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Lo importante es participar

Las candidaturas de Madrid a los Juegos y una competición contra el espíritu de Coubertin

En la carrera de las ciudades que quieren albergar unos Juegos, lo importante no es participar: la capital de España lo ha sufrido por cuatriplicado

Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Al menos en una de las carreras olímpicas, la que disputan las ciudades aspirantes a albergar los Juegos, lo importante no es participar y bien lo sabe Madrid, única gran capital europea relegada pertinazmente por los electores del COI. Cuatro candidaturas madrileñas –una, de escasa enjundia, el siglo pasado y tres de enorme peso en la presente centuria– han sido preteridas por los popes del deporte mundial, quizás las últimas debido a la cercanía en el tiempo de Barcelona 1992, el año mágico en el que España quemó todas sus naves diplomáticas. Algún munícipe ha evocado otra intentona para 2036, pero a saber qué será de nosotros y del mundo por esas calendas.

El atrabiliario Avery Brundage, un supremacista blanco que presidió el Comité Olímpico Internacional después de declararse antisemita y admirador de Adolf Hitler en los Juegos de 1936, fue el primero que animó a las autoridades madrileñas a presentar una candidatura olímpica. Eran los últimos sesenta y existía voluntad de premiar el aperturismo del régimen de Franco, pero se impuso, en la votación final en Roma, la voluntad del bloque occidental por restregar a los soviéticos el milagro económico de la Alemania Federal. Ésa era la lógica de la Guerra Fría que dio la victoria a Múnich en un plenario al que, sabedor de que la suerte estaba echaba, ni siquiera acudió Carlos Arias Navarro, alcalde madrileño por aquel entonces.

A comienzos del siglo XXI, José María Álvarez del Manzano reactivó el sueño olímpico de Madrid, que se estrelló con la geopolítica en Singapur. La ciudad-estado del sudeste asiático acogió la votación en el cénit del boom económico, cuando España parecía invencible… excepto que luchaba contra dos gigantes como París y Londres. Aunque la prensa nacional difundió la especie de que un error de un delegado griego, Lambis Nikolaou, había dado al traste con la segura elección de la capital, la realidad fue que el reñido sufragio entre franceses e ingleses se lo llevaron los británicos gracias al trabajo in situ de Tony Blair, que se desplazó para amarrar los votos decisivos que Jacques Chirac no pudo arañar desde el Elíseo.

Alberto Ruiz Gallardón cogió el testigo de su antecesor para intentar hacerse con los Juegos Olímpicos de 2016, finalmente concedidos a Río de Janeiro. El cabildeo en Copenhague fue feroz, ya que tanto la candidatura (así como las comparsas de Tokio y Chicago) admitían la superioridad del proyecto español, pero los lobistas brasileños echaron sal sobre la herida más dolorosa del deporte nacional: el escaso compromiso en la lucha contra el dopaje, ejemplificado en las condenas irrisorias de la «operación Puerto». Madrid era la capital de un país al que los tramposos de todo el planeta consideraban un santuario y esa evidencia, aunque era el elefante en la habitación que nadie mencionaba, pesó lo suyo en la votación final.

El varapalo en Buenos Aires a la candidatura que lideraba Ana Botella y su desafortunado gag del «relaxing cup of café con leche» no fue causado por el escaso don de lenguas de la alcaldesa, sino por la realidad económica. En plena crisis mundial, Japón lució el músculo financiero de sus multinacionales y los Juegos de 2020, celebrados en 2021, fueron para Tokio.