Carmen Machi
«El caballero de Olmedo»: Quejíos por Lope de Vega
Autor: Lope de Vega. Adaptador: Lluís Pasqual (a partir de la versión de Francisco Rico). Intérpretes: Javier Beltrán, Mima Riera, Carmen Machi, Pol López, Paula Blanco, Francisco Ortiz, Jordi Collet, Carlos Cuevas... Teatro Pavón. Madrid.
Brillante, en su concepción escénica, como ese sol y esa luna enorme y lorquiana que hace salir proyectados en el día y la noche claves en que se desarrolla la obra; pero neblinoso en lo que de verdad debe brillar un clásico: el texto. Así es «El caballero de Olmedo» que dirige Lluís Pasqual, uno de los directores más interesantes de nuestros escenarios. Pasqual vuelve a Madrid con esta coproducción entre el Lliure que dirige y la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Conviene tener presente que se trata de una «joint venture» de los «chavales» de ambas instituciones: la JCNTC, la «Joven», es la formación «B» del Clásico y la Kompanyia, la nueva agrupación del Lliure. Cabe ser prudentes en el juicio, pero sin olvidar que no son ya niños –hablamos de actores de hasta 30 años– y que tienen precedentes de gran altura actoral: ahí están «Las bizarrías de Belisa» o «La noche toledana». El papelón de Carmen Machi como Fabia –la única «veterana»– tira del reparto. Nadie diría que la Machi, que tuvo que sustituir corriendo a Rosa María Sardá, no ha tenido mucho tiempo para prepararse a su alcahueta, a la que dota de gracia con un gran repertorio de recursos. Algunos de sus jóvenes acompañantes parecen haber tomado nota: Francisco Ortiz compone un Don Rodrigo, el villano de la tragicomedia, oscuro y poderoso, y una entregada Mima Riera transmite verdadera emoción como la enamorada Doña Inés. Pero a otros convendría pedirles más carne en el asador, como al protagonista, Javier Beltrán, un Don Alonso poco más que correcto en el que no se atisba ese caballero ejemplar y aguerrido, flor del reino, que debería ser Don Alonso. A Pol López le sobran toneladas de andalucismo como Tello, el criado. Sí, debe ser obligado contrapunto cómico, pero el acento de gracioso sevillano nada aporta y entorpece la comprensión de un texto con el que la CNTC da además algún paso atrás en la línea de dicción que ha seguido en los últimos años de limpieza y comprensión.
Eso sí, la apuesta folclórica de Pasqual es un acierto, con un espacio diáfano en el que unas sillas componen, a modo de cuadro flamenco, toda escenografía. Tiene lógica, dado que Lope bebió a su vez de una canción popular. Y funciona muy bien el hermanamiento audiovisual de teatro y flamenco, en la línea de Carlos Saura y Vittorio Storaro, a lomos de alegrías o de cantes de ida y vuelta en la voz de Antonio Sánchez y la guitarra de Pepe Motos. El problema de este montaje no es su concepción, sino lo que se deja en el camino: el cadáver nocturno, más que el de Don Alonso, asesinado a traición por celos, es el de «El caballero de Olmedo», texto mutilado de Lope en aras, supongo, de un acercamiento mal entendido al espectador de hoy. El último acto, con la conclusión ante el Rey y el castigo oportuno, ha desaparecido, como si ya no hubiera justicia para el delito cometido. Ni para nuestros clásicos...
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