Lleva en el tajo
Niña Pastori (San Fernando, Cádiz, 1978) tres décadas, y desde el principio el viento de la buena fortuna ha empujado sus pasos. Con el disco «Camino», el undécimo de estudio de su carrera, que le ha valido un
Grammy Latino –el quinto que atesora– y un premio Odeón, galardones importantes que se suman a la Medalla de Andalucía que le fue concedida en 2018, recorrió el año pasado España y América con una gira que ahora retoma para cerrarla como es debido.
Arrancará el 4 de julio en Valencia y, si no se suman nuevas fechas, la abrochará en Barcelona, el 28 de septiembre. Tiene las pilas, dice, «hasta arriba», y se le nota con el contento subido: «Este último tramo de la gira es muy bonito, porque es actuar en unas ciudades importantes, son 14 fechas, para cerrar un disco bonito que nos ha dado muchas satisfacciones y que merece un fin de gira como este. Hay algún cambio en esta parte de la gira y vamos a ofrecer otras cositas, claro. Me gustaría también
que viniesen algunos compañeros a cantar conmigo, que se sumen, si es posible, en algunos lugares. Lo estamos moviendo porque en verano es complicado al estar todos de gira, pero –anticipa– algunas sorpresas habrá seguro».
Mientras tanto, y a modo de aperitivo, acaba de lanzar un nuevo disco, «Raíz. Nunca me fui», un EP con cuatro temas que, en realidad, es un disco de conmemoración: «Es un proyecto muy bonito, muy especial, que he hecho con la artista argentina Soledad y con la mexicana Lila Downs. Hace 10 años hicimos juntas un disco superbonito, “Raíz”, que la verdad es que fue muy bien, y para celebrar esa fecha hemos hecho un EP, porque nuestras agendas no nos permitían hacer un disco más largo. Las tres, Soledad, Lila y yo, somos raíz, hacemos la raíz de nuestra tierra, pero fusionada con otros ritmos y otras inquietudes. Y aunque somos muy distintas, a la vez tenemos mucho en común y hay muchos encuentros entre su música y la mía. Los discos nuevos siguen haciéndome ilusión, claro –añade–. Cuando te gusta lo que haces, cuando, mejor dicho, te “mueres” por lo que haces, porque me encanta, es mi vida, te ilusiona todo lo nuevo».
Era sólo una niña la Niña cuando cantó con
Camarón en público. ¿Recuerda bien aquel día o el paso de los años ha difuminado ese momento? «Perfectamente –responde en el acto–. Como si fuese hoy mismo. Pero lo que quiero destacar es que tuve la suerte de nacer en la misma tierra de Camarón. Eso, admirando el flamenco como lo admiro y sintiéndolo como lo siento, ya es para mí un regalo. Camarón es el artista más grande que ha dado la historia del flamenco, junto con Paco de Lucía. Los dos han hecho las obras más bonitas de este arte».
Once discos de estudio tiene Niña Pastori en la mochila que siempre lleva a cuestas, de los que dicen los papeles que ha despachado más de 2.000.000 de copias. Pero a ella no le salen las cuentas: «Llevo con dos millones de discos vendidos veinticinco años –señala con ironía–. Porque empecé ya con dos millones. Hay que darle un meneo a eso», apunta.
Sean dos millones o cuatro, o seis u ocho, ¿ha sudado hasta la última de esas copias vendidas? «Sin duda –contesta, tajante. Y se reivindica–: Nadie me ha regalado nada. Jamás. Todo lo que he conseguido ha sido a base de esfuerzo, de trabajar mucho muchas horas. Esta es una profesión como cualquier otra, con mucha parte dura, que se desconoce, de sacrificio y de cuidarte y
de estar siempre lo mejor posible y tener ese espíritu de querer mejorar, aprender, hacerlo cada vez mejor». Fue con «Tú me camelas», canción de
Paco Ortega, un superéxito, con la que se dio a conocer e inauguró una carrera ascendente que llega hasta hoy.
¿Imaginó entonces esa chica de 17 años lo que le deparaba el futuro o cree que la vida le ha tratado demasiado bien? «No lo imaginé para nada –reconoce–. Desde luego que me ha tratado bien la vida. No me esperé nunca ni estar tanto tiempo ni tener tanto reconocimiento como he tenido por mi carrera, ni actuar en lugares tan grandes. El flamenco siempre ha sido de minorías, de peñas, de festivalitos, y nunca me esperé poder llegar adonde he llegado. He sido una afortunada, sí». Uno de los momentos que recuerda con un cariño «enorme» fue cuando en 2003 cantó para el papa Juan Pablo II (Karol Wojtyla) el «Ave María» de Schubert: «Fue una cosa muy bonita, muy especial, que se quedará siempre para mí. Algo muy distinto». ¿Es Niña Pastori muy religiosa? «Tengo mucha fe en Dios, aunque soy religiosa a mi manera. No voy a misa todos los domingos pero Dios me ha ayudado seguro, no tengo ninguna duda. Creo en Él desde pequeña».
[[H2:Taylor Swift, «artistaza»]]
El pop, pese a su condición de flamenca, está muy presente en su discografía. ¿Cuáles son sus referentes? «Hay mucha gente que me gusta. ¿Taylor Swift? Me parece una artistaza. ¡Y la que ha montado en Madrid…! –ríe sonoramente–. El tráfico, los vecinos protestando… ¡Bienvenido sea! Eso es alegría. Todo lo que la música revolucione y aporte, a mí siempre me va a parecer bien. Dentro de la música estamos todos, aunque seamos distintos. ¡Claro que me gusta Madonna! Y Michael Jackson, el artista más grande que ha dado la historia. Se le daba bien todo. ¡Y qué voz tan bonita tenía! De hombre y de mujer, tenía las dos tonalidades. Delicada, suave, como de una mujer… Eso también le pasaba a Camarón, que tenía tonalidad de mujer. Michael Jackson cantaba en el tono de una mujer y luego tenía ese grave con tanto gusto, tan bonito, porque a veces los graves pueden ser como más duros, o más forzados, pero en él no. Me parece, porque sigue estando vivo, el artista más grande».
Cierra la entrevista Niña Pastori con unas palabras sobre quienes la parieron,
una gitana aficionada al cante y un militar payo que, desde niña, apoyaron su carrera: «Mis padres han sido muy auténticos. Gente buena, honrada, con corazón.
Una madre muy espontánea, sin dobleces. Nos han dejado ser lo que hemos querido ser, nos han dado libertad, porque nunca han sido padres de exigirnos de mala manera. Eran estrictos, tenían sus normas, por supuesto, pero nos dejaban espacio para que fuéramos cada uno lo que queríamos ser y fuéramos felices. Sólo siento gratitud hacia ellos». Es de bien nacidos, ya saben.
Niña por siempre
Por Javier Menéndez Flores
Tiene la arena de la playa de Camposoto memoria de elefante y cada vez que Niña Pastori la pisa, sin la molesta interferencia de unos zapatos, besa sus plantas desnudas con el impulso de quien choca inesperadamente con un viejo amor. Y cuando la brisa del atardecer le entra fuerte por la nariz y la boca, ocurre que su cabeza viaja hacia atrás y se acuerda de los días en los que en el barrio de la Pastora, a tiro de piedra del Castillo de San Romualdo, el sol caía con la furia de una guillotina. Menos mal que aquellas pieles tenían tantas horas de vuelo a la intemperie que lo recibían como el bálsamo de una caricia y no como el saludo de un enemigo.
Y venga a correr la alegría a chorros igual que el agua de una fuente inagotable o la que escapa de la manguera de un bombero al que han dejado solo frente al fuego. Y aunque no hubiera mucho jurdó y llenar la andorga resultase heroico, las risas de los niños estallaban como bombas de felicidad y los mayores mitigaban las penas con licores que habrían tumbado a Barbanegra. Qué riqueza inmensa la del que nada tiene y todo le sobra. La dicha pura es un instante de luz en el que si surge la sed se bebe de la boca de un grifo y si las tripas suenan, se muerde una manzana (y ya, si eso, quilla, Dios proveerá).
Se le humedecen los acáis a la Niña al pensar en la niña que fue, pero para equilibrar la balanza le brota en el acto una sonrisa. Cantaba por los codos a todas horas porque las canciones que escuchaba –Lole y Manuel, la Familia Montoya, Las Grecas, Triana, Pata Negra– le abrasaban las entrañas y le imploraban que las pusiera en esa su garganta mimada por los dioses.
Y cuando estuvo en un escenario a la vera de Camarón, que más que un hombre parecía un faro en la noche, supo de inmediato que era imposible que ese momento pudiera malograrse. Y aunque la gloria venidera quedaba a muchísimas millas de distancia, tan lejos como todo lo que está aún por suceder, esa niña ya cantaba con el aplomo de los elegidos.
Hoy, ahora, en este instante, sólo cuenta el camino que recorres, la longitud exacta del presente, todo lo demás es ruido, distracciones que hay que desoír, chucherías. Tu voz ha sonado en todos los países en los que se sueña y ama en español y tú has ondeado la bandera de tu arte visceral, que es andaluz pero podría herir de emoción a un aborigen australiano. Y a pesar de que todo cambia, mi amadísima Mercedes, porque la vida es una rueda que jamás deja de hacer su trabajo, te juro que mi amor por lo que me sustenta y me asombra no ha echado una sola cana.
(No me esperes a comer, Chaboli, que he quedado en el cielo con Ryuichi Sakamoto para que me explique cómo es posible partir en dos una montaña con apenas unas frases de piano, pues quiero aprender de los mejores para crecer una miaja más y añadirle nuevos colores, incluso aquellos que están por inventarse, a la paleta que siempre llevo conmigo. Únicamente se estanca quien mete la curiosidad en un cajón y cree que el hambre solo se sacia por la boca).
Canta la Niña una saeta a pelo y los relojes bajan los brazos y el guiso se quema en la cazuela, porque sólo tienes oídos para ese prodigio y todo lo demás ha de esperar. Los años pasados encierran fotos de pura candidez que contrastan con una majestad y una mirada que ha visto demasiadas cosas como para que la inocencia carezca de fisuras. Pero se puede ser niña a cualquier edad y Niña toda la vida. Eso lo saben de sobra María Rosa y quienes resucitan con sus canciones.