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Méritos e infamias

¿Mejicanos?

En Méjico invierten más de 6.000 empresas españolas, pero Claudia Sheinbaum no invita a Felipe VI porque no pide perdón por la Conquista de América.

La candidata presidencial oficialista Claudia Sheinbaum, saluda a simpatizantes durante su cierre de campaña Isaac EsquivelEFE

Claudia Sheinbaum, la nueva presidenta de Méjico, comenzó a mover el dedo índice de un lado a otro, sobre todo a la izquierda claro, diciéndole al Rey que no le invitada a su toma de posesión. “¡Que se quede en su casa!”, debió pensar. Y es natural, porque, qué pinta Felipe VI allí aplaudiéndole a ella, deseándole lo mejor para su mandato, defendiendo las buenas relaciones entre España y su país sin pedir perdón por la Conquista del Nuevo Mundo. Mucho tiene que llover para que eso suceda y es preferible que nuestro Jefe del Estado busque otra ocupación mejor que doblar la cerviz por soberana memez. Al fin y al cabo, a la inversión española en la economía mejicana sólo le gana el dinero gringo. Para que se entienda: 6.000 empresas que sueltan más de 25.000 millones de euros anuales, según datos de la Cámara de Cuentas Española. ¿Mejor? Por eso, Don Felipe, asumiendo toda nuestra culpa patria, no va y acaba crucificado ante el resto de mandatarios internacionales y con él todos nosotros detrás, verdaderos hijos de Caín, que debemos soportar el yugo del crimen perpetrado por nuestros antepasados sobre los pueblos indígenas hace medio milenio. “Es que tienen razón”. Lo acepto, pero me gustaría saber ante quién debemos postrarnos de hinojos, porque hasta ahora las minorías selectas que gobiernan la nación fraterna, siguiendo el ejemplo de los que iniciaron la Independencia, provienen del mismo lugar de donde salió Hernán Cortés, de la vieja Europa, que dio forma a una nueva sociedad, impregnada de unos valores acumulados durante siglos en este lado del charco, que con el asiento de la democracia moderna permiten que Sheinbaum se convierta en presidenta electa. Eso es Europa, y si no, lean a Alexis de Tocqueville. Por cierto, se trata, ironías del destino, del mismo lugar del que huyeron sus abuelos, judíos de Lituania y Bulgaria, cuando cruzaron el Atlántico para encontrar un lugar en el mundo cuando sólo se les ofrecía el Holocausto a mediados del siglo pasado. ¿Mejicana?