Tomás Gómez

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Desde Moncloa no se tienen en cuenta las consecuencias de la ruptura del consenso de 1978 en materia territorial

Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezEUROPAPRESSEuropa Press

Con Pedro Sánchez en Moncloa, no hay nada que no logre Puigdemont. Lo malo es que el independentista no va a parar. La modificación del Código Penal, la Ley de Amnistía, las visitas a Suiza recibiendo estatus presidencial y el cupo catalán no han sido suficientes. Ahora, son las competencias en materia migratoria. No es lo último que negociará con el líder socialista, porque el objetivo sigue siendo el mismo que cuando tuvo que fugarse de España perseguido por la Justicia: la independencia. Los separatistas catalanes no han estado nunca tan cerca de conseguirla como en este momento, como tampoco ha habido nadie al frente del Gobierno dispuesto a darles todo a cambio de tan poco.

Desde Moncloa no se tienen en cuenta las consecuencias de la ruptura del consenso de 1978 en materia territorial. Es mucho más difícil meter al genio en la botella que sacarlo de ella, y lo que ha hecho Sánchez es alimentar un ideal caduco y muy minoritario. Cuando lo único que interesa es la aritmética parlamentaria, suele haber detrás un problema de moral pública, de rigor político y de falta de lealtad con el país.

Si Sánchez hubiese tenido mejor resultado electoral, es muy probable que no se hubiesen realizado las cesiones. Y si hubiese sido peor y no hubiese gobernado, tampoco. El problema no es gobernar en minoría, sino intentar ocupar el Gobierno cuando no se debe. La agenda independentista avanza inexorablemente con el colaborador necesario de Moncloa, mientras que las próximas generaciones lidiarán con la ruptura de los principios de Justicia e Igualdad.

Es lamentable que hayan dejado de sorprender las contradicciones del Gobierno. El Estado se ha convertido en una moneda de cambio para que Sánchez siga siendo presidente y el Consejo de Ministros, en una caricatura.