La "rebelión" masculina o por qué los hombres se ven discriminados
La ideología de género o el feminismo hegemónico lo han impregnado todo. En muchas ocasiones se valora más el sexo que la calidad de la investigación o de la docencia
Madrid Creada:
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«Mi nieto de 8 años nos pidió perdón el 8-M por ser hombre», cuenta Teresa Giménez Barbat, autora de «Contra el feminismo: todo lo que encuentras odioso sobre la ideología de género y no te atreves a decir» (Pinolia, 2023). No es un caso aislado. Algo huele a podrido en el reino de la igualdad. Tanta legislación y matraca en todo lugar, cual Gran Hermano, para acabar traumatizando a los niños, o que los hombres jóvenes se sientan discriminados frente al sexo femenino. Lo ha dicho a regañadientes el CIS esta semana. El 44,1% de los varones dice que vive discriminado por su condición biológica, y una de cada tres mujeres apoya esa afirmación.
El motivo es que esos hombres, sobre todo los que están entre 16 y 24 años, sienten que su entorno institucional, mediático, cultural y educativo los posterga por su biología. Parece que su realidad genital les convierte en presuntos culpables de delitos que nunca cometieron, en contenedores inconscientes de los defectos más horribles y en herederos de una opresión histórica que jamás ejercieron. Es como si su sola existencia convirtiera en víctimas a las mujeres porque son seres tóxicos por naturaleza. Es lógico si se les dice que necesitan cursos especiales de adiestramiento social para contener sus defectos como seres con genitales masculinos. Y junto a este ambiente ven que las mujeres concitan todos los aplausos y parabienes en la Prensa y el cuidado especial del Estado. Así, los varones ven que a ellos se les ponen obstáculos, y a ellas escaleras y trampolines especiales por una exclusiva razón: la biología. La sensación es de injusticia, de que se han pasado de frenada con la reivindicación feminista.
El CIS ha desvelado que el 44,1% de los varones se siente discriminados frente al sexo femenino
«Los excesos han generado un daño colateral», me dice Quico Alsedo, periodista y autor de «Algunos hombres buenos» (La Esfera, 2023), donde da voz a los varones que sufrieron la Ley Integral contra la Violencia de Género sin haber cometido delito alguno. Se ha puesto «la ideología por encima de la ciencia –afirma Alsedo–, y eso es un error» que están pagando esas personas. Si a ello añadimos que los jóvenes varones son «objetivo de campañas institucionales que los consideran agresores» como las del Ministerio de Igualdad, cuenta Pablo de Lora, catedrático de Filosofía del Derecho y autor de «El laberinto del género: sexo, identidad y feminismo» (Alianza Editorial, 2021), tienes el cóctel perfecto para la «rebelión».
¿Cómo ser joven y no rebelarte contra lo obligatorio? La estrategia, por tanto, está mal planteada. «El machismo habría desaparecido por sí solo», asegura María Blanco, profesora de historia de las ideas económicas y autora del pionero «Afrodita desenmascarada: Una defensa del feminismo liberal» (Deusto, 2017). Las nuevas costumbres, tanto laborales como culturales, hubieran supuesto el fin gradual del machismo en las nuevas generaciones, insiste Blanco. Sin embargo, el feminismo institucional se ha pasado y conseguido hacer daño a los jóvenes.
El exceso se debe a que la ideología feminista se ha convertido en parte de la religión del Estado, esa que permite el intervencionismo en la vida privada y pública, su moralización y examen social. El cuento es que si usted no hace tareas domésticas es un machirulo patriarcal, un opresor salvaje de su pareja. Poco importa que en España vivan solas casi siete millones de personas, o que el 15% de los hogares tenga servicio doméstico que realice dichas tareas. El trazo grueso para moralizar es la norma.
Este feminismo radical basado en la exageración y la intolerancia es otro instrumento del posmarxismo, me dice María Blanco, para satisfacer el ansia de mandar y acabar con la democracia liberal y el libre mercado. La izquierda posmoderna se empeñó en destruir la tradición con la excusa de hacer justicia social a los colectivos oprimidos. Sustituyeron entonces la lucha de clases por la lucha de sexos, como apunta también Teresa Giménez Bartat, y enfrentaron a hombres, los supuestos opresores, con mujeres, las supuestas oprimidas. «La verdadera historia es el reparto del trabajo para sobrevivir», dice Giménez Bartat, antropóloga.
Sin embargo, ahí está el relato de la opresión de los hombres sobre las mujeres para mantener el patriarcado, que es, dicen esas feministas, la base del capitalismo. Cambiando el papel de los sexos, aseguran, se empieza la demolición del «sistema del dinero y los mercaderes». Vamos, lo que piden es más Estado e ingeniería social.
"Los excesos han generado un daño colateral", asegura el periodista y escritor Quico Alsedo
«En el fondo lo que hay es un negocio», asevera Irune Ariño, coordinadora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico» (Unión Editorial, 2021). El rodillo supuestamente igualitario crea instituciones, comisiones, concejalías y demás que dan mucho dinero y que generan puestos de trabajo. Es el clero de esta nueva iglesia. «Están haciendo caja y redes –afirma María Blanco– colocando a sus amigas, amantes, a gente sin preparación». Lo que hay, añade Teresa Giménez Barbat, «es una minoría que ha encontrado una vía para imponerse» y para vivir de la adoración del dogma.
Esto también ocurre en el mundo académico. La ideología de género o el feminismo hegemónico lo han impregnado todo. En muchas ocasiones se valora más el sexo que la calidad de la investigación o de la docencia. La Universidad Autónoma de Madrid, en su convocatoria de 2024, otorga 5 puntos más al solicitante de ayudas a la transferencia cultural si es mujer que si es hombre. Esta injusticia, comenta Pablo de Lora, docente en dicha Universidad, alimenta el que los hombres sientan el poco aprecio a su trabajo y aspiraciones. Se acabó la igualdad de mérito y capacidad para optar a subvenciones porque los genitales deciden quién obtiene mejor resultado o es más valorado o reconocido socialmente. Ser mujer, en suma, es otro mérito, como un máster o una estancia en el extranjero. Esto es un insulto para todos. Es más; este tipo de normas trata a las mujeres como discapacitadas que por sí mismas no pueden valerse. El problema, cuenta Quico Alsedo, es que «el legislador no se apoya en la ciencia, sino en los prejuicios».
Mal asunto si la ideología suplanta a la razón y al conocimiento científico o académico en la elaboración de la ley. No es conveniente dejar la manivela de la producción legislativa en manos de un ingeniero social sin escrúpulos, visionario y justiciero. Sobre todo si es la misma mano que impulsa económicamente a los medios, a la educación y a la cultura para crear una mentalidad determinada. El dogmático no escucha, se cree en posesión de la verdad, y justifica los daños colaterales para la consecución de su plan. Esto es lo que está pasando. Por eso, una parte considerable de los hombres españoles, en especial los de 16 a 24 años, se sienten maltratados por ese feminismo delirante.
EL OSTRACISMO DE LAS «TRAIDORAS»
Poco se habla de las mujeres que se sienten incómodas con el feminismo hegemónico. Me refiero a las que no abrazan el dogma oficial salido del Ministerio de Igualdad en los últimos tiempos y deciden vivir como les da la gana o que osan discutir sus directrices. Pronto son tildadas de «traidoras», de «no tener conciencia de género», y tratadas, según me cuenta la politóloga Irune Ariño, «con condescendencia y agresividad». Las mujeres que, ejerciendo sus derechos, deciden vivir al modo tradicional por decisión propia son insultadas. No hay lugar para el debate, y ya no solo para las liberales o las conservadoras, dice Ariño, sino para otras feministas que no comulgan con la doctrina queer y son tildadas de «TERF», como la socialista Amelia Valcárcel, y que sufren la cancelación y el ostracismo. Es evidente que esto no funciona.