Almagro: hacia el mestizaje teatral
El festival cierra esta primera semana, en su 45ª edición, con una programación heterogénea y de marcado acento latinoamericano
Desde que asumiera la dirección del Festival de Almagro en 2018, Ignacio García ha trabajado con encomiable y visible esfuerzo para abrir vías de comunicación cultural con otros países sirviéndose de nuestro ingente patrimonio literario y teatral del Renacimiento y el Barroco. Entre esos países, figuran en un lugar destacado, por su vinculación con aquella España –y también con esta–, Portugal y los que conforman América Latina. Lo importante, en realidad, no es tanto que se haya incrementado o no, a lo largo de estas cinco ediciones, la presencia de compañías procedentes de esos lugares, sino que esas compañías han dejado de acudir aquí con textos de Shakespeare o de Molière, y se han aventurado por los insondables –e incontables– caminos que transitaron los autores del Siglo de Oro, los cuales, por cierto, son tan suyos como nuestros. Compañías de Colombia, Argentina, Chile, Guatemala, México y Uruguay –este último es el país invitado– concurren este año en una programación en la que, además, hay propuestas de Reino Unido, Italia, Costa de Marfil y Estados Unidos. Algunas de ellas han servido en los primeros días como punta de lanza de lo que podrá verse a lo largo de toda la edición.
Uno de los montajes foráneos más esperados por el público especializado era Constante, una aproximación de Gabriel Calderón a la obra de Calderón de la Barca El príncipe Constante. El dramaturgo y director uruguayo, muy aplaudido recientemente en España por la estupenda Historia de un jabalí o algo de Ricardo –que se basada en Ricardo III– no ha encontrado esta vez un camino tan claro y revelador en su intento de trasladar las claves del texto primigenio al presente de su país. Aunque está defendido por buenos actores, y logra concitar la atención durante todo su desarrollo, el trasfondo argumental de la propuesta queda más confuso de lo debido y uno no termina de ver una vinculación directa con la obra original de la que supuestamente bebe. En cualquier caso, el espectáculo tiene una factura técnica y artística impecable.
También ha llegado desde Uruguay la compañía Teatro del Umbral para poner en pie, con mejores intenciones que resultados, una función titulada Góngora estuvo aquí que rinde homenaje al eminente poeta cordobés y a un admirador suyo dentro del mundo de las letras: el escritor uruguayo Gustavo Espinosa. Los distintos planos de representación con los que juega la obra, cuyo argumento se enmarca en el ensayo que está haciendo una compañía de teatro de una función inacabada de Góngora, se superponen sin demasiada sutiliza dejando ver las costuras de una dramaturgia excesivamente amalgamada.
Otro de los montajes que se han visto estos primeros días ha sido el de la compañía chilena La Calderona, un atrevido y original intento, cuando menos, de convertir en musical La vida es sueño. Si bien la versión trata de ir a lo concreto y esencial en lo estrictamente dramático, no terminan de funcionar bien ni la partitura, un poco plana y falta de emoción, ni el uso, algo cansino, de las proyecciones.
Uno de los trabajos más interesantes en los primeros días ha sido el de la compañía de Costa de Marfil Alma Production, que ha presentado, con dirección de Ignacio García, una sorprendente adaptación de El burlador de Sevilla titulada Don Juan. Los muertos no están muertos. Firmada por el propio García junto a José Gabriel Antuñano, la versión reduce prácticamente a un esquema la obra atribuida hasta hace poco a Tirso de Molina (las investigaciones recientes señalan a Andrés de Claramonte como su autor más probable) para volver a construirla bajo otro paradigma cultural y otro código artístico. Cierto es que esa depuración previa obliga a sacrificar la belleza literaria y algunas líneas argumentales de indudable riqueza; pero, curiosamente, y ese es el gran acierto, permite ver, en la inteligente trasposición cultural, cómo se mantiene intacta toda la carga del lenguaje simbólico. Conceptos como la justicia, la venganza o el desafío a la divinidad se expresan con toda la potencia del texto original en una función de gran belleza sensorial en la que la acción, dejando la palabra en un segundo plano, aparece vehiculada en el lenguaje corporal y la música.