Política
Cayetana, la enmienda de un error
El perfil de Cayetana Álvarez de Toledo no era el adecuado para ejercer la oposición parlamentaria y gestar las mayorías alternativas que España demanda
Cayetana Álvarez de Toledo no ocupará más la portavocía del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso en esta legislatura traumática y dramática de la pandemia y la recesión económica del gobierno bicéfalo socialcomunista. La decisión de relevarla tomada por el presidente de los populares, Pablo Casado, no ha respondido a una actuación precipitada ni improvisada, sino a un proceso madurado a partir de una cohabitación en lo institucional en el partido compleja y con crecientes episodios de estrés en el que la podemos decir ya antigua portavoz ejercía de detonante y no como bálsamo. No han sido pocos los encontronazos públicos y privados con determinadas y notables voces de la formación, incluidos barones de enorme peso y relevancia como el gallego Núñez Feijóo, pero no sólo, que han suscitado un acusado y continuado desgaste de una figura que, por otro lado, siempre provocó controversia y encono entre la vieja guardia del PP por un pasado de aceradas críticas y despiadados ataques a la organización tras una sonora espantada de sus filas. Su «fichaje», pues, por parte de Pablo Casado como «bomba parlamentaria» para la nueva etapa popular nunca concitó adhesiones inquebrantables y sí un mar de fondo que la propia Cayetana Álvarez de Toledo se preocupó poco de amainar, sino más bien de agitar en cuanto la oportunidad se le ponía a mano. Tal vez la inteligente y sagaz oradora nunca llegó a calcular con el tino y la finura adecuadas su influencia en una organización de la envergadura y la dificultad inherente a la trayectoria en la historia democrática española del PP. Diera la sensación, con el transcurrir de los meses, que la influencia y los vínculos internos se ceñían exclusivamente al favor o al desapego oscilante de Pablo Casado con su portavoz.
En este punto, y sobre la capacidad de integración de una personalidad soberbia y arrolladora como la de Cayetana Álvarez de Toledo, reflexiones recientes como que en España «no estamos acostumbrados al ejercicio de la libertad en los partidos» o que se se confunde «la discrepancia con la disidencia y la libertad con la indisciplina» sonaba a narrativa exculpatoria sobre su futuro sombrío, al tiempo que a deslealtad desabrida e ingrata hacia quien le brindó una nueva oportunidad en la primera fila de la política española para servir a los ciudadanos y al proyecto que encarnaba el PP. Puede que en este tránsito por el hemiciclo confundiera prioridades y senderos. Porque una portavoz parlamentaria debe ejercer su libertad en el debate interno, pero no puede condicionar ni imponer la estrategia ni el presente, ni convertirse en un problema cuando una de sus misiones debe ser proporcionar soluciones. Como ejemplo sirva sus inopinados ataques a medios de comunicación como La Sexta, a la que acusó de trabajar para erosionar la democracia, arrastrando así a su partido a trincheras inhóspitas con la libertad de prensa realmente injustificables.
Con su decisión, Pablo Casado reconoce por la vía de los hechos que se equivocó y que el perfil de Cayetana Álvarez de Toledo, pese a su dimensión y valor políticos, no era el adecuado para ejercer la oposición parlamentaria y gestar las mayorías alternativas que España demandará frente a este gobierno trapacero, infame e incapaz. El presidente del PP ha apostado por Cuca Gamarra como portavoz parlamentaria y por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, un incuestionable valor en alza, como nuevo portavoz nacional para erigirse como los nuevos rostros de la comunicación de los populares. Son cargos que responden mejor a un tiempo que demandará cohesión y contundencia en los mensajes y no el libre albedrío del verso suelto.