Paloma Pedrero transforma el dolor en belleza
La directora y dramaturga madrileña recibirá el Premio Max al Carácter Social por su labor con Caídos del Cielo. Desde que comenzase, en 1998, a realizar talleres con personas sin hogar no ha parado
Si de premios va la cosa, Paloma Pedrero (Madrid, 1957) no se deja llevar por las recomendaciones de su hermana: «Siempre me dice que, si no es crematístico, que no se lo cuente. Pero es que eso es muy poco romántico», ríe. Porque el arte, como ella misma explica, «es alegría, es pasión y es vivir un poco en la cuerda floja». Así recibe la directora y dramaturga el Premio Max de Carácter Social por su labor en Caídos del Cielo, la ONG que fundó en 2009 y que todavía hoy sigue a pleno rendimiento.
Desde que, en 1998, la autora teatral comenzase a realizar talleres con personas sin hogar no ha parado: «Para mí fue transformador y hoy puedo decir que se ha convertido en el sentido de mi vida». Aquel trabajo culminó en 2008 con la escritura de una dramaturgia sobre los propios protagonistas de la experiencia, que, además, fue interpretada por ellos mismos, junto a un grupo de profesionales de las artes escénicas. Y es a partir de esta experiencia cuando, en 2009, se crea la asociación cultural Caídos del Cielo, con el convencimiento de que los escenarios son «capaces de transformar a las personas, mejorar sus vidas y ser motor de cambio para combatir la exclusión».
Porque para la madrileña el teatro es «el arte de lo social», afirma: «Para que se dé el milagro, un equipo grande de personas tiene que remar en la misma dirección, querer el mismo norte, escucharse, entenderse y entregarse a los compañeros con humildad. Es el arte de dar –continúa–. De saber ponerse en un segundo plano cuando toca; de saber que lo que hacemos tiene un sentido que va más allá de nosotros mismos. Juntos nos transformamos y transformamos a los espectadores», cuenta Pedrero desde las salas de ensayo del Teatro Fernán Gómez de Madrid, el mismo sitio en el que estrenó su primer título, La llamada de Lauren, en 1985. «Este lugar siempre me ha dado buenos momentos», suspira.
Pero no solo el centro de Colón le ha dado alegrías, en general, han sido los escenarios los que le han otorgado un plus por ese «poderío inmenso» de transformación, añade: «Lo hemos visto en estos veinte años trabajando con personas sin hogar, que no son solo los que no tienen vivienda, son todos aquellos que un día cayeron y no saben cómo remontar. Hay personas con palacios que están rotas por dentro, también hay algunas personas sin techo que tienen hogar. Las artes, y el teatro en particular, les permite conocerse sin sufrir, mirar hacia dentro a través del juego y redescubrir sus capacidades, sus bondades, lo que tienen para entregar a los otros. Eso les levanta la autoestima. Porque no hay nada mejor que ayudar para estar bien. En Caídos del Cielo no hablamos de penas, tomamos el dolor y lo transformamos en belleza».