Entrevista
Alejandro Requeijo: «Nos roban el fútbol porque lo convierten en un objeto de lujo»
En «Invasión de campo» denuncia la conversión de los aficionados en simples clientes de un espectáculo global
Alejandro Requeijo (Madrid, 1985) se planteó escribir un libro que fuera un manifiesto de grada, una reivindicación del aficionado que va al estadio, del que siente los colores de su equipo y se implica más allá de lo que sucede en los 90 minutos de partido, ese aficionado al que la mercantilización y la globalización del deporte van arrinconando poco a poco. Y le salió «Invasión de campo» (Ediciones B), un libro en el que se defiende el fútbol como una pasión en peligro de extinción.
¿El libro nace de su indignación como hincha?
El libro tiene bastantes puntos de origen, pero uno de ellos sin lugar a dudas es ese. Caí en la cuenta de que hay mucha gente, y sobre todo gente joven, que piensa que el fútbol es un programa de televisión que dura 90 minutos. Y como yo considero que es mucho más que eso creía que era una buena idea escribir un libro contándolo. Es una forma de reivindicar al aficionado de estadio, que nos demos cuenta de que somos muchos más que los que nos dicen que somos, pero al mismo tiempo es como tirar una piedrecita a la ventana del salón en el que hay un montón de gente viéndolo por la televisión para invitarlos a salir y que acudan a los estadios de fútbol de nuestro país, que hay muchos y probablemente tengan alguno muy cerca de su casa donde animar al equipo de su ciudad, de su pueblo, y al mismo tiempo formar una serie de lazos de comunidad que son muy importantes para los estadios.
¿Nos roban el fútbol, como dice Ángel Cappa, nos roban la pasión?
Por supuesto que nos roban el fútbol, porque no es una cuestión metafórica, no se queda solamente en la pasión. Nos están robando el fútbol porque están convirtiendo lo que era un espacio de expresión popular en objetos prohibitivos de lujo. Sociedades deportivas que se crearon en torno a un barrio, a una ciudad, en torno a un gremio, a un origen, para sentirse representados y para vivir juntos una experiencia deportiva, de la noche a la mañana cayeron en manos privadas. Por lo tanto se le arrebata a sus legítimos dueños y a partir de ahí se toman decisiones de espaldas a esos aficionados, lo que hace que eso acentúe el alejamiento y termina por verse sacrificada la pasión. Pero no sólo eso, toman decisiones que tienen que ver con la identidad, como un cambio de estadio, no digamos ya llevarse competiciones nacionales al extranjero, apartar a los héroes de sus aficionados. Son decisiones que se van tomando en el falso altar de la evolución casi siempre motivada por razones económicas que abundan en un alejamiento entre el fútbol y sus aficionados.
«El fútbol no tiene sentido si lo desnudas de esa pasión que es lo que lo explica»
¿Qué sentido tiene el fútbol sin esa pasión, lo que acaba convirtiéndolo en un espectáculo más que se ve por televisión?
Para mí no tiene futuro si lo desnudas de esa pasión. Es esa pasión lo que explica este fenómeno. Me resisto incluso a llamarlo deporte, es algo más que deporte, es algo que tiene que ver con un patrimonio cultural, social, familiar, estético. Los aficionados, los que tenemos pasión, vamos por la camiseta y porque lo hacían nuestros padres y madres y porque lo hacían nuestros abuelos y porque lo harán nuestros hijos y nuestros sobrinos. Y si tú esto lo reduces a una moda de mercadotecnia, sujeta o basada en criterios económicos, vas a correr el riesgo de decepcionar al cliente. Porque a veces el partido termina 0-0 o a veces el jugador de moda se retira o se lesiona o se marcha a otro equipo. Y entonces si tú lo vinculas todo a conceptos como la palabra espectáculo no le estás contando toda la verdad.
Se pierde la identidad.
Yo lo que defiendo es que es un error caer en la trampa de reducir el acontecimiento del fútbol a lo que sucede durante 90 minutos sobre el césped. Porque si tú a un chaval joven le explicas la trascendencia que tiene la visita litúrgica a un estadio, con todo lo que eso representa, con la explicación de por qué tu equipo viste esos colores, la explicación de por qué tu estadio está en ese lugar de tu ciudad, la explicación de por qué la grada reacciona de manera determinada a estímulos que suceden en el césped, estoy convencido de que cuando los jóvenes entienden todos esos vínculos, todos esos asideros emocionales, es muy difícil que no los abracen. Y que no los abracen para toda la vida. Y también estás captando ahí un cliente. Pero si tú reduces toda la experiencia de ir al fútbol a lo que sucede en el terreno de juego, entonces da igual ir al estadio que verlo por televisión. Creo que hay que reivindicar la experiencia de ir a un estadio, y eso pasa obligatoriamente por bajar los precios. Porque lo que antiguamente era relativamente sencillo, que era que unos padres llevaran a sus hijos al fútbol, ahora es imposible porque una entrada para un partido normal te puede llegar a valer cien euros.
¿El cambio de escudo del Atlético es un motivo para la esperanza del hincha?
Creo que es el triunfo de una lucha que ha durado seis años y que ha estado presente en todos y cada uno de los partidos, en casa y fuera, desde que nos robaron nuestro escudo legítimo. Y esa pelea generó una fractura social en la grada y generó partidos de mal rollo, estábamos enfadados, a veces enfadados entre nosotros. Yo soy un firme defensor de la vuelta del escudo, lo fui desde el primer momento, intenté ayudar en todas las iniciativas que se hacían desde la grada para recuperarlo. Y me acuerdo de que el año pasado había mucha gente desanimada y me decía «qué mal rollo» y yo decía «al revés, el hecho de que exista este problema es el hecho inequívoco de que seguimos vivos, de que la grada del Atlético de Madrid es un agente activo, con opinión, con vida, que discute, que se pelea y que no traga y dice amén a todos los mensajes prefabricados que nos llegan desde los poderes económicos. El hecho de que tantos años después siguiese latente el problema creo que es algo muy digno de que nos sintamos orgullosos porque entre otras cosas nos dijeron que en unos meses nos olvidaríamos. Y porque veo cómo reaccionan otras aficiones ante ataques identitarios y me da la sensación de que los atléticos podemos seguir diciendo que somos distintos porque somos cabezones, porque nos emociona más un escudo que un gran fichaje, porque creemos que la identidad es algo que permanece para siempre y que no es transitorio y que no es pasajero y que no es trivial sino que es muy muy importante.
«La afición del Atlético está viva y no traga con los mensajes de los poderes económicos»
El problema del cambio de estadio ¿es el cambio de estadio en sí o lo que habla en el libro de la despersonalización, que todos los estadios modernos son iguales?
Para mí ese es el principal problema. El Atlético de Madrid al estar durante 50 años en una zona como el Manzanares, el sur de Madrid, la Latina, ya se había dotado de una idiosincrasia. El hecho de despojarlo de todo eso porque, según nos vendieron, íbamos a tener un montón de ventajas económicas, íbamos a eliminar toda la deuda, íbamos a competir con los mejores del mundo, a mí me parece que son argumentos como mínimo de llevarse la mano a la cartera cuando alguien te lo está contando. Yo recuerdo que el Atlético de Madrid ha jugado tres finales de la Liga de Campeones en su historia y las tres fueron desde el Vicente Calderón. Y las últimas de forma bastante reciente. Y me fijo en los equipos que han cambiado de estadio no sólo en España sino en Europa y no veo que a ninguno le haya cambiado especialmente la vida deportiva. Hay una cosa que me molesta mucho cuando te venden el traslado a un nuevo estadio. Si te fijas, todos los anuncios, todos los mensajes, todos los argumentos para convencer al hincha de que es una buena decisión suelen ir acompañados de promesas como wifi gratis en todo el recinto, no sé cuántas plazas de aparcamiento, techo retráctil para que no te mojes, calefacción en todos los puntos del estadio, el doble de palcos Vip te dicen, como si al hincha le importara el número de palcos Vip que va a tener el estadio. Y nadie te dice cómo va a ser la acústica del nuevo estadio, nadie te dice cómo va a ser la inclinación de las gradas, si la nueva construcción va a servir para que haya una mayor atmósfera y por lo tanto la experiencia de ir al estadio va a ser más emocionante y más gratificante. No, porque ahora el objetivo último es que los estadios sirvan de recinto para hacer un montón de cosas que no tienen que ver con el fútbol. Y al final acaban sirviendo para todo menos para lo que tienen que servir.
Es un reflejo de lo que sucede con las ciudades, el centro de todas tiene las mismas tiendas, las mismas franquicias...
Sí, los mismos edificios. Es un debate que tiene mucho que ver con la estética. Para mí los detalles son importantes y la moda ahora tiende a que todo sea muy funcional y muy práctico, pero no necesariamente bonito y no necesariamente histórico y no necesariamente cuidado. Los detalles son sacrificados por otros conceptos como práctico, útil, a veces también como novedoso y lo que consigues es que todas las ciudades se parezcan, que no haya grandes diferencias y que, por lo tanto, todos los estadios también. Antes, con una simple mirada, cualquier persona que tuviera el ojo un poco educado en el mundo del fútbol te sabía diferenciar perfectamente un estadio inglés de un estadio italiano, de un estadio turco y no digamos ya de un estadio sudamericano, con todos los trapos desplegados en las tribunas. Pero eso ahora se está perdiendo y a mí me parece que es una pérdida en cuanto a la riqueza cultural, patrimonial y arquitectónica de cada país. Y esos conceptos de comodidad, utilidad, funcionalidad nos están llevando a expulsar a los estadios de los barrios que los dotaron de una identidad para mandarlos al extrarradio y es algo que me da mucha pena, porque creo que los barrios deben integrarse en los clubes y los clubes en los barrios. Si por cuestiones de funcionalidad fuese elegiríamos casarnos en un polígono industrial, porque como es donde más facilidad hay para aparcar, donde hay más salidas de emergencia, donde hay más espacio para meter invitados, pero ¿a que nadie elige casarse en un polígono industrial? ¿A que todo el mundo quiere casarse en una capilla vetusta, con un montón de detalles y un montón de historia a su alrededor? Pues con los estadios tiene que pasar lo mismo.
En el libro habla también de la pérdida de conciencia de clase del hincha, que es algo que también se está perdiendo en la sociedad.
Creo que a lo largo de mucho tiempo todos los mensajes alrededor del fútbol presentan al aficionado como un cliente y me da la sensación de que hay mucha gente que se lo ha creído. Y que lo ha asumido. Y yo me niego. Y te fijas en lo que sucede en otros países y ves que están en una lucha continua para preservar sus cuotas de influencia y de poder. En Alemania han sacado pancartas para defender su modelo del 50+1. No quiero decir nada de Argentina, la que se monta si alguien decide ni siquiera plantear la privatización de uno de sus clubes. Independiente de Avellaneda, que es probablemente uno de los equipos más grandes de América y el que más Copas Libertadores tiene está atravesando una etapa ruinosa económicamente y sus aficionados se están organizando para hacer una colecta. Hay una conciencia de que somos los dueños de los clubes y de que por lo tanto tenemos que defenderlos. Y eso creo que en España no pasa o pasa cuando las cosas están muy mal. Esto tiene mucho que ver con los tiempos modernos. El escepticismo a día de hoy es una señal de estatus. El que se queda desde la barrera mirando con la ceja levantada y casi riéndose de quienes creemos en causas y las defendemos tiene estatus, mientras que los que estamos en la arena peleándonos contra Goliat somos unos ilusos que estamos perdiendo el tiempo y eso me da mucha rabia. Creo que el hincha debe ser consciente de que somos muchos más de los que nos dicen que somos. A eso me refiero cuando digo en el libro que hay que ser consciente del poder que tenemos dentro de este negocio y este mercado que es el fútbol. Movilización y militancia. Lo hemos visto en algunos momentos de la historia, tanto reciente como anterior. ¿Se hubiese hecho una Liga de 22 si no hubiesen salido decenas de miles de tipos a decir «mi equipo no desciende»? Aunque si hubiese habido que aplicar el reglamento hubiesen tenido que descender. Pero es porque a algún político le temblaron las piernas. Y se decidió que durante un año se tenía que hacer la Liga de 22. Si la gente en Inglaterra no hubiese salido a la puerta de los estadios a decir que qué es eso de la Superliga, ¿qué hubiera pasado? Pues seguramente influyese. No tanto por los dirigentes deportivos de esos equipos que seguramente vivan en Estados Unidos o en Arabia Saudí, pero sí por los dirigentes políticos, que dijesen ¿esto qué es? Y articularan algunas normas para blindar algo que es un patrimonio, que son las ligas nacionales, el fútbol de cada país, que no deja de ser un patrimonio no sólo cultural, también económico. El fútbol ya no es una mera opción de ocio. A lo largo del tiempo se ha ganado la consideración de patrimonio, de legado, de tesoro, tanto deportivo como social como cultural, como económico. Y eso incluso en términos económicos es una industria a proteger.
Una masa de clientes no hubiera conseguido que el Celta y el Sevilla no descendieran a Segunda B.
Si tú desnudas esto de la pasión y de la militancia que hay más allá de los 90 minutos, ¿quién va a salir a la calle a defender esto? Como esto es un espectáculo ya se harán de otro equipo, qué más da. Si esto lo reducimos a un mero espectáculo, si todos los estadios son iguales, si todas las marcas comerciales te hacen la camiseta igual que al de al lado, si todos los escudos tienden a simplificarse y a reducirse y a ver alteradas sus señas identitarias, la pregunta inevitable es ¿qué diferencia hay entre hacerse de un equipo o de otro? El libro de lo que habla y lo que denuncia es la homogeneización del fútbol en virtud de conceptos empresariales. Y eso es contra lo que nos rebelamos mucha gente. Y mucha gente de grada me da las gracias por plasmar en el libro lo que él lleva sintiendo durante mucho tiempo.
¿Por esa pasión se le perdona todo al fútbol, problemas con Hacienda, deudas...?
No lo sé, porque las cuestiones económicas tienen también un peso importante para condicionar ciertas decisiones. Pero desde luego el aficionado está dispuesto a perdonar muchas cosas que no perdonaría en otras facetas, desde cuestiones de índole fiscal a otras cuestiones mucho peores.
Hay una parte también de la afición como espectáculo, como sucede en La Bombonera. ¿Eso adónde va?
Europa vive ahora su mejor momento en las gradas. Te das un paseo por Europa y te encuentras estadios abarrotados, estadios con tifos espectaculares, que se preparan durante días antes y que se exhiben durante unos segundos antes de que empiece a rodar el balón. Exige una dedicación, una militancia, un tiempo que se gasta en rendirle tributo a tus jugadores y a tu equipo, es un sacrificio que hace el hincha para que luego los estadios presenten una atmósfera muy emocionante, muy cálida. Y eso está pasando en países no especialmente cálidos como Alemania o Dinamarca, pero también en países como Italia o Inglaterra. Eso sumado a gradas seguras, sumado en algunos casos a gradas donde no hay butacas y se puede permanecer de pie, como es el mítico e icónico «muro amarillo» del Borussia Dortmund. Está todo el mundo celebrando el vídeo que ha hecho C Tangana al Celta y en ese vídeo no se ve un balón, no se ve césped, no se ve un estadio. Es la prueba inequívoca de que el fútbol es mucho más que todo eso. Es una cosa social, es una cosa cultural, es una cosa de arraigo local, es una cosa de reivindicar tus raíces, tu tradición, tu legado, tu historia, tus antepasados. En ese vídeo se ve a chavales con bufandas, con banderas y con bengalas. La gente ve esto y dice «pura pasión el vídeo de C Tangana, pura emoción, pura entrega por los colores», pero a la gente que se está emocionando con el vídeo de C Tangana habría que explicarle que alguna de las cosas que salen en él en España sería sinónimo de multa. Porque estoy muy acostumbrado a ver a los medios de comunicación rendirse a estadios encendidos, llenos de pancartas, llenos de bengalas y cuando pasa aquí decir que es una vergüenza. Creo que es bastante compatible perseguir la violencia con no convertir los estadios en museos. Es que la FIFA le ha dado el premio a la mejor afición del mundo no a la que mejor se porta, no a la que está 90 minutos sentada comiendo pipas, se la han dado a los argentinos, que están de pie los 90 minutos, que no paran de animar, que se quitan la camiseta, que entran con bombos. Esa afición que durante años nos han estado diciendo que era como ir a la guerra de repente llenó de alma un Mundial llamado a ser un Mundial de cartón piedra como el Mundial de Qatar. Y gracias a que Argentina llegó lejos el Mundial de Argentina todavía no fue más vergüenza de lo que fue.
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