Sergio Peris-Mencheta: «Me fascina que suene un teléfono en el teatro, son cosas del directo»
Tras arrasar en Madrid de la mano de Juan Diego Botto con «Una noche sin luna», el director llega a Olmedo con «Castelvines y Monteses» para inaugurar una cita que no se celebra desde 2019
Creada:
Última actualización:
«Llega la fiesta». Es contundente Sergio Peris-Mencheta con sus «Castelvines y Monteses». Con ellos desembarca mañana en la Corrala Palacio del Caballero para inaugurar el festival de teatro Olmedo Clásico, cita cancelada en el último verano por cuestiones pandémicas que regresa con la versión lopesca de los amantes de Verona, eso sí, al ritmo de Rita Pavone, Pino d’Angio y otros éxitos italianos. Pero no es el último éxito de un director que viene de arrasar en el Español con su colaboración con Juan Diego Botto en «Una noche sin luna». Un gigante sobre el escenario y algo más dejado con el móvil...
–Perdona, que tenía el teléfono sin sonido.
–No pasa nada. ¿Lo pone así siempre?
–Sí, con vibración, y no lo tenía encima. Pero la próxima semana [por esta en la que estamos] voy a hacer un ayuno de teléfono. Me lo pide el cuerpo porque cuando se me olvida en casa me viene el agobio, aunque luego te das cuenta de que no pasa nada. Estás bien. Puedes desaparecer.
–Ahora sonará mucho, ya que, profesionalmente hablando, está en un momento dulce.
–Es época de cosecha. Desde la siembra han pasado tempestades, sequías, inundaciones y de todo, pero ahora recogemos los frutos de no habernos rendido. Ha sido duro. Pero todavía sigo ahí. Soy muy pesado como director y suelo ir mucho a las funciones. Soy un estudioso del público. Me interesa saber si una tos machaca un gag o un momento informativo. O un teléfono, me fascina que suene. No me enfada porque es una muestra de que estamos en vivo. Un móvil que suena es un descuido, si lo hace más veces o si una cara se ilumina, eso ya es premeditación y alevosía. Pero eso también es importante, significa que no le está interesando. Soy un espectador de espectadores.
–Le gusta jugar con el público.
–Sí, en «Una noche...» la gente se enfada, y en «Castelvines...» llaman a los acomodadores cuando escuchan italiano. El comportamiento de un ser humano en el teatro me fascina. Siempre intento que el público se resquebraje. No me gusta dejarlo sentado sin más en el patio de butacas. En «Incrementum» le hacíamos torturas de todo tipo.
–Uno de los grandes miedos del espectador es que le señalen en directo.
–Yo, que soy agnóstico, siempre iba a la Misa del Gallo con mis amigos e intentaba que el cura no me viera porque iba a saber que no tenía ni idea. Aquí pasa lo mismo, cuando un actor tiene el peligro de sacarte, se nota si quieres o no. Tengo una necesidad imperiosa de que el espectador participe.
–¿Qué pasó con la ex vicepresidenta Carmen Calvo, no se enteró de que era un monólogo? ¿Por qué ese tuit?
–Se enteró muy bien. Fue un fallo de su equipo de Prensa. De hecho, en el momento en el que se publicó el tuit estaba saludando a Botto y hablando de la Ley de Memoria Histórica. Su gabinete la dejó con el culo al aire.
–Esa pieza habla de hace más de 80 años y encaja como un guante en la actualidad.
–Pues llevábamos 4 o 5 con la obra y pensábamos que se nos pasaba el arroz porque Botto y yo no coincidíamos. Estábamos los dos en EE UU, pero cada uno en una costa. Al final, se vino un mes a Los Ángeles y la terminamos. Después ya me tocó ensayar «Una noche...» por la mañana y «Castelvines...» por las tardes. Pero ha salido como soñaba a pesar del miedo de que dejara de ser pertinente, y no, han pasado los años y cada día lo era más. El teatro tiene que entretener, pero también hablar de lo que nos pasa. Y es importante saber dónde están enterrados nuestros abuelos, padres, hermanos... Es de justicia. Ese era el único punto que sabíamos que no iba a pasar de moda.
–¿Aparecerá Lorca?
–Hay quien dice que está enterrado en la Huerta de San Vicente, que su padre lo sacó para llevarlo ahí. Aunque hay muchas teorías. Lo importante es que simboliza a los desaparecidos y que es el poeta más importante del siglo XX nacional y, quizá, internacional.
–¿Volverán con la función a Madrid?
–Me encantaría, pero... Seguro es que seguirá girando. Además, queremos sacarlo de España para hacer un recorrido natural por los lugares en los que estuvo Federico. Y también hay propósito de retomar «Un trozo invisible de este mundo» y ofrecer los dos espectáculos al mismo tiempo.
–Eso ya es rizar el rizo.
–Depende de la disponibilidad de Juan, pero dispuesto, está.
–¿Y una tercera parte?
–Ojalá, pero es muy pronto.
–¿Qué une a todas sus obras?
–La implicación del público, que no esté cómodo, que se vea reflejado y, a pesar de que sean funciones para adultos, que también la puedan ver mis dos hijos. Que promueva la imaginación.
–Cambiando por completo, ¿hay grupo de WhatsApp de «Alsa» («Al salir de clase»)?
–Uy. Hay varios, yo, o los tengo silenciados o me salí de ellos, pero no porque reniegue de la época. Tengo grandes amigos. Aprendimos mucho.
–¿Y qué no repetiría?
–Estaba la coña de que solo teníamos 500 palabras y hacíamos virguerías con ellas.
–Allí se hizo cantera como hoy en «Amar es para siempre».
–O pasabas por ahí o por «Compañeros». A mí, hasta hace poco, se me ha seguido recordando por ello, aunque solo estuve ocho meses porque no te permitía realizar otras cosas. Me ofrecieron una película, «El corazón del guerrero», que no pude hacer porque salía allí. La mayoría de los actores dejaron de trabajar después de aquello.
–¿Asumió lo de ser un músico frustrado?
–Ya lo dejo para la próxima reencarnación. Pero para mis hijos sí es una obligación. Eso no lo negocio. Van a tocar el piano.
–¿Por qué piano?
–Por empezar por algún sitio. Donde estamos alquilados hay uno, así que... Ojalá me hubieran obligado a tocar la guitarra. Ahora solo quiero dirigir a actores que cantan y tocan instrumentos.