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A propósito del propósito
Vida lenta
Propósito. Desde luego es una palabra que está de moda. Todas las empresas se acogen a ella con un fervor inaudito, sus directivos la citan sin cesar presentando -parece- una hoja de ruta social, sostenible y de responsabilidad. Las compañías saben que no pueden gestionar bien su reputación sin un propósito definido que vaya más allá de la obtención de beneficios financieros.
Buscamos inspirar, queremos acercar, pretendemos ayudar a… y así, un sinfín de fórmulas lingüísticas que ayudan a las corporaciones a vender su lado más amable. Pero de todos, el propósito que mejor funciona es el propósito con corazón y para entenderlo mejor hay que mirar a otro tipo de negocios, a los rurales, a aquellos que no necesitan un plan estratégico para venderse porque solo con escuchar y ver trabajar a sus propietarios ya sabemos que hacen del mundo un lugar un poquito mejor. Rescatan semillas y recetas, reconstruyen molinos o almazaras y los convierten en pequeños hoteles rurales… algunos incluso ayer eran fieros ejecutivos y hoy han cambiado el ruido de la ciudad por el del viento entre los árboles y el canto de un colirrojo tizón. Y su plan de marketing es el mejor de todos, el del sentido común, el del hacer las cosas despacio y bien, teniendo en cuenta el territorio y todo lo que habita en él, donde la mejor campaña de publicidad sigue siendo el boca-oreja, lo que nos acaba recomendando un amigo o un familiar como algo auténtico.
Para todos ellos dedico esta columna, que pretende dar voz al producto y al productor que nos devuelve sabores de antaño, al artesano que con sus manos nos aleja de las pantallas, a los hoteles y casas rurales que nos sirven de refugio del estrés y de la vida rápida y a los proyectos con propósito, sí, con propósito y corazón, algo que quizás haya que empezar a trabajar también desde la grande y mediana empresa. Arranca la rueda de la vida lenta, la vida buena. Gracias.