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Will Smith se redime del puñetazo a golpes

El actor presenta su primera película en salas tras el incidente ocurrido en los Oscar de 2022, "Bad boys 4", donde vuelve a enfundarse el traje de policía rebelde

Madrid Creada:

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En un universo paralelo regido por la dictadura moral de lo esperado, resulta altamente probable que el hecho de que Will Smith regrese a las salas de cine con una comedia de acción ultraviolenta después de protagonizar el ya histórico episodio de agresión en directo al cómico Chris Rock durante el marco de la celebración de la 94º edición de los Oscar hace un par de años, no entre dentro de la categoría de lo estético ni tampoco de lo idóneo. Sobre todo, en lo que a lavado de imagen y ejercicio público de redención se refiere. Pero asumiendo como improbable nuestro traslado a ese escenario soñado de la coherencia e integrando el contexto actual en el que se desarrolla el estreno de "Bad Boys 4: Ride or Die" como parte esencial del análisis, lo cierto es que la reaparición del Príncipe de Bel-Air tiene todos los ingredientes necesarios en términos de lógica y tirón publicitario como para traducirse en una gran acogida por parte del público y en un suavizado regreso del desterrado a la casa hollywoodiense.
El vínculo emocional establecido con toda una generación de adeptos de la adrenalina y el entretenimiento para los que está pensada esta cuarta entrega de la saga se remonta a mediados de la década de los noventa, cuando Smith y Martin Lawrence aún no se conocían y aún no sabían que de manera conjunta formarían la mítica dupla de policías rebeldes. Al parecer, arropado por una suerte de casualidades tejidas inesperadamente, fue Lawrence quien después de leer el guion y consultarlo con su hermana, llamó a Smith para ofrecerle formar parte del proyecto. La resulta evidente de todo aquello fue, además de la conformación de la mencionada pareja de ficción, una gran amistad en la vida real.
En unas recientes declaraciones concedidas con motivo del estreno, el propio Lawrence admitía que aquella, "fue la mejor llamada que hice nunca". "Conocíamos el trabajo que había hecho el otro, pero nunca habíamos coincidido. Siempre nos hemos respetado enormemente y quedó claro desde el principio que teníamos mucha conexión. Han pasado 30 años y seguimos siendo grandes amigos. Nos conocemos desde hace muchísimo tiempo, pero seguimos teniendo claro que podemos contar con el otro para lo que sea", se sinceraba el actor de "Esta abuela es un peligro" antes de que Smith recogiese el guante de la nostalgia y el aprecio compartido.
"¿No es eso lo que todos queremos? Alguien con el que podamos contar ocurra lo que ocurra, ¿no? Eso es lo mejor de estas películas, que el lema "Bad Boys for Life" realmente significa para toda la vida", apostillaba el intérprete sobre una alquimia afectiva que se traslada de manera fluida y extremadamente natural a la totalidad de escenas compartidas que aparecen en esta última cinta dirigida por Adil El Arbi y Bilall Fallah. Estos dos jóvenes cineastas belgas de ascendencia magrebí también autores de la destacable "Rebel", beben de la pirotecnia audiovisual siliconada primigenia de Michael Bay (director de la primera parte) en la que la espectacularidad técnica de las escenas de acción –con estructura formal de videoclip efectista y acercamientos de cámara imposibles incluidas– es tan constante y está tan subrayada que termina situándose muy por encima del relato, para retomar la historia de Mike Lowrey (Smith) y Marcus Burnett (Lawrence) instalados, claro, en el epicentro de un nuevo aprieto.
Tras los últimos acontecimientos –de los cuáles tampoco hace falta conocer al detalle su origen para entrar dentro de este despliegue orgiástico de coches de lujo, música latina altísima, chistes malos sobre negros y la introducción arrebatada de un "mother fucker" por cada dos palabras pronunciadas de diálogo–, acusan injustamente al fallecido capitán Howard por un crimen relacionado con el tráfico de drogas. Pero los policías rebeldes se comprometen a limpiar su nombre y a medida que se acercan a la verdad, son incriminados y se convierten en fugitivos, con una recompensa sobre sus cabezas financiada por un cartel.
Will Smith, en plena forma, reparte –con perdón de la explicitud mullida y nada religiosa del término empleado– hostias como panes y entre la emotividad de las reconciliaciones con su hijo delincuente que les ayuda en la misión, el sentimiento permanente de culpa enquistada por haber permitido que matasen a Howard y la necesidad de proteger a su nueva familia de la amenaza de un malo malísimo, a uno se le olvida ya el incidente de los Oscar y hasta lo que había desayunado. En cualquier caso, no vamos a elucubrar con el rostro de la persona en quien podría haber pensado Smith durante el reparto de mandobles en el rodaje. Pueden ustedes, eso sí, hacerlo con el nombre.