“Malvivir” para sobrevivir al Siglo de Oro
Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda se transforman en la pícara Elena de Paz para abordar la etapa áurea “desde su lado más oscuro”, asegura Álvaro Tato, autor del texto
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Elena de Paz es hija de una morisca conversa que se prostituye a la vera del río, pero que también hace lo propio con su hija, con ella, la protagonista, a la que cose y recose el virgo; igualmente, es hija de un alcohólico perdido, «un buhonero, un mercachifle», explica Aitana Sánchez-Gijón, quien representa a la propia Elena sobre el escenario. Pero Elena de Paz también es Marta Poveda. Ambas interpretan a esta pícara del Siglo de Oro rescatada ahora por la pluma de Álvaro Tato y la dirección de Yayo Cáceres en Malvivir (en Naves del Español).
Resumiendo, la principal de esta historia es alguien que se queda muy sola desde muy pequeña y no tiene otra que sobrevivir de una u otra forma. «Desafía todas las convenciones de su época y paga el precio de su libertad», presentan las actrices: «Va desarrollando una inteligencia y astucia con sus luces y sus sombras que la llevan a ser una mujer libre, rebelde, pero también ladrona, ingeniosa, embustera y fugitiva», comenta Sánchez-Gijón sobre el personaje central de un montaje en el que, además, se deberán desdoblar en otro buen puñado de satélites que pululan alrededor de Elena –y junto al trabajo de Bruno Tambascio, músico de la función e intérprete del juglar, el pregonero, el estudiante, el doctor y la labradora–.
Las joyas que Elena de Paz tiene por padres llevarán a la protagonista a comenzar desde lo más bajo posible, aunque, a su vez, son sus progenitores los que le enseñan las tretas oportunas para andar sobre el fango sin hundirse del todo. Y es ahí donde «ella ve una luz poética al final del túnel que le hace luchar por seguir adelante y aunque no entienda por qué su libertad no existe. No le entra en la cabeza», apunta Poveda.
La vida de esta pícara áurea es la que llenará el escenario de la Sala Max Aub de Matadero y la que sirve, según Tato, para «contar una historia diferente del Siglo de Oro, una visita a su lado oscuro en primera persona». Como responsable del texto, se ha apoyado, entre otras inspiraciones, en fragmentos de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, Alonso de Castillo Solórzano, Francisco López de Úbeda y Francisco de Quevedo. Novelas que «no están literariamente a la altura del Lazarillo, ni del Buscón, ni del Guzmán de Alfarache, sino que son de andar por casa y muchas están escritas por moralistas de la época al albur de estas otras. Pero si esquivas la parte moralista y la mirada del escritor sobre las pícaras, prejuzgándolas, entonces, las escuchas a ellas y encuentras monólogos en los que estas mujeres hablan por sí mismas».
«Son tesoros escondidos», como dice Tato, del siglo XVII que el autor recordaba haber leído en la universidad y que nunca más se las había vuelto a encontrar –«descontando a la Celestina, la gran madre de todas las pícaras», defiende–... Hasta que Poveda, ansiosa por continuar los trabajos que realizaron juntos en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, le pidió un texto: «Tenía ganas de seguir investigando y disfrutando de la química que tenemos –en boca de la actriz–. De hecho, al día siguiente de mi propuesta, ya tenía una idea; porque Tato va escupiendo ideas mientras camina. No para. Me habló de la vida de las pícaras, que no estaba del todo construida, pero ya era un tema que venía barruntando desde hacía tiempo», añade.
Lo siguiente fue convencer a Aitana Sánchez-Gijón para la empresa, aunque no les costó más que «invitarla a un helado en el barrio», aseguran los «embaucadores». Y responde la presa-intérprete: «Me pasé toda la noche despierta y ese es justo el termómetro que necesito. Un proyecto que me ponga tan nerviosa que no me pueda dormir. Es que esto lo tiene todo. Primero, la palabra tejida de Tato y su maestría para hilar obras del Siglo de Oro y convertirlas en un nuevo texto con su propia voz; y, luego, la peripecia vital de esta pícara que representa a la sociedad de entonces. Pero también habla de la supervivencia y de cómo uno, cuando está marcado por su origen, se encuentra con las mismas piedras en el camino y cómo ella intenta romper con ese destino predeterminado gracias a su convicción de que su libertad está por encima de todo». Meta ante la que no se detiene Elena de Paz, que, pese a que la vida le va apaleando y tirando al suelo, se aferra a su fortaleza y a su alegría de vivir y gozar: «Llevo a mis espaldas un pozo de placer», dice la protagonista.
Con ello, Tato y Cáceres (aquí bajo el nombre de AY Teatro y no Ron Lalá, aunque la esencia es la misma, básicamente, porque ellos son los mismos) levantan una pieza en la que la «mirada femenina autónoma», dicen, es fundamental. «Malvivir está cimentada sobre el libre albedrío de una mujer que quiere disfrutar de su vida en una España de esplendor y miserias», afirma Tato de un mundo en ruinas que, sin embargo, ve pasar carros de plata que vienen cargados desde las Indias. Y es en esa sociedad dual en la que se instalan esas pícaras homenajeadas en esta pieza: señoras y jóvenes que recorrían caminos, asesinas, hechiceras, personajes del lumpen y demás «que también eran víctimas de la sociedad».
Picardía que, cuenta Tato, «no era un fenómeno tan aislado como se puede pensar. Hablamos de un importante porcentaje de la población que vivía del rebusque, de vivir de lo que se podía. Puede ser que eso se insertara en el ADN español, es tremenda la conexión con hoy». Pero Poveda puntualiza: «Flaco favor hacemos a la virtud de la astucia si comparamos al que roba desde arriba con el que lo hace para sobrevivir. ¡Vete a la mierda si usas la picaresca para comprarte veinte jacuzzis!».
- Dónde: Naves del Español, Madrid. Cuándo: del 5 de mayo al 5 de junio. Cuánto: 20 euros.