Opinión
Ecología electoral
La situación es clara pero endiablada. Quien ha ganado tiene difícil poder gobernar y quien ha perdido puede agarrarse al penalti de Puigdemont para formar gobierno
No le den más vueltas. El resultado de las últimas elecciones ha sido empate. La cuestión que se lanza al aire estos días desde todas partes es preguntarse quién será la principal víctima de esta improbable pero no imposible situación: si la democracia, si el pueblo español, si las instituciones o si la política nacional. Desde mi punto de vista, quien está en realidad más en riesgo en este momento, debido al panorama resultante, es un espectro muy concreto de la cadena trófica. Porque a quien quiera evitar el bloqueo y la paralización de unas nuevas elecciones no le quedará más remedio que pactar. Y todos aquellos que quieran conseguir pactos van a tener que tragarse unos sapos tan enormes a diestro y siniestro que el consumo de esos simpáticos adefesios se va a disparar en todos los mercados. La ingesta de sapos para llegar a alguna parte puede ser de tal magnitud que, si yo perteneciera al orden de los batracios, estaría en este momento muy preocupado por la futura continuidad de mi especie.
Eso sí, de cara a la indispensable higiene mental de la sufrida ciudadanía que tantas tonterías ha escuchado ya, les pediría a los políticos que, por favor, en todo este tira y afloja político que nos espera, nos ahorren en las próximas semanas dos tópicos insufribles, explotados ya hasta la saciedad.
El primero sería el de «no pasarán». El «no pasarán» solo lleva a la polarización excesiva e irreal y comprendo que le pueda interesar a un político del tipo Baldoví (tan escaso como anda de discurso) pero si eso le coloca en la misma pobreza de argumentos intelectuales que al tarugo de Otegi yo creo que es para pensárselo un poco más. La población española de a pie no está tan dividida ni encastillada en sus opiniones como los tertulianos y los políticos. Parte de la ciudadanía tiene una tendencia clara hacia una dirección aproximada más experimentalista y otra a una dirección más moderada donde proponen que los experimentos se hagan en laboratorio y con gaseosa, pero los límites están difusos.
El segundo tópico inservible como argumento es aquello de que «el pueblo español ha hablado». El pueblo, políticamente, es un invento abstracto al que hemos dado forma porque es operativo para entendernos, pero no es un señor que tenga una opinión concreta y definida. En democracia, la multitud se expresa en cifras. Si las cifras que nos arrojan unas elecciones fueran la expresión de una voluntad clara, individual y concreta, tendríamos que inventarnos también que esa voluntad es llegar con empate al final de la prórroga y, cuando toca tirar los penaltis, encargarle que chute el decisivo a Puigdemont. Y eso sabemos que no lo quiere nadie. Bueno, quizá a algún demente en Waterloo sí le parece una buena idea, pero no hemos llegado hasta aquí en construcción democrática para ponerla a disposición de las opiniones de cuatro delirantes que se pasean por el mundo con estéticas imposibles.
Lo que sí cabe concluir es un asunto que ya se ha dicho otras veces, pero que nadie ve nunca el momento oportuno para abordarlo. Es el hecho de que quizá deberíamos darle una vuelta al sistema electoral que tenemos. Es un sistema parlamentario que permite paradojas como la actual: que pueda mantener una gran influencia política alguien que ha sufrido una derrota incuestionable y espectacular en sufragios. Si mantenemos ese sistema, la estabilidad de los proyectos políticos siempre será cortoplacista porque estará al albur de las necesidades inmediatas de simples aventureros políticos. El rechazo a ese panorama ha sido lo que, por ejemplo, ha provocado los buenos resultados de los socialistas en Cataluña. No es un premio a la concesión de los indultos o a la eliminación del delito de sedición, como algunos interesadamente quieren interpretar, sino una simple necesidad de poder respirar, de acabar por un rato con la asfixia estresante para el trabajo diario del aventurismo político.
La situación es clara pero endiablada. Quien ha ganado las elecciones tiene difícil poder gobernar y quien las ha perdido puede agarrarse al penalti de Puigdemont para formar gobierno. No subestimen a Puigdemont. Colocará la pelota con cuidado, buscará el mejor ángulo, el menor hueco para colarla. Y luego, conociendo la trayectoria de mi paisano, le temblarán las piernas, cerrará los ojos, y puede tirarla al poste, afuera o al interior de la red. ¿En serio alguien se atreve a soñar que esa ha sido la voluntad de un pueblo que ha hablado?
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