Liga Europa
El Sevilla resiste hasta (casi) vencer a la Juve (1-1)
Sólo con el tiempo de descuento ya cumplido pudieron los italianos rescatar un empate ante un conjunto sevillista muy superior y que se adelantó con el tanto de En-Nesyri
Antes de empezar el partido, todo el sevillismo firmaba el empate para jugarse la final en Nervión. Cuando se cumplió el sexto minuto de descuento y Chiesa se disponía a sacar un córner más allá de los seis minutos que dio el árbitro, la igualada que consiguió Gatti, tras asistencia acrobática de Pogba, se vivió como una tragedia. Así es este negocio, un tobogán de emociones. Dentro de una semana, el Sevilla intentará meterse en su séptima final de la Europa League. Gordísimo.
Turín, capital del Piamonte, es la Covadonga italiana, la ciudad desde donde Giuseppe Garibaldi partió en expedición para reunificar Italia con un ejército de “camisas rojas”, así llamado por el color de sus uniformes. De encarnado vestido, por tanto, se plantó Sevilla en el Juve Stadium, otra casa aristocrática que visitó sin querer rendir vasallaje, más bien con intención profanadora. Y fue así, insolente, el primer tiempo de los sevillistas, que plantaron su línea a cuarenta metros de Bono con En-Nesyri y Ocampos amenazando la decadente defensa bianconera que, como los muros de Quevedo, “si un tiempo fuertes ya desmoronados”. Dos cabezazos tempraneros del argentino tuvo que detener Szczesny ante la pasividad de sus zagueros.
La Juventus atacaba al ritmo parsimonioso de Rabiot pero con la amenaza del eléctrico Kostic, un puñal por la izquierda. Una irrupción del serbio, mal resuelta por su compatriota Vlahovic, fue la única ocasión local en una primera parte floja, tanto antes como después del gol de En-Nesyri. Con el Sevilla acomodado bajo la batuta de un Rakitic imperial, rompió Óliver Torres la presión turinesa con un pase vertical, centró raso Ocampos, dejó pasar Bryan Gil –un velo, se llama esta jugada en Italia– y remató el marroquí con la derecha, su pierna menos hábil, para pillar a contrapié al guardameta de nombre impronunciable. Un tiro flojito y raso que acabó en la red para certificar el momento dulce del ariete, por quien es capaz de volverse loco este verano cualquier jeque con la billetera rebosante.
Los veinte minutos que faltaban hasta el descanso fueron un monólogo colorado, una delicia para los ojos sólo empañada por la lesión muscular de Ocampos, que cedió su sitio a Montiel. Los problemas físicos asuelan una plantilla justa de efectivo útiles, cansada y víctima de un calendario asfixiante. Por ahí se le puede romper esta bonita ilusión primaveral al Sevilla.
No estaba dispuesto, claro, Massimiliano Allegri a entregar el partido entero y por eso sacó a dos refuerzos de élite en el descanso: Chiesa e Iling-Junior. Un vistazo a la hojilla de las alineaciones comparando los banquillos de los dos contendientes, advertía de lo largo que era todavía el camino hasta Budapest. El técnico italiano tenía aún a disposición a dos campeones del mundo como Pogba y Paredes, más un goleador de decenas de millones como Milik. Cinco minutos después de reanudarse el juego, cuando ya habían llovido cuatro balones sobre el área de Bono, parecía claro que el objetivo no era mantener el marcador favorable, sino llegar vivos a la vuelta en el Sánchez-Pizjuán. Para respirar, Mendilibar necesitaba recuperar el magisterio de Fernando y Rakitic, que suman más años que las Hermanas Virtudes.
El joven inglés provocó el primer rugido de la grada con un túnel excelso a Badé, aunque Acuña se interpuso cuando Chiesa se disponía a rematar. La Juventus, fiel al calculador estilo de los equipos transalpinos, atacaba sin volverse loca, quizá demasiado consciente de su superioridad, y permitió que el Sevilla salvase el primer cuarto de hora sin apenas sufrir, aunque Iling-Junior puso a prueba a Bono con un tiro raso, muy insidioso, que el quebequés atrapó contra la hierba. A Mendilibar le pasaba como a aquel entrenador de pueblo, que se giraba para ver a quién sacaba y entraban ganas de poner a calentar al camillero de la Cruz Roja. Su primer recambio, más allá del obligado, fue quitar a Óliver Torres para dar entrada a Papu Gómez. Ésta es la cera que arde, poquita, pero el reloj llegó al 80 sin que el marcador se moviese.
Quedaban las escaramuzas finales, ese tramo en el que los tíos listos como Rabiot intentan provocar la intervención del VAR fingiendo dolores lacerantes o que perros viejos como Fernando aprovechan tomar aire en cada pausa, que los sevillistas estiraban para desesperación del respetable. La cosa ya no iba de fútbol, sino de otra cosa, y en ese juego de pícaros, Gatti empató el encuentro a la salida de un córner fuera de tiempo. Queda la vuelta.