El vagabundaje español de Camilo José Cela
Ediciones 98 lanza sendos libros en los que se recupera al Camilo José Cela en continuo proceso de búsqueda que tanto anduvo y escribió por y sobre España
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Creía Cela que a los españoles se les resistían tres géneros narrativos: los epistolarios, las memorias y los libros de viajes. Lo explicó en un artículo de «La forja de un escritor (1943-1952)» (Fundación Banco Santander, 2016), poniendo el foco en el hecho de que el lema de Stendhal «el espejo que se pasea a lo largo del camino» casaría mejor con el libro viajero que con la novela. En el momento en que Cela escribía estas líneas, julio de 1946, estaba preparando «un libro de viajes por ese mosaico de paisajes, razas y costumbres que llamamos España» –«Viaje a la Alcarria» se publica en 1948– y su definición del género se basaría en que el escritor tendría que ocuparse del «olor del corazón de las gentes, el color de los ojos del cielo, el sabor de las fuentes de las montañas y de los manantiales de los valles». Así lo haría, y por medio de un aliento poético que insufló hondura y belleza a lo que iría a convertirse en crónica de lo visto y sentido.
Detrás, gracias a su capacidad de observación de tierras y gentes, asoma lo ruralista, lo humorístico y lo melancólico, tres elementos inequívocamente celianos en trayectos como el citado a esa comarca de Guadalajara, «Del Miño al Bidasoa» (1952), «Judíos, moros y cristianos» (1956), «Viaje al Pirineo de Lérida» (1965) o «Nuevo viaje a la Alcarria» (1986). Para un hombre que tanto se dio a los trabajos lexicográficos, todo vocablo podía contribuir a la sonoridad de una narración, más si cabe en series de adjetivación –lo que Josep Pla más admiraba de él– destacadas por José M.ª Pozuelo Yvancos en «Viaje a la Alcarria», como en este ejemplo del comienzo del texto: «El metro está cerrado aún y los tranvías, lentos, distantes, desvencijados, parecen viejos burros abultados, amarillos y muertos».
En esta línea andariega encontramos ahora dos libros que se recuperan del autor de Iria Flavia. Por un lado, tenemos «Balada del vagabundo sin suerte y otros apuntes de viaje», que incluye los libros «Ávila» y «Vagabundo por Castilla» (en su momento se llamó «Balada del vagabundo sin suerte y otros papeles volanderos», 1973). El «modus operandi» de Cela solía ser el mismo siempre: se ponía a dar largas caminatas y se detenía a entablar conversación con los lugareños, lo cual dio como resultado piezas en este libro como las tituladas, tan llamativamente, «Sir John en su jardín», «Breve estampa del jardín de un pazo» o «Epicenio en prosa de un mártir gallego», y otras que nos llevan a conocer detalles de localidades como Villagarcía de Arosa, Salamanca, San Martín de Fuentidueña o Tresjuncos.
Asimismo, con prólogo de Camilo José Cela Conde (Madrid, 1946), hijo del escritor y de Rosario Conde, disponemos de «Páginas de geografía errabunda», de 1965, un libro realmente que ha quedado en el olvido y donde se recogen sus primeras salidas por tierras peninsulares. «Por tierras de Ávila», «La Coruña anteayer», «La Mancha en el corazón y en los ojos», «Viaje a Extremadura», «Las salinas de Cádiz», «Badajoz» o «Redescubrimiento de Barcelona» son algunos de los ejemplos que encontramos en un libro, de nuevo, que capta de inmediato la atención del lector. Son del todo irresistibles estos títulos: «El barco judío», «La cabra escapa del monte», «Croquetas de bacalao de doña Elvira», «Tres estampas desde una nube minera», «Disculpa a la Virgen del Rocío» o «De las nieves perpetuas a la caña de azúcar», para andar por tierras pasadas de un país presente, a ras de suelo, e inmortales ya desde el plano literario, geográfico.
No en vano, este concepto fue muy importante para Cela, quien, de haber sido profesor en algún aula universitaria, hubiera enseñado lo que llamaba «Geografía popular», como le contó a un amigo. Por algo «Judíos, moros y cristianos» está dedicado a su «profesor de geografía». El también autor de un «Diccionario geográfico popular de España», en la dedicatoria que hizo al Dr. Gregorio Marañón, en «Viaje a la Alcarria», dijo que «este libro no es una novela, sino más bien una geografía»; a ello añadía después que «en novela vale todo con tal de que vaya contado con sentido común; pero en la geografía, como es natural, ya no vale todo, y hay que decir siempre la verdad, porque es como una ciencia».
Esa observación geográfica se fundirá con su contemplación hacia la naturaleza, tan importante en libros como este «Páginas de geografía errabunda», donde encontramos pasajes naturalistas precedidos de largos títulos como el siguiente: «Como los montes azules, como el viento de la mañana, como una florecilla sin olor». Una frase que luego se complementa cuando abandona el campo y, al tratar de recordar lo visto, escribe: «Que Dios me lo perdone, pero no lo puedo evitar: amo todo lo que recuerdo y recuerdo casi todo lo que he visto».