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Gobierno

Casado rompe con Abascal

El líder del PP ha decidido ir a por todas y plantear un cambio drástico en la relación con Vox

El presidente de Vox, Santiago Abascal, abandona el Pleno tras la finalización del debate de la moción de censura planteada por Vox EUROPA PRESS/E. Parra. POOLEuropa Press

La moción de censura buscaba atrapar en un sándwich a Pablo Casado. Pillarlo entre los extremos, encarcelarlo en tacticismos y frivolidades. Una iniciativa parlamentaria más enfocada al estado crispado de Twitter que a la España real. Sin duda, un escenario polarizado de compleja digestión para el líder del PP. No lo tenía sencillo, la verdad. Sin embargo, Casado ha aprovechado la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados para fijar con claridad su rumbo. De forma brillante. Sin concesiones al populismo, desde la centralidad y la moderación inherente a sus siglas. Una jornada convertida en punto de inflexión en la carrera del joven presidente popular.

Porque ha asumido que, con Cs en tierra de nadie, en ningún caso podía ceder el liderazgo de toda la derecha a Santiago Abascal mientras enfrente la izquierda se lo otorga sin medias tintas a Pedro Sánchez. Así las cosas, Casado únicamente podía plantarse. No quedaba otra. Aun cuando una parte de su electorado se vea seducido por Vox, cuyo jefe de filas trató de apuntar al español cabreado. En el “angry voter” cimentó Donald Trump su triunfo en los Estados Unidos, en una clase media desencantada y con un futuro incierto. Igual hacen formaciones como las de Marine Le Pen (Francia), Adrian Zandberg (Polonia) o Beppe Grillo (Italia).

Con su rumbo actual, Abascal tal vez busca entrar por la puerta grande en ese caladero, el de los desencantados, el de los indignados con la política en general, el de aquellos que siempre tiran del manido “todos son iguales” para referirse a los políticos. Una hipótesis que se ve favorecida por una realidad cargada de desasosiego. Bajo esa luz, en el fragmentado tablero actual los daños colaterales quedaban limitados al PP. Toda una trampa. Pues bien, en medio del torbellino de implacable demagogia que se despliega a diario en las Cortes con los enunciados y eslóganes al uso, Casado ha decidido abrir una nueva página. Tenga el futuro que tenga, ha convertido en oportunidad el intento de achicharrarlo. Ha decidido ir a por todas y plantear un cambio drástico en la relación con Abascal.

Después de acumular dudas y vacilaciones, el sorpresivo “hasta aquí hemos llegado” resulta susceptible de muchas lecturas. No cabe duda. Estos días se harán interpretaciones variopintas. Incluso se hablará de presiones inconfesables. Las teorías de la conspiración están de rabiosa actualidad. La de quien escribe estas líneas es que el salto de Pablo Casado se antoja una ocasión para ahondar en su vocación reformista, de saneamiento institucional y de espíritu de concordia para hacer del país una ilusionante casa común, capaz de ofrecer futuro y de situar de nuevo a España como una nación respetada entre nuestros socios. Nada más y nada menos. Con un Gobierno de coalición social-comunista convertido en un auténtico peligro para el bienestar de los españoles, el presidente del Partido Popular ha logrado un discurso propio, recuperar el centro y borrar la foto de Colón, que tanto daño hizo e impedía desafiar el poder aritmético de la ley D´Hont.

Y, de paso, ha introducido una cuña en lo que Iván Redondo, asesor áulico del presidente del Gobierno, define como tres Españas -derechas, izquierdas e independentistas-, que garantiza la permanencia de su jefe en el poder. Con su cambio estratégico, Casado puede apuntar sin amarras a la radicalidad de Sánchez, capaz por su interés personal de pactar con radicales de ultraizquierda y separatistas de cualquier pelaje. Él, al contrario, ha evidenciado estar decidido a pagar el precio que le reserve la decisión de defender autónomamente los valores esenciales de su partido.