Un premio Azorín entre la heroína y el cine quinqui
Fernando Benzo presenta su nueva novela, reciente ganadora del premio que entregan la Diputación de Alicante y Planeta, definida como "una historia de malos"
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Para presentar Los perseguidos bastaría con decir que es la destilación «benziana» de múltiples referentes de la cultura actual: de los tipos duros del «noir», como Raymond Chandler o Dashiell Hammet, a la dureza urbana de James Ellroy y el ritmo sin concesiones de Don Winslow; pero también elementos propios de las novelas de Vázquez Montalbán y Juan Marsé. Igualmente tiene mucho del cine quinqui de la Transición, de películas como Deprisa, deprisa y Navajeros; incluso cintas americanas como Al rojo vivo, El precio del poder y Érase una vez en América. En boca de su autor, de Fernando Benzo (1965), el libro vencedor del Premio Azorín 2023, que entregan la Diputación de Alicante y Planeta, «no es una novela de héroes, sino de villanos». Repleta de ladrones, asesinos, traficantes, políticos y policías corruptos...
A todos los personajes aquí presentes les persigue algo, «ya sea su pasado, su destino o la sombra de sus familias», puntualiza de esta trama de seres marginales en la que también se retrata la historia de Madrid: «Mi ciudad, de la que estoy enamorado», presume quien, además de su faceta escritor (Nunca fuimos héroes, Los viajeros de la Vía Láctea...), ocupa el cargo de director general de Deportes en la Comunidad de Madrid.
Junto a él, perseguido por la obsesión de «crear un título que atrape», Marta Robles y Loquillo estuvieron ayer en el salón Neptuno del hotel Westin Palace de Madrid para la puesta de largo de Los perseguidos (Planeta), una obra escrita en dos líneas narrativas, una en pasado, y otra, la que corresponde a la investigación que la protagonista de la novela lleva a cabo. Una novela, como la define su autor, «ambiciosa y larga» sobre la vida de Daniela, joven periodista que se interesa en la actualidad por un posible pacto entre el ministro del Interior y un mafioso serbio encarcelado para que este no destape una supuesta trama policial de corrupción; y la de Dardo, el cabecilla de una pandilla del barrio madrileño de San Blas. Dos figuras que marcarán los tempos a la hora de ir destapando el tráfico y consumo de drogas la España de ayer y de hoy, desde el hachís hasta la heroína y la cocaína, como la corrupción política vinculada a este mundo.
Entre risas, Benzo aclaraba que «todo es ficción»: «Diré que nada tiene que ver con la realidad para, primero, evitar demandas, y, segundo, no perder a ningún amigo». Resume el madrileño la trama como «la historia de la vida de unos malos» con los que no entra en juicios de valor. «Ni tampoco les justifico porque ninguno somos una sola cosa las 24 horas del día; y esta gente puede ser mala, asesinar, pero también se le cae la baba con su hijo o se preocupa por los problemas de su familia. Solo he querido mostrar la vida de esta gente, sus amores y amistades», explica el escritor.
A su lado, el Loco –«un chico de barrio», en boca de Robles– confesaba su atracción por una historia que conoce bien del pasado: «Nuestro país, en el tardofranquismo y durante la Transición, se cuenta más allá de la lucha por las libertades. También está en el extrarradio. Ahí donde la gente no tenía futuro, las bandas surgían en los futbolines y los héroes se acabaron con la llegada de la heroína».
Así lo documenta un Benzo a través de estos quinquis de vida predeterminada por su lugar de nacimiento. Pero la «trampa», cuenta, de la novela está en que sus protagonistas se escapan de la lógica. La norma los hubiera llevado a una cárcel o simplemente a morir en un descampado, pero Dardo se convierte en una especie de emprendedor cuando comprende que «la navaja no tiene futuro y sí la heroína». Desde ahí se mueve un cuento que trae sus lazos hasta el presente.