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El chotis marciano de Ron Lalá

Con Álvaro Tato y Yayo Cáceres a los mandos, la compañía rescata las verbenas de finales del siglo XIX-principios del XX para mezclarlas con la ciencia ficción y la electrónica en «Villa y Marte»
David Ruiz

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Hace ya dos años que no se ve por estos lares una verbena como Dios manda. Sí se ha intentado algún híbrido descafeinado, los justos, de todo eso que se metió en el saco de la «nueva normalidad»: pregón, chotis con distancia y poco más; nada parecido a lo de antaño con farolillos, organillo, fritanga y demás parafernalia digna de una buena kermés. Ausencia por la que la gente ya tiene ganas, muchas, de coronarse con la parpusa, ponerse el clavel y salir, tan pichi, a beberse las calles. Así, la siguiente cita en el calendario verbenero de la capital está clara: 15 de mayo, San Isidro Labrador. Sí parece que, estando todavía a un mes de llenar de nuevo la Pradera, los tiempos de miserias festivas se acabaron. Ahora, no va a ser necesario esperar hasta entonces para darle al agua, a los azucarillos y al aguardiente porque la próxima celebración corre a cargo de Ron Lalá. Los Yayo Cáceres (director), Álvaro Tato (autor) y compañía se han propuesto amenizar la espera con su propia feria, la Verbena de Palomarte, «una mezcla de todas», asegura el responsable del texto.
La Sala Roja, la grande, del Canal se llena desde hoy (hasta el 1 de mayo) con el «sainete cómico-lírico de chulapos mutantes con música en directo y humor ácido», presentan, que los «ronlaleros» han dispuesto en Villa y Marte. A falta de regocijos tradicionales de a pie, estos teatreros se han propuesto marcarse unos chotis en el Planeta Rojo y recuperar la tradición festivalera de finales del siglo XIX-principios del XX: «Es una aproximación al género chico, al género ínfimo, al teatro por horas, a toda esa corriente festiva, carnavalesca, crítica, zumbona, iconoclasta y semicallejera que convirtió los teatros madrileños [y españoles] en una fiesta del teatro y la música popular». Pero «con mucha gracia y chispa», apunta Tato.
Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams, y Marte rojo, de Robinson, se juntan con La Gran Vía, El año pasado por agua y Agua, azucarillos y aguardiente, de Chueca y Valverde, La Verbena de la Paloma, de Bretón, y La revoltosa, de Chapí, para reivindicar que «teatro y música son lo mismo», asegura el autor, «y que el verso es la música del idioma». Ron Lalá echa de menos ese jolgorio encima de los escenarios de hace más de un siglo y apuesta por el actor-músico, «que se ve menos de lo que nos gustaría», lamenta de una costumbre que hoy sí podemos ver en Ana Zamora, Peris-Mencheta y Eduardo Vasco, además de en ellos.
Sin embargo –continúa–, que no se vea demasiado «porque el teatro se ha anclado en el texto» no significa que el público no lleve en sus genes la tradición popular patria. «Me resisto a pensar que es algo minoritario. La cultura española está con la tradición en la misma posición que la Tierra con Marte: muy cerca, pero muy lejos. Cerca, porque cuando se despiertan referentes del género chico que parten de la zarzuela [como ya les ocurrió con Juan Rana] la gente entra al trapo y lo disfruta. Está en el ADN –añade Tato–. Y, a su vez, está muy lejos porque estamos invadidos por la cultura anglosajona y, normalmente, no nos deja ver nuestro propio patrimonio».
Es por ello que Villa y Marte es parte del ímpetu de Ron Lalá por «contar todas esas historias que nos estamos perdiendo». Aunque no lo harán con las maneras de entonces, que también, sino con una fusión que mezcla la ciencia ficción con el género chico. Chotis, zarzuelas y chirigotas con electrónica: una nave espacial viaja a Marte para colonizar el planeta. «El plan es claro, nos hemos cargado el ecosistema de la Tierra y vamos a Marte para “terraformarlo”», explica. Pero el Capitán (Daniel Rovalher) y su androide Trasto descubrirán que no son los primeros en llegar a la ciudad de Martid («Martiz», para los más castizos), instalada en un cráter, donde los vecinos mutantes celebran una verbena popular en la que se llevan estampitas de la Virgen Martía y en la que Rad Bradbury «es el Santo Patrón para nuestros asuntos marcianos», ríe Tato. Una trama que la pieza aprovecha para, además de la crisis climática, abordar otros temas como el descubrimiento del otro: «Si llegas y está vacío eres un descubridor, pero si están ahí antes que tú eres un inmigrante ¡y, encima, de otro mundo!, así que eres peligroso»; y «también abordamos la propia herencia», añade el escritor: «Por eso, en Martid rebotan un montón de problemas que enfrentamos como sociedad en el día a día y, a su vez, es la ciudad de nuestros abuelos y bisabuelos, con esos casticismos míticos».
Las palabras de Arniches, Valle, Mesonero Romanos, Paco Umbral y otros resuena en un texto en el que el dramaturgo y poeta se ha empeñado en rescatar la jerga capitalina más en desuso. «Expresiones que son pura poesía», celebra un Tato que también es maestro de los vocablos y que no duda en señalarse contra sí mismo y los suyos, los madrileños: «Están todos los prejuicios que hay sobre nosotros, jugamos mucho con ello».
  • Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: hasta el 1 de mayo. Cuánto: desde 9 euros.