tan trascendentes como: ¿cuál es la mejor opción (acción o inacción) que puedo llevar a cabo? ¿Cuál puede generar un mayor bien para la ciudadanía, cuál atiende más al bien común? ¿Puedo estar obviando mejores opciones por dejarme arrastrar por la emoción o la costumbre? ¿Estoy siendo suficientemente comunicativo y amable? ¿Me está entendiendo correctamente la persona con quien interactúo? ¿Cómo viviría yo esta situación, la resolución y el trato recibido, si fuese el ciudadano y no el policía?
El problema es que no son pocas las ocasiones en que el agente debe enfrentar una acción cuya inmediatez hace imposible reflexionar tanto como sería deseable. De ahí radica la altísima importancia que concedemos a la formación policial, a proponer ese método que permita que los policías interioricen ciertas pautas de actuación o, cuanto menos, hayan realizado ya deliberaciones previas que les lleven a actuar según algunas de esas premisas. El traslado de la mayéutica socrática, a través del Método socrático de formación policial, podría ejercer como una suerte de actividad preventiva.
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