Ricardo Menéndez Salmón anuncia que abandona el cuento
El autor reúne sus relatos en un volumen, anuncia que ya no escribirá más y reconoce que «la novela es un género caníbal»
Madrid Creada:
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La distancia literaria más corta, en ocasiones es la más larga por la dificultad que entraña. Pero, después de una extensa trayectoria literaria, que abarca casi veinticinco años, el escritor Ricardo Menéndez Salmón ha reunido sus mejores cuentos en «Los muebles del mundo» (Seix Barral) para dar carpetazo a un género que le ha acompañado durante todos estos años. Ahora, que está inmerso en un vasto proyecto, de enorme amplitud, como explica, una obra que será la más dilatada que ha escrito en su carrera –aunque de ella revela poco–, el narrador reconoce: «Guardo una idea muy precisa de para qué me han servido los relatos, pero también para qué no me sirven».
Es en esta última parte de la frase donde hay que buscar una oportuna aclaración del autor que desde hace décadas marca el compás de nuestras letras con obras de enorme relieve como «La ofensa», «Derrumbe» o «El sistema», y que, cuando menos se esperaba, ha tomado una deriva insospechada, una decisión que ha sorprendido y que sorprenderá a muchos: «Dados mis intereses narrativos, el relato, tanto por sus poderes como por su distancia y sus límites, no va a ser el género que se va a compadecer de todo lo que me preocupa en este momento. Ahora mismo el mundo que quiero contar quizá no quepa en el relato. Por eso, a día de hoy, esta antología personal tienen el ánimo de cerrar esta parte de mi evolución literaria. Me parece que el mundo, como objeto narrativo, me pide otro tipo de continentes, requiere una novela de cierta amplitud. Este es el motivo».
El novelista reconoce que él mismo reparó en su paulatino, pero inevitable alejamiento del cuento porque ya apenas recurría a su formato para expresarse y narrar sus historias. «Me fui desprendiendo de él. Cada vez escribía menos relatos. He cultivado bastante el genero breve, la “nouvelle”, que me encanta y que me parece maravillosa, la verdad, pero lo que he notado con los años es que cada vez me acercaba en menos ocasiones hacia el cuento, lo que me daba el pulso de que ya no funcionaba para mí. Aunque mis obsesiones, que ya aparecían en estos textos, no me han abandonado. De hecho, continúan ahí, siguen siendo las mismas. Mis intereses no han cambiado. Soy como un reptil que sigue deslizándose por el mismo lugar, pero que ha mudado la piel».
Menéndez Salmón admite, en contraposición al cuento, etapa que clausura ahora con este volumen que contiene las obsesiones, temas y preocupaciones que le han definido, que «la novela es un género egoísta, es caníbal, se lo come todo, lo metaboliza todo. Puedes dedicar una novela a un prospecto farmacéutico si sabes ensamblarla de una manera correcta. Una novela tiene a su vez vuelo lírico, pero puede ser obscena y también ser aburrida conscientemente, como ocurre con “La mano invisible”, que busca provocar ese efecto en los lectores. Es posible que el género que mejor se parece a la vida por su plasticidad sea la novela, que lo resiste todo. El género, que más que ningún otro se parece a la vida, creo que es ese».
El escritor, sin vacilar, admite que, de todas maneras, contar historias, tanto breves como largas, esto no importa, subraya, es un privilegio y una fortaleza de la gente humilde, del pueblo, como demostró el personaje de Sherezade en «Las mil y una noches», aunque hoy esa posibilidad ha pasado también a ser una herramienta de manipulación en nuestras sociedades: «Siempre han existido esas construcciones de relatos por parte del poder, pero creo que la literatura lo que propone es justo lo contrario. Lo que hace es reflexionar sobre ese lenguaje que se ha pervertido de una manera que es interesada. La literatura tiene la capacidad de generar su propio discurso. En cierto modo, la literatura es un contrapoder que no acepta verdades reveladas y que se obliga a poner entre paréntesis lo que nos llega. Los libros ayudan a cuestionar el resto de los discursos que existen alrededor, no para proponer uno propio, sino para introducir la sospecha, una duda».