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Sergio del Molino: «La dignidad institucional está rota en España y eso supone una deriva peligrosa»

Publica «Los alemanes», Premio Alfaguara de Novela, donde reflexiona sobre cómo nos condiciona el pasado
El escritor Sergio del Molino
El escritor Sergio del Molino©Gonzalo Pérez MataLa Razón

Madrid Creada:

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Sergio del Molino toma un hecho real, la llegada a España de seiscientos refugiados alemanes en 1916 y, a partir de ahí, da alas a la reflexión. Esas familias, que huyen de la Primera Guerra Mundial, provienen de Camerún, buscan refugiado en nuestro país y son el germen inicial de la novela ganadora del Premio Alfaguara. Una historia que se levanta sobre los cimientos de un acontecimiento para después ahondar en temas de mayor envergadura y calado, como los antepasados, la sombra de lo que hicieron, la traición, la corrupción y el lugar de donde procedemos cada uno de nosotros. «El pasado es un incordio –asegura el escritor–. Está siempre ahí. Influye en lo que hacemos. Configura el presente. Además, al pasado le da igual lo que pienses, si eres olvidadizo o temeroso. Somos presos de él y repercute en nuestro presente y nuestro futuro. Cuando el pasado se empeña en dominar el presente lo consigue y desbarata la vida de todo el mundo».
¿Se puede escapar de él de alguna manera?
Es imposible de eludir. Un condicionante del presente. Explorarlo y cuestionarlo son unas de las actividades más apasionantes del ser humano, aunque eso nunca cambia nada. Lo reinterpretamos, lo revisamos. Va en su propia naturaleza, pero por mucho que se intervenga en él, va a su aire. En ese sentido, creo poco en el libre albedrío y la autodeterminación del individuo y de las sociedades, porque vivimos condicionados por muchas personas y circunstancias. Lo único que queda es ser conscientes de ello y vivir en el campo acotado en el que nos desenvolvemos.
En una época con tan poca identidad como la nuestra el pasado es importante.
El pasado es nostálgico. Se expresa como fórmulas de identidad en las que creemos. Es lo que cimenta las familias, los clubes de fútbol... Pero es cierto que vivimos en una época de identidades muy laxas. Matamos a Dios, casi a las patrias, porque los nacionalismos actuales tienen raíces diferentes a las del siglo XIX y no existe un proyecto. Nos hemos cargado todos estos sistemas de creencias que considerábamos más importantes que, incluso, uno mismo, y que a muchos les proporcionaba cierto sentido. Al perderlos, lo que se ha producido en Occidente es un cataclismo de signo moral. Al caer esas creencias del mundo de ayer lo que se ha desencadenado es una liberación muy poderosa del individualismo.
«Hoy existe un radicalismo insurreccional que es un elemento de desestabilización»Sergio del Molino
Que es lo que predomina hoy.
Pero el individualismo de ahora no se ve resguardado por tribus, porque antes el lugar en el planeta estaba prefijado de antemano. Ya sabías lo que eras: carpintero, sindicalista... Ahora buscamos definiciones en otras cosas y todo queda en manos de gurús, sectas, visionarios, quien quiera vendernos algo. Lo que resulta propio de estas sociedades. Es una consecuencia de la desaparición de las creencias. El pasado, por eso, es una fuente para todos. Se busca esa fuente a través de la nostalgia para reafirmarse en mitos que nadie se cuestiona.
¿Es peligroso eso?
Hay mucha gente perdida. Hasta hace una década, era un divertimento y había quienes podían creer, por ejemplo, en los ovnis, si querían, porque daba igual, aunque ahora eso no es nada inofensivo y existen personas que se ponen cuernos y asaltan el Congreso de Estados Unidos. Hay un radicalismo insurreccional que es un elemento de desestabilización. Y, además, los líderes populistas saben usar el poder de las redes. Se trata de un peligro, sobre todo, cuando se politiza y existe cierto mesianismo político. Ahora, además, sin el vehículo de los medios tradicionales, es más fácil que se prendan esta clase de mechas.
Habla de la lengua en su libro, de su desgaste y manipulación.
Las palabras son frágiles. Se estropean enseguida y son fungibles. Pueden dejar de tener significado y volverse odiosas. Cuando la política entra en el lenguaje, lo pervierte. Los totalitarismos lo que hacen con el lenguaje es forzarlo. Llevarlo a los límites. El régimen nazi usó neologismos medievales para eliminar todo extranjerismo del alemán. Sus filólogos inventaban palabras. El franquismo también le hizo daño al español en ese sentido. Pero esta clase de políticas más radicales que aspiran a intervenir la lengua fracasan siempre. También en el caso del Tercer Reich, pero en el camino dejan destruidas muchas expresiones.
El lenguaje ha subido de tono en la política española.
El lenguaje se pone belicista y la discusión está traspasando el decoro. La política es una puesta en escena para no llegar a la guerra, pero si rompemos el tablero con golpes bajos, y cargándonos la dignidad institucional, es peligroso, y eso supone entrar en una deriva también peligrosa. La dignidad institucional en España está rota. Asistir a una sesión del Congreso resulta desolador. No hay debate. Es una representación de una pelea guionizada con réplicas de lo más banales y sin el menor contenido, recurriendo a una violencia verbal... En una democracia ese lenguaje es inadmisible, propio de una taberna. Esto refleja el deterioro de la discusión pública. Es un encanallamiento notable que puede ser el preludio de algo oscuro si no lo atajamos pronto, si no recurrimos a estándares civilizados. La política en realidad debería ser aburrida, y si no volvemos a ser aburridos en política podría ser el prolegómeno de un tiempo más oscuro.