Opinión
La casta y la costra
Los gastos que carga al erario público la casta política son sencillamente exagerados hasta el delirio
El clásico lema del Washington Post decía que la democracia muere cuando la dejamos a oscuras. La compra del mítico diario por parte de Jeff Bezos demuestra que también puede morir achicharrada por deslumbramiento. Cuando vemos que crecen y ganan adeptos las retóricas demagógicas y populistas de figuras como Bezos, Milei o Elon Musk sería un error pensar que eso ocurre tan solo porque el público mayoritario es estúpido. Deberíamos darle la vuelta al razonamiento y pensar más bien que, si sucede, es precisamente porque no lo es y se ha hartado de que le traten como a un imbécil.
Frente a ese hartazgo, la izquierda actual no tiene soluciones. Probablemente porque es una izquierda falsa, elitista e insincera con la población. Ese es el modo en que únicamente se puede entender que la gente jalee pantomimas de sus contrarios como presentarse en público con una motosierra y que todos comprendan y asientan a ese grotesco espectáculo. Los gastos que carga al erario público la casta política (para beneficiarse a sí misma) son sencillamente exagerados hasta el delirio.
Un ejemplo es la radiotelevisión pública regional de Cataluña. Su presupuesto anual es de 330 millones de euros anuales. La cifra es una barbaridad. Es la cuarta parte del presupuesto que mantiene a la televisión pública estatal que cubre una población de 47,5 millones de personas. Pero es que la radiotelevisión catalana no cubre ni la sexta parte de esa población. Porque somos ahora ocho millones de catalanes y la mitad prescindió de ella ya en la época del «procés», cuando se convirtió en una simple herramienta de propaganda política. Desde la época de Pujol, era clásico que un requisito imprescindible para entrar a trabajar en la corporación fuera ser de obediencia nacionalista. Tanto, que un político socialista empezó a hablar de «la costra», refiriéndose a esa corteza endurecida de profesionales en la casa que no permeaban noticias contrarias al credo supremacista del catalanismo.
Por ese camino, se ha llegado a que a TV3 solo la miren doscientas mil personas en horario de «prime time». La emisora habla, pues, solamente para los fieles. Es exactamente lo que sucedió la semana pasada cuando los directivos de la casa decidieron saltarse incluso la ley y hacerle una entrevista en directo a Puigdemont. En horario de máxima audiencia, como si fuera el jefe de la oposición. La mayoría de los catalanes prefirió sencillamente ver a Broncano, lo cual es característico de Cataluña, donde las audiencias señalan que la gente también prefiere ver a Pablo Motos que a Salvador Illa.
Trescientos treinta millones de euros anuales para catequizar y catodizar a solo doscientas mil personas son evidentemente un despilfarro inútil de caudales públicos. Un despilfarro gigantesco en una época que la gente tiene que abandonar Barcelona e irse a vivir a la periferia porque no puede pagar el alquiler. Encima, la tele la miran ya solo jubilados y las nuevas generaciones hacen acopio de información de otras maneras. Cabe preguntarse si las televisiones públicas no serán ya un modelo obsoleto e innecesario, inútil para nuestros tiempos. El problema es que la proporción de paniaguados que viven dentro de ellas, acumulado durante generaciones de poder político interesado, es innumerable. Y como para los políticos son herramientas importantes de cínica propaganda política cada vez que hay elecciones, nunca van a tener ningún interés en eliminarlas. Sobre todo, porque no van a cargo de sus bolsillos, sino de los nuestros de sufridos contribuyentes.
El error de la casta política está siendo subestimar a la población. La gente detecta perfectamente que esos faraónicos gastos innecesarios se hacen pasar por el mismo tubo por el que se nos hacen llegar otros verdaderamente imprescindibles de infraestructuras o sanidad. El hartazgo del público es lo único que explica el aplauso a la sensacionalista motosierra. El problema es que la motosierra triunfará por la incapacidad, inoperancia y miedo a enfrentarse a la realidad de su sistema ya en descomposición que aqueja a los actuales políticos. La motosierra es una herramienta que tiene mucho peligro. Porque, como ya vimos en «La matanza de Texas» de Tobe Hopper, tanto sirve para una poda como, mal usada, para amputar miembros.
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