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El «Romeo y Julieta» de Lope, a ritmo de Rita Pavone y Pino D’Angiò

En «Castelvines y Monteses» Peris-Mencheta da una vuelta a la historia de los amantes de Verona para llenarla de música
Bárbara Sánchez PalomeroCNTC

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Vuelve el Siglo de Oro español a ponerse frente a su némesis, Shakespeare. Y es que nunca pasará de moda el debate entre ambos, pero esa es otra discusión. Ahora es a Lope al que le toca dar el do de pecho ante el de Stratford-upon-Avon. Al autor de este desconocido «Castelvines y Monteses» rápidamente se le empareja con el Bardo cuando se cita la obra: «El “Romeo y Julieta” español», se dice. Y no les falta razón. Sin embargo, sería más correcto hablar del origen común de ambos textos, Matteo Bandello y su historia sobre los amantes de Verona.
La poderosa mercadotecnia anglosajona, en contrapunto al malvender que siempre hemos tenido los españoles, ha hecho que el cuento de esta pareja tenga un «copyright» bien definido, aunque no del todo real. Que ese texto es suyo, no hay duda, pero tampoco las hay de que el inicio de todo el «boom» «romeojulietesco» está en las palabras del renacentista italiano. Y vaya por delante que la culpa de la ausencia del texto en el repertorio patrio no es otra que propia: «Solo se conoce una versión en 2003 de Darío Facal y ya», sentencia Sergio Peris-Mencheta. A partir de aquí ya podemos cantar a los cuatro vientos la vigencia y poderío de estos «Castelvines y Monteses» que recupera la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) de la mano del director y su compañía, Barco Pirata.
Con todo ese mejunje bien claro se puede comenzar a trazar las diferencias con los archiconocidos Romeo y Julieta: explica Peris que, «aunque las fechas bailen, no se sabe bien cuál de los dos escribió antes su obra. Hay evidencias de que no se inspiró en Shakespeare y sí en Bandello». Si bien el inglés se acercó más al original con la tragedia, Lope quiso tomar su propio camino y hacer de este amor una obra no tan maldita. Es más, puntualiza, «con lo copiones que eran en esa época, hubiera sido absurdo que de haber leído al Bardo no hubiera incluido a personajes como Mercucio [en este montaje Anselmo coge parte de su peso] y la nodriza». Aun así, los nombres de Roselo Montés y Julia Castelvín, interpretados por Andreas Muñoz y Paula Iwasaki, resuenan a aquellos aunque se separen de su trágico final.
Pero en «Castelvines y Monteses» Julia no es esa Julieta lánguida: «No es la jovencita enamorada que espera que el chico le recite al balcón. Su carácter tiene que ver con que promueve cada uno de los encuentros clandestinos que tiene con su amado durante dos meses», explica Iwasaki de su personaje. Y, por su parte, él impulsa el argumento. «A diferencia de Romeo, que llora por las esquinas y se mete por casualidad en una fiesta de disfraces y también por casualidad se enamora de una enmascarada del bando contrario, Lope pone a Roselo como catalizador de todo lo que va a suceder. Se mete en la fiesta con premeditación y alevosía para acabar con el odio entre familias. No hay nada que envidiar a Shakespeare».
Obedeciendo al gusto de su público, Lope de Vega va un paso más allá de la parodia y «convierte una supuesta obra menor en un alegato más a favor de su eje temático fundamental: la fuerza indestructible del amor», dejó dicho José Carlos Menéndez, responsable de la versión junto a Peris-Mencheta, antes de fallecer en el verano de 2019. Y es que, si en la historia de los amantes de Verona apenas se enamoran los dos protagonistas, en este texto se juega a lo grande: «Lope es un enamorado del amor». La acción se convierte en una suerte de «tres novias para tres hermanos», bromea el director, y Dorotea y Anselmo y Celia y Marín acompañarán a Julia y Roselo en sus escarceos. Todos ellos harán que el deseo triunfe «por encima de la mezquindad de los viejos y caducos valores», en palabras de Menéndez.
Una trama coral que vuelve a aprovechar Peris-Mencheta para levantar un festival sobre el escenario, como ya hiciera con «Cocina» y «Lehman Trilogy», «pero aún más musical», cuenta. Lo que se inició con canciones italianas para «únicamente» trasladarse a esa Verona de Bandello durante el proceso de creación terminó convertido en un montaje en el que las canciones se vuelven primordiales. Con la imagen de «La gran belleza» (2013), de Sorrentino, en la cabeza, el director comenzó a dejarse llevar por Rita Pavone, Pino D’Angiò, Franco Battiato... «Hasta que en un momento dado me di cuenta de que había un musical y no un híbrido como el que hicimos en “Lehman Trilogy”. Apostamos por el género, aunque no del estilo de la Gran Vía, sino de la CNTC». Verso y música se dieron la mano. De esta forma, una quincena de temas se subirá a las tablas de la Comedia bajo los arreglos y la dirección musical de un Joan Miquel Pérez («Billy Elliot») que, dice, ha «estrujado los versos como si fueran un zumo» para que todo cobre sentido. «Musicalmente –añade–, lo Castelvín es más cuadriculado, mientras que lo Montés es más dionisiaco».
Además de en la música, esa fuerza del espectáculo «made in Barco Pirata» se encuentra en esos trece artistas polivalentes que se desdoblan en 30 personajes capaces de recitar, bailar, trepar y tocar instrumentos durante dos horas y media. Un ejercicio de resistencia con centenares de cambios y entradas y salidas. «Tiene algo de la magia del circo y mucha inspiración de Disney», comentan. Incluso se atreven con el italiano. «Estamos en Verona, así que durante los primeros diez minutos se habla como allí. El público se asusta hasta que llega un momento en el que, con una décima, se explica que Shakespeare se inspiró en una determinada obra y que aquí tenemos la versión española. El propósito es que el espectador entre poco a poco», añade Peris.
  • Dónde: Teatro de la Comedia, Madrid. Cuándo: desde mañana y hasta el 13 de junio. Cuánto: de 6 a 25 euros.