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“Malvivir”: De pícaras a juglares ★★★★★

Puro festín de teatralidad, con incontables guiños a la comedia del arte, al clown, a la narración oral, a la juglaría y hasta a las propias convenciones de la representación
Descripción de la imagenDavid Ruiz

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Autor: Álvaro Tato, a partir de las novelas de pícaras del Siglo de Oro. Director: Yayo Cáceres. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Marta Poveda y Bruno Tambascio. Naves del Español en Matadero, Madrid. Hasta el 5 de junio.
Si la novela picaresca supo mostrarnos, en forma de aguda sátira, toda la crudeza de la sociedad española del Siglo de Oro bajo un inusitado enfoque lúdico, Malvivir nos muestra ahora en forma teatral, como una matrioska más grande que la contuviera, esa vasta visión literaria sobre aquella realidad social. Y lo hace manteniendo intacto el espíritu satírico y lúdico que le daba sentido. Eso es en esencia esta obra: un espectáculo concebido como un gran juego, rico y complejo, que homenajea a un género ya de por sí juguetón y que pone de relieve con precisión los mismos asuntos que ese género trataba de abordar.
Dicen los responsables de la función haberse “basado en las novelas de pícaras del Siglo de Oro”. Y, en efecto, ahí están latiendo La pícara Justina, de López de Úbeda; La hija de Celestina, de Salas Barbadillo, o La niña de los embustes, de Castillo Solórzano; pero hay justificadísimos ecos, en verdad, de toda la picaresca, dado que las obras señaladas compartían elementos argumentales y literarios con muchas otras similares de aquel tiempo, independientemente de que sus protagonistas fueran hombres o mujeres. De modo que, viendo Malvivir, podremos también intuir a Cervantes, a Quevedo, a Alemán, al anónimo escritor del Lazarilloy a saber a cuántos autores más. Todos ellos, eso sí, suenan con el mismo acento, claro y hermoso, en la espléndida dramaturgia que Álvaro Tato ha elaborado para recorrer la vida de Elena de Paz, una mujer, como tantas pudo haber, que sobrevive a la propia vida, y cuyas ansias de amor y libertad entran en cruenta batalla con el miserable destino que rige su estrato social humilde.
Sin embargo, desde el punto de vista teatral, más importante que la historia de Elena de Paz, que funciona como epítome de la desventurada vida de todas las pícaras, es la manera en la que está representada; a tal punto que tiene uno la intuición de que Tato ha debido de escribir y reescribir a pie de escena muchas de las situaciones dramáticas, para acoplar debidamente el texto a la multiplicidad de acciones que, con unos pocos elementos de escenografía y vestuario, y con la participación de un músico en directo (Bruno Tambascio), propone el director. Porque Malvivir es un puro festín de teatralidad, con incontables guiños a la comedia del arte, al clown, a la narración oral, a la juglaría y hasta a las propias convenciones de la representación. Y pocas veces tiene uno el placer de ver tantos hallazgos en el lenguaje escénico; hallazgos que se suceden sin descanso de principio a fin con la exclusiva intención de favorecer la acción −y su narratividad− y dotarla de ritmo. Lo que Yayo Cáceres hace aquí es, sencillamente, dar una clase magistral de dirección sin que se note que la está dando; es decir, sin que nadie repare en él, y sí en todo lo que las actrices hacen y sienten sobre el escenario, que es lo realmente importante. Una lección sobre ‘cómo colocarse al servicio de la historia’ que ya podían estudiar y aprender tantísimos directores egocéntricos como hay hoy, exhibiéndose ellos, que no sus espectáculos, en los teatros de toda España.
Pero, volviendo a Malvivir, nada podría ser como es si las dos actrices protagonistas no se dejaran la piel prestándose a ese difícil y exigente juego ideado para ellas por el director. Llama la atención, en primer lugar, la valentía de Aitana Sánchez-Gijón: no es habitual que una actriz famosa salga de su zona de confort, se baje al barro, como tiene que hacer aquí, y se ponga trabajar en él con ahínco para que destaque un conjunto del que ella es solo una parte. No se trata de una estrella haciendo un gran personaje a su medida en un conocido título, sino de una buena actriz que tiene que defender con oficio una diversidad de personajes de distinta relevancia dentro de una propuesta que requiere armonía, sentido coral y generosidad. Y junto a ella, con el mismo protagonismo en la obra, pero brillando con mayor intensidad, Marta Poveda. Está inconmensurable; no se me ocurren más adjetivos para definir el trabajo, rebosante de energía, talento, gracia y hondura, que hace aquí la actriz. Creo, honestamente, que lo mejor y más completo que ha hecho en su carrera; y eso es mucho decir, porque no faltan en ella algunas formidables interpretaciones de grandes personajes de nuestra literatura clásica.

Lo mejor

Magistral, por su sencillez y hermosura, el cruce de personajes que hacen las dos actrices a mitad de la función.

Lo peor

Tal vez haya que tener una afición previa a la novela picaresca, y un conocimiento de la misma, para disfrutar plenamente de la obra.