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MotoGP
Valentino Rossi camina sobre las aguas en su despedida en Valencia
El mito italiano fue venerado en Cheste tras su última carrera como piloto de MotoGP. Se notaba que se iba alguien especial y, seguramente, irrepetible
Los aficionados que ayer estuvieron en las gradas del circuito de Cheste deben sentirse desde ya unos privilegiados. Podrán contar dentro de uno, diez, veinte o treinta años que ellos estuvieron presentes el día que Valentino Rossi se bajó de la moto para siempre. El día en el que el italiano dejaba de ser piloto para convertirse, si es que no lo es ya hace mucho, en una leyenda. Es verdad que Bagnaia ganó la carrera de MotoGP con una grandísima exhibición de poderío y que Jorge Martín fue segundo para convertirse en el rookie del año. Quedará en los libros que Remy Gardner se coronó en Moto2, pero todos ellos entienden que los focos, todos, debían ser para el número 46, que 26 temporadas después de su aparición en el Mundial decía adiós. Emocionado, aunque sin llorar y sacado en hombros por compañeros, rivales, amigos y todo el que pudo estar en el pit lane. No le dejaron pisar el suelo. De la moto a ser elevado a los altares, como la estrella que ha sido, es y seguirá siendo, sin importar que no pudo llegar a la décima corona o al podio número 200 en MotoGP.
El chico que llegó a 125cc. como el hijo de Graziano Rossi, que en ese momento era el nombre más conocido de su familia, se va siendo patrimonio inmaterial del motociclismo y del deporte. Terminó décimo en su última carrera, pero eso era lo de menos. Valía mucho más el respeto con el que lo despidieron todos los que estaban en la pista y en los boxes, casi veneración lógica ante una figura irrepetible y que ha transformado la modalidad en la que siempre soñó con ser campeón. Todos los pilotos de su Academia lucieron un modelo de casco de los que él fue estrenando cada temporada en Mugello o Misano. Era sólo uno de las decenas de gestos que han tenido con él en Valencia estos días, desde Dorna, la organizadora del Mundial, hasta el último de los aficionados. Así de importante ha sido Valentino, que lo deja porque ya no es lo suficientemente rápido y estaba empezando a dejar de disfrutar.
Ahora le esperan los coches para seguir sintiendo la velocidad y la paternidad, que también le recuerda a los grandes campeones que el tiempo pasa y no se detiene nunca. Un cambio radical de vida al que tendrá que acostumbrarse, como lo deberán hacer los aficionados que cada domingo se ponían delante de la tele no para ver las motos, sino para ver a Valentino. Su amigo de toda la vida, Uccio, asistente inseparable y una de las pocas personas que conoció al niño humilde de pueblo y al gran campeón multimillonario y mito, lloraba en el box del Yamaha Petronas cuando estaba a punto de apagarse el semáforo. El abrazo que se dieron justo antes de la carrera, como siempre han hecho, era el abrazo de todo el motociclismo, que se desprendía de Rossi para siempre. Ese piloto que parecía que siempre iba a estar ahí, se va. Y él ya sabe cuándo lo va a echar de menos de verdad. El próximo 6 de marzo cuando el Mundial se ponga otra vez en marcha en Qatar y a él ya no le toque competir.
Será la primera carrera después de Valentino, una nueva era, que tendrá sus campeones y sus estrellas, pero un mito igual será complicado. Perdón a Bagnaia, a Jorge Martín y a Remy Gardner, pero el 14 del 11 del 21 era el día de Rossi. Por eso esas tres cifras suman 46, el número que MotoGP retirará para que siempre pertenezca a una leyenda.
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