Alpinismo
Rescates al límite: SOS en la zona de la muerte
El alpinista ruso-polaco Denis Urubko rememora en un libro sus experiencias extremas al auxilio de montañeros en apuros: «En ocasiones es importante ir en contra de la lógica»
De la cordillera del Pamir a la de Tian Shan. De los Himalayas al Karakorum. Lothse, K2, Broad Peak, Annapurna, Nanga Parbat, Nuptse, Gasherbrum... El dilatado historial montañero de Denis Urubko (Nevinnomyssk –Rusia–, 1973) no solo atesora a lo largo de los últimos treinta años 26 ochomiles sin oxígeno, incluidas cimas invernales y nuevas vías sino, también, un timbre solidario a menudo oscurecido por el brillo de las cumbres y de los retos extremos. El alpinista ruso-polaco ha participado en decenas de rescates al auxilio de compañeros en apuros, a menudo jugándose la vida y teniendo que orillar ambiciones personales.
En enero de 2018, Urubko protagonizó junto al polaco Adam Bielecki un heroico rescate en el Nanga Parbat que salvó la vida a la alpinista francesa Elizabeth Revol, pero diez años antes, en mayo de 2008, su nombre ya asomó entre la pléyade de alpinistas de élite que intentó rescatar en el Annapurna al alpinista navarro Iñaki Ochoa de Olza, atrapado a 7.400 metros víctima de un edema cerebral.
En aquella ocasión, sin embargo, no pudo hacer nada para auxiliar a su amigo español. Ochoa expiró apenas unas horas antes de que Urubko y el canadiense Don Bowie pudieran llegar con un botella de oxígeno hasta el campamento donde el himalayista navarro agonizaba acompañado de Ueli Steck, la «máquina suiza» (fallecido en el Nuptse nueve años después), que había conseguido llegar en tiempo récord a la tienda donde el rumano Horia Colibasanu se mantuvo junto a Ochoa durante cuatro días jugándose la vida.
«Mandar al carajo tu ego»
Ahora, Urubko rememora en «La elegancia de la eficiencia. Rescates en la zona de la muerte» (Editorial Desnivel) todas esas experiencias el auxilio de otros montañeros. Y lo hace sin edulcorarlas, incluso con aspereza (califica estas arriesgadas operaciones como «el apoyo de un egoísta a otro»), rehuyendo también la tentación de mitificar esos desafíos solidarios en la zona de la muerte, donde la velocidad, la experiencia y, también, un poco de fortuna (la climatología siempre impone su ley) son prioritarias.
Esa máxima no escrita (en la vida y en la montaña) que obliga a intentar ayudar a alguien en apuros es, según explica Urubko en el libro, «algo por lo que vale la pena mandar al carajo tu ego y dejar a un lado las ambiciones». Aunque a veces la montaña ni siquiera da una oportunidad, como sucedió hace unos días en la Patagonia, cuando las condiciones climatológicas impidieron siquiera intentar el rescate de los dos alpinistas españoles sorprendidos por una avalancha en el Fitz Roy.
El alpinista reconoce que a menudo ha tenido que arriesgarse «por irresponsabilidades ajenas», algo que no le hace olvidar que en su juventud a veces fue él quien necesitó esa ayuda de otros «por mis descuidos y mi estupidez». Unas experiencias que le permitieron «ver los accidentes en montaña desde los ojos de una víctima» y comprender por qué suceden.
“Como un rompecabezas”
Desde aquel primer rescate en el verano de 1993, cuando un novato Urubko integrado en un experimentado equipo de montañeros rusos solo pudo –entre el rugidos de las avalanchas– desenterrar el cuerpo del célebre alpinista Valeri Khrichtchaty de las entrañas del Khan Tengri, el himalayista ruso-polaco tiene claro que «cuando una persona, sea por el motivo que sea, se mete en dificultades, tienes que dejar a un lado tus asuntos e ir a socorrerla». Aunque con la lógica en la mano eso suponga «un desperdicio total de energía, de tiempo... de dinero», e incluso «decepcionarte con otras personas». Pero en ocasiones, defiende, «es importante ir en contra de la lógica».
Porque como él mismo ha constatado, a menudo ante una operación de rescate de escasas probabilidades de éxito –como la del alpinista francés Jean Christophe Lafaille en el Broad Peak–, en los campos de ataque a cumbre suele instalarse «un silencio receloso», con los alpinistas a punto de alcanzar su sueño dispersándose «tratando de evitar responsabilidades».
Urubko encumbra la «eficiencia» como el primer mandamiento de un rescate. «Lo más importante es hacerlo rápido, con calma y seguridad, y que nadie más la espiche», escribe. «Hay que calcularlo todo, como en un rompecabezas o en el ajedrez».
El dilema moral: “¿Qué hacemos con Tomasz?”
Y en ocasiones, pese a la confluencia de negros augurios, se logra el objetivo, aunque eso no evite hacer frente a indeseables dilemas morales. Elizabeth Revol pudo ser rescatada en el Nanga Parbat, sí, pero para traerla con vida Urubko y Bielecki tuvieron que tomar una decisión de las que «te retuercen el cerebro y el corazón»: «¿Qué hacemos con Tomasz?». Tomasz era Tomasz Mackiewicz, el alpinista polaco a cuyo intento de rescate tuvieron que renunciar para salvar la vida de la alpinista francesa, incapaz de descender por sí misma. «En el fondo de mi alma, quedaría para siempre el fantasma de la duda. Una espina que ni el tiempo podría sacar».
Una espina más dolorosa aún es la que le dejó enterarse de la muerte de Iñaki Ochoa cuando ascendía a socorrerlo y «una fría melancolía se extendió como veneno por las laderas del Annapurna». «Quizá debí haber muerto en aquel momento... ¿Para qué todo?», se preguntó mientras golpeaba con el puño la pared de hielo hasta hacer sangrar sus nudillos. «Habíamos llegado tarde».
Pese a todo, Urubko no renuncia a su credo: «En ocasiones soy cínico y a veces, cruel; observo las montañas y a los alpinistas “sin gafas de color rosa” (...), analizo con frialdad el grado de egoísmo y responsabilidad; a menudo rompo relaciones, no me aflige la corrección política.... ¡Pero siempre he respondido a las llamadas de socorro!».
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