Jorge Vilches
Repensar la derecha
El asunto es complejo, pero la solución no es tirarse los trastos a la cabeza
Las derechas se han llevado un gran palo el 23J. La frustración es un desactivador político invencible, y repetir elecciones no augura nada bueno para el Partido Popular y Vox. Llegados hasta aquí caben dos estrategias, una a corto plazo y desquiciada, y otra a largo, que pasa por pensar en un plan para alcanzar y conservar el poder.
La estrategia inmediata consiste en maximizar el número de diputados. El punto de partida son 172 escaños, a los que habría que sumar los pertenecientes a Ortuzar y Puigdemont si se quiere llegar a gobernar. Esto, psicotrópicos aparte, sirve si se cree que es posible meter en la misma bolsa a Vox, PNV y Junts. Tal posibilidad precisa dos negociaciones que, más que arriesgadas, condicionan el porvenir y bordean el suicidio.
La pretensión de fiarse del PNV es ingenua y voluntarista. Pregunten a Rajoy, que negoció los presupuestos con sus diputados y una semana después de su aprobación le traicionaron dando el poder a Sánchez. ¿El PP de Feijóo va a cometer el mismo error? Tirando por elevación, confiar en el PNV nos aboca a una legislatura inestable y dolorosa que a la postre va a deteriorar al PP y extremar a Vox.
El segundo requisito para el corto plazo es sentarse a hablar con Junts «dentro de la Constitución». Pero Puigdemont, el de la República catalana de los ocho segundos, no es Pujol ni Artur Mas, iniciadores del «procés», sino un golpista fugado de la justicia, al que han apoyado todos aquellos que han querido desestabilizar nuestro país. ¿Cómo piensan explicar al electorado del PP que se sientan con Junts a pactar el futuro de España después de hablar de «derogar el sanchismo», que era lo mismo pero con ERC?
La estrategia a largo plazo es repensar la derecha. Quizá esto sea lo más conveniente para la democracia constitucional, pero los políticos no quieren ni oír hablar de sembrar y esperar unos años. Sus cargos dependen de lo que pase hoy. No hay paciencia, sino ansiedad y ambición. Ese largo plazo pasa por las dos almas que tiene el PP.
Una parte insiste en el centrismo, que pasa por admitir la realidad de un país que se sitúa en el centro-izquierda y que solo traga con el PP cuando le interesa la gestión. Esa parte de los populares habría aceptado el marco mental de la izquierda, especialmente en todo lo relativo al género y la sexualidad, a la violencia machista y al universo LGTB. Ese es el campo de batalla de la llamada «guerra cultural» porque afecta a la identidad personal y colectiva, y a las entidades naturales de la sociedad, como la familia.
Frente a este PP centrista están aquellos populares que ven la solución en el acercamiento a Vox. Esto supone asumir el enfrentamiento en los temas de género y medioambientales, el conservadurismo en las cuestiones familiares, como prohibir la gestación subrogada, y hablar de restricciones inmigratorias. El ejemplo a seguir sería Meloni, que en lugar de rehuir el choque con la izquierda lo alienta. Incluso hay quien habla de resucitar el espíritu de Margaret Thatcher, cuyo dominio cultural impregnó la política británica durante décadas. Esto queda bien en el papel pero la realidad electoral es bastante más compleja.
Problemas. No estamos en 1996. Reivindicar hoy al Aznardel siglo XX es absurdo porque la vida política española es otra. El centro, por otro lado, no da para más, y repetir al Rajoy de 2011 es imposible. Son necesarios once millones de votos, y una opción centrista, con Vox a la derecha, no llega, como se ha visto el 23J. Tampoco vale la derechización. Las estridencias del partido de Santiago Abascal alimentaron el voto a la izquierda y a los nacionalistas el 23J, por lo que si las asume el Partido Popular pasará lo mismo. El asunto es complejo, pero la solución no es tirarse los trastos a la cabeza.
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